Cuba, otro escenario…

Las industrias culturales o empresas de producción y comercialización de Bienes y Servicios  culturales, un término que dicho de este modo representa la industrialización de la cultura, fenómeno asociado a prácticas internacionales alejadas completamente del contexto cubano, por lo que he preferido nombrar al tema de la semana: socialización del arte desde el mercado, el turismo, los espectáculos, el cine, la literatura, la radio, la televisión…

El término antes mencionado nos remite a tantas polémicas sostenidas en torno a la economía de la cultura, que en algunos modelos representa una marcada agresión hacia las tradiciones e identidades, en otros, un espacio de promoción, diálogo y producción de contenidos.

En nuestro país estas empresas adquieren no solo una dimensión económica, también ideológica, social y artística en concordancia con nuestra política cultural, que sitúa al desarrollo del individuo en el centro de los debates, toda vez que estas pueden reafirman una cultura o establecer modos, patrones y conductas alejadas completamente de nuestros esquemas culturales.

Amplios han sido los proyectos encaminados a situar los productos culturales en el mercado,  en el gusto y consumo de los públicos. Ferias de libros, Festivales de cine y otras expresiones del arte, espacios promocionales y de visibilización de empresas como el Fondo Cubano de  Bienes Culturales, ARTEX, la EGREM.

En la emisión de ayer escuchábamos a algunos responsables de instituciones desde sus propias prácticas y una concepción feliz, ideal de este fenómeno. Está claro, se hace indispensable responder a las necesidades estéticas de los públicos y a la vez ser rentables.

Buenos ejemplos nos sobran, desde la reconocida línea de objetos utilitarios “Arte en Casa”, promovida por ARTEX, hasta las producciones asociadas comercialmente al Fondo Cubano de Bienes Culturales, el Instituto Cubano del Libro y sus editoriales, el cine, las casas discográficas.

Sin embargo otras suertes corren algunos centros culturales, plazas, teatros y es que el talón de Aquiles de estos procesos muchas veces está en las programaciones artísticas. Lamentablemente las necesidades comerciales hacen concesiones en detrimento de la calidad. “Al público hay que darle lo que quiere” algunos sentencian…pero también lo que necesita. Y ahí es donde cumplen su rol esencial los estudios de públicos, audiencias, modelos de consumo, diseño, impacto…si existen, si son rigurosos.

De ningún modo es loable producir libros y fabricar escritores por cumplir un plan editorial, programar conciertos, espectáculos y abarrotar las carteleras de fin de semana, para establecer dividendos a costa de taquillas repletas y en virtud de lo comercial o lo banal.

No podemos negar los aportes de estas empresas productoras de bienes y servicios culturales a diferentes organismos, instituciones del sector, la enseñanza artística. De ahí la necesidad de abrirse paso no solo en el mercado nacional con propuestas  que alcancen un elevado nivel estético, una necesidad de consumo a través de mecanismos eficientes que estimulen las jerarquías, la creación y un soporte tecnológico para su difusión y posicionamiento.

Tampoco puede descuidarse la necesidad de garantizar el alcance, desde el bolsillo de estas propuestas, mirar al interior de la isla, pensar en el público de adentro, desde cada uno de los gustos y preferencias.

En el caso cubano está claro que toda la creación  artística sobrepasa las capacidades tecnológicas y con ellas la posibilidad de convertirse en un producto cultural. Sin embargo las mayores fortalezas consisten en las opciones de acceso y democratización en torno a los mensajes culturales, las relaciones entre el público y el autor y la existencia de una Política que establece lo que debe producirse y comercializarse acorde a ciertos cánones y valores sociales e identitarios.  ¿Se cumplen a cabalidad? ¿Con eficiencia? Es tema de otro comentario. Lo cierto es que nuestras empresas de producción de bienes y servicios asociados al arte y la literatura, tienen un rol esencial en la salvaguarda de nuestra identidad nacional, desde su coherente articulación con nuestra política,  el compromiso social y la cultura cubana.

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