Tal axioma, expresado el pasado jueves en el Salón de Mayo, podría resumir la conversación que sostuvo Eusebio Leal, el invitado en esta ocasión del espacio Encuentro con…, con el copioso público que colmó esa tarde la sala del Pabellón Cuba, muestra de que es un hombre que genera no solo un enorme interés, sino también una honda admiración; durante sus respuestas –que nos trasladaban del pasado hasta el presente– emergieron infinidad de ideas que bien pudieron figurar en el titular, pero la constatación de cada una de ellas indudablemente generó en mí un silencioso proceso de reflexión interna, necesario en estos tiempos.
El diálogo, conducido por Magda Resik, nos reveló a un hombre enamorado de La Habana, del valor patrimonial que ella encierra, pues sabe y nos ha mostrado que «cuando se rasga el velo de la decadencia aparece la maravilla». De ahí su preocupación actual por la pérdida, cada vez más palpable, de lo conquistado ante la aparición de emprendimientos particulares que desgraciadamente traen aparejado otros intereses. Pero el amor de Leal no es sólo por la capital cubana, sino por la Isla toda; pasión que le nace de la revelación profunda de la historia cubana, de la aceptación de las luces y sombras que han convergido en los procesos que cimientan a la nación, al concepto que de ésta y de la patria se han tenido.
Habló de la carga pesada que significa ser un patriota, «la cubanía es superior a la cubanidad, es un sentimiento que puede sentirse en cualquier ángulo de la tierra […], una cosa es el país, nuestro país es una tierra, es un espacio, es una isla […], el concepto patria es un sueño, un poema, por el que tanto se luchó, […] la nación es el estado de derecho, los símbolos nacionales, la vida en común, respetando a cada cual su espacio pero unidos por una especie de convención, entonces es algo muy pesado porque nos obliga en todo tiempo y espacio […] pero tenemos que admitir esa cubanía con sus luces y sus sombras, con sus virtudes y defectos, […] el concepto de patria no admite naufragios, ni olvidos, está primero en un conocimiento, en una intuición […], el sentimiento está desde la primera palabra, porque uno cree en la madre por fe en ella, ese mismo vínculo misterioso que sentimos por ella, es lo mismo que nos pasa con la patria, sentimos un calor que nos viene de atrás, por eso es tan importante la memoria […] donde hay ese sentimiento de filiación, sea el lugar que sea, ese sentimiento es respetable, la patria es donde se está moral, no físicamente.
De ahí que un hombre como él lleve el peso del compromiso social con su tiempo, con su entorno, con sus contemporáneos, por eso es constante en sus ideas la alusión al conocimiento del pasado, a su entendimiento, para no olvidar nunca de donde hemos partido, «para poder sentir nuestras raíces»; por eso es consecuente su rebelión ante ciertos criterios que aplauden la apropiación de los símbolos patrios hasta el punto de convertir nuestra enseña nacional en un delantal, pues estaríamos en una contradicción ante «un símbolo que reverencian los pioneros en las mañanas, que cubre el féretro de un intelectual, que envuelve a un deportista cuando alcanza un logro después de mucho esfuerzo, pues comienza una vulgarización inadmisible», ante esto confesó que en lo único que se muestra conservador, y recalcó, «en lo único», es con estas cuestiones del patrimonio tangible o intangible.
Fue inevitable no referirse a Carlos Manuel de Céspedes, de cómo le nació su admiración por él, al llegarle como una iluminación a partir del encuentro casi místico con sus documentos privados, cartas dirigidas a Ana de Quesada y especialmente con su diario; donde reconoce a través de las agonías, los desencuentros, la estatura moral en las que se debate este hombre, a quien acredita como la «figura angular» de la historia de Cuba.
Antes los retos actuales a los que se enfrenta nuestro país aconsejó estar con nuestras raíces, esas que en ocasiones olvidamos, es necesario estar con los valores que Martí antepuso a la sociedad esclavista, por eso cree que «esos desafíos serán vencidos, que los cubanos encontrarán el camino». Cada generación tiene que recorrer su propio camino. Seguir hacia adelante. «Lo único que libera al hombre es la humildad de buscar el conocimiento».
Conminado a convertirse en una especie de sabio aconsejador, un hombre de una generación ya pasada, con un humor pocas veces conocido en él, se negó a ser considerado de cualquier edad, una vez más las palabras del Maestro fueron en su auxilio al sentenciar: «yo vengo de todas partes y hacia todas partes voy»; y es que Eusebio Leal, más que el conservador de una ciudad considerada maravilla es un hombre de fe, pero de una fe profunda en el proceso que ha guiado a este país, un hombre con un sistema axilógico que hoy nos convida a ver las sombras para reconocer las luces que hacen imposible que hoy se piense y se comulgue con los posibles naufragios.
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