Macondo, a punta de lápiz

El artista que ha inspirado a músicos, escritores —de quien han hablado vehementemente figuras monumentales de la cultura como el escritor Gabriel García Márquez—, es también autor de una intensa producción visual, que no sólo nos ha hecho descubrir transmutaciones asombrosas en la figura humana, sino la carga emotiva y temporal que reside en cada objeto, sus historias personales y las metáforas en torno a Suyú.

Nuevamente, la Asociación Hermanos Saíz (AHS) retoma sus sesiones de Encuentro con… bajo la conducción de Magda Resik; esta vez para entregar el Premio Maestro de Juventudes a quien construyó para todos el poblado de Macondo a partir de imágenes; quien ha despertado miles de interrogantes en el público al apreciar sus Cucarachas, en las paredes del Museo Nacional de Bellas Artes y su probada destreza para el dibujo. En esta ocasión, el encuentro fue con el Premio Nacional de Artes Plásticas, Roberto Fabelo.

¿Cómo nació en Roberto Fabelo la pasión por el dibujo?

Recuerdo la AHS en la etapa en que se llamaba Brigada José Martí, aunque este es también mi tiempo […], tenía la energía de un niño, yo nací en Guáimaro, afirma. Imitar la naturaleza, los animales fue la primera manera de imitar la forma. Después fui a la escuela de arte, me sometí a pruebas. Quizás ese fue el inicio.

¿Y cómo fue la academia?

Pues el mundo académico ofreció un fortalecimiento del punto de vista técnico, intelectual. Entré a la academia en la década del 60, una década revolucionaria, de contradicciones, pero también de artistas jóvenes que se iniciaban.

Yo sé que para usted no es perder el tiempo la pedagogía.

Trabajé en los tres niveles de enseñanza en Cuba, de profesor en San Alejandro, hice el ISA por curso de trabajadores y me quedé después ahí de profesor. Después no tenía suficiente tiempo, me vinculaba de otro modo, como jurado. En el mundo del conocimiento siempre hay una retroalimentación. La curiosidad misma te lleva a otros niveles, pero también requiere energía, ya que uno se tiene que desplazar a los lugares donde se genera creatividad.

Ahora que han pasado años, la niñez como reservorio, ¿qué es para Fabelo dibujar?

Dibujo desde siempre, es algo incorporado a mí como una necesidad, un vicio. Cuando algunos se detuvieron, yo seguí dibujando. Cuando no me veas dibujando es porque estoy muerto, es vida. Es un instrumento de análisis de la realidad para atrapar cualquier idea nueva que llega. Donde hay una superficie yo no perdono —sonríe— de diferentes momentos construyo un relato paralelo de la realidad. He logrado acumular una suerte de banco de imágenes, algunas originan proyectos.

El dibujo ha sido punto de partida para varias esculturas. Hemos podido disfrutar de varias en la ciudad.

El dibujo tiene una organización, un diseño. Las esculturas han salido de dibujos que me sugirieron o han surgido de los que hago continuamente. Hay azar en lograr transmitir lo que uno quiere con la obra, pero con el dibujo he logrado concebir mis ideas. Hay objetos que tienen efecto sobre mí, como calderos viejos, porque contienen una pátina de memoria. Es la vida dibujando sobre los objetos.

La figura femenina de sus obras no es la tradicional, sus representaciones de la mujer tienen más que ver con Rubens, y los volúmenes.

Todas las mujeres son hermosas. He seguido una línea antropozoomorfa. Son personajes a los que nunca puse límites. Veo la vida en formas, metales. He trabajado sobre objetos y superficies diferentes. Todo tiene una vitalidad y está imantado por el hombre.

Cuba forma parte de algo que inspira a Fabelo.

Tengo una relación telúrica con la tierra, la naturaleza, mi historia personal. Es difícil huir del entorno que uno habita. Tengo una obra donde, incluso, el contorno de la isla tiene la forma de una sirena.

Entre tantos pintores, si se hablara de referentes, ¿cuál ha sido el que ha inspirado a Fabelo?

El cine, la cultura en general; las experiencias personales son parte de mis referentes, tengo gran devoción por la música cubana, la de Silvio también. En los referentes no podría dejar de mencionar a Goya. Lo humano, lo trágico, lo demoníaco, fantástico y el humor, aunque sea humor negro, me marcó desde temprano. También tuve de profesora a Antonia Eiriz con su sesgo trágico y burlesco. Hay que hacer la obra, sacar para afuera lo que tengas, porque la historia no va a recoger lo que no hiciste, lo que no se puso en el gran mosaico.

Podrían decirse —después de tanto arte del bueno— múltiples afirmaciones y juicios exactos, categóricos, sobre la producción de este gran artista. Después de escuchar sus palabras, cada respuesta se transforma en una invitación a continuar con una tradición del buen arte en la Isla. Ante la producción de Roberto Fabelo, quien ya se encuentra en plena madurez de su carrera, sólo me resta guardar silencio. Considero ese el mayor homenaje, guardar el silencio ante la cualidad edificadora de su trabajo. Si no bastara, me quedaría invocar a Aureliano Buendía, para que siempre el lenguaje nos ayude a preservar la memoria, la necesidad perenne de admirar a quien nos ha regalado Macondo, a punta de lápiz.

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