Kamancola y underground

Jorge Elián García Díaz es un joven cubano que rapea, o sea, que canta con esos ademanes que comúnmente los raperos utilizan. Su proyección física, escénica, pudiéramos decir que artística, así lo ratifican.

Pero Jorge Elián García Díaz es un nombre largo, demasiado para un rapero. Así que a él lo llamaremos Jorgito Kamancola porque así es también como le hacen aquellos que, una vez que lo escuchan, no pueden ignorarlo y asisten a sus presentaciones no incluidas en las carteleras de la programación cultural oficial cubana.

No resultó por eso extraño encontrarlo como uno de los artistas que inauguraría con su presencia el pasado Festival HavanaWorld Music. Como tampoco resulta raro encontrarlo fortuitamente por las peñas de la ciudad. Como no resultó ajeno el concierto que realizó en la tarde de ayer en el Patio de la EGREM de Centro Habana, en ese espacio que, dirigido por Ihosvany Bernal, se ha dado en llamar Trovando.

Y como la palabra “kamancola†no aparece en ninguno de los diccionarios que he consultado, decido comenzar nuestra conversación por esa especie de principio que indaga en las intenciones identitarias del joven que rapea, que escribe y que sueña con «comprarle un suspiro a La Habana».

¿Y qué es Kamancola?

Kamancola fue un proyecto que surgió hace ya unos cuantos años, cuando yo trabajaba con el grupo Aceituna sin Hueso. Con los músicos de la banda me grabé un primer demo, rústico, en la casa de uno ellos.

Ese demo fue nominado en el Festival Cuerda Viva. Para ese entonces ya éramos miembros de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) y en ella me gané una beca gracias a la cual comencé a grabar un disco en los estudios de la EGREM (Empresa de Grabaciones y Ediciones Musicales).

En ese proyecto estuvieron implicados muchos artistas buenísimos, con los cuales no tenía ni idea de que un día pudiera trabajar, y la verdad es que el disco me aplastó. De pronto me encontré grabando con el pianista de los Van Van, los metales de Buena Fe, un tema a dúo con Eme Alfonso y otro con Samuell Ãguila.

Durante el proceso de mezcla se involucró Israel Rojas, a quien le había gustado un tema y quiso ser el productor del disco. El resultado fue súper lindo.

Llevé el disco a las disqueras y siempre me dijeron que no había dinero para licenciarlo. Entonces, un amigo mío, Robertico Ramos —quien también fue el diseñador de la imagen del disco—, me habló del crowfunding como alternativa para recaudar fondos, utilizada por artistas de todo el mundo para desarrollar sus producciones.

Me metí entonces en Internet a buscar dinero a través del crowfunding. Logré recaudar la cifra que era necesaria y en España me hicieron mil copias donde tuve también la oportunidad de presentarlo oficialmente.

Así, Antes de que lo prohíban es el primer disco cubano que se hace por crowfunding, desde Cuba. Eso lo convierte en un disco prácticamente histórico, aunque eso se sabrá de aquí a unos cien años, a lo mejor… o no. Hace falta que sea mañana.

¿Continúas siendo el único artista cubano que recurre al crowfunding o conoces de otras experiencias?

Después de mí lo hizo una jazzista, Yissy García. También ella logró recaudar el dinero por esa vía. Lo que quiero es que se siga explotando eso porque hoy el mundo entero se mueve por Internet. Es verdad que en Cuba tenemos poco acceso, pero si se quiere se puede. Yo me colaba donde quería y así fue que lo logré.

Eres conocido por muchos como el rapero del underground ¿Es lo mismo decir underground que alternativo, refiriéndose a la música, en Cuba?

Alternativo creo que es un poco más del tipo de música, más relacionado con el término de la fusión, y underground es más una forma de vida y de pensamiento. Por ejemplo, hay muchos trovadores que son buenísimos y que viven en la vida underground, se graban sus discos, no lo les interesa que nadie se los compre. Tienen canciones aunque no las conozca prácticamente nadie y no quieren renunciar a esa forma de vida.

¿Cómo es la relación entre los artistas underground y la institucionalidad musical cubana?

Lo que pasa es que en Cuba, como se sabe, todo es institucional y hay que meterse en esa dinámica y si no, no es que seas solo underground, sino que eres ilegal, y no puedes ganarte un peso con lo que haces.

La verdad es que las relaciones son bastante complejas porque a mí, por ejemplo, me costó años lograr pertenecer a una empresa profesional. Y de ahí también puede ser que me saquen porque no reporto dinero, pero es que en La Habana, y en toda Cuba, la vida se ha encarecido demasiado.

La mayoría de los sitios en los que se puede tocar, la entrada solamente cuesta 50 pesos en Moneda Nacional y entonces tocas casi siempre gratis. En esos casos se le paga al lugar, pero al artista no le corresponde nada.

Yo, sinceramente, me siento mal cobrándole a mi público 50 pesos para que me vean cantar. Cuando hice la presentación de mi disco en Cuba, en la sala de conciertos del Museo Nacional de Bellas Artes el teatro se llenó, pero la entrada era solo de 10 pesos.

La gente sabe que yo existo, hay un público que le gusta, de alguna forma, lo que hago, pero no tiene dinero para pagar por mí y la verdad es que tampoco quiero que lo paguen porque siento que es una injusticia. No voy a hacer bailar a la gente: lo que yo quiero es que las personas escuchen lo que creo, y me duele mucho que alguien tenga que pagar tanto para eso.

Coméntame tus experiencias durante tus estancias por países como España, Bélgica y Nicaragua

Fue súper especial, porque me involucré con otras formas de vida, conocí muchísima música. Pude conocer a muchos artistas y además el público estuvo súper bien, toqué como no pensé que fuera a tocar. Creo que deberíamos viajar todos. Me cuadraría que todos los cubanos tuvieran la misma experiencia.

De manera general, el músico, y todo artista, necesita influirse de las corrientes que van surgiendo; y en Cuba, todo el mundo lo sabe, estamos un poco alejados de eso, mientras que afuera puedes interactuar con todo tipo de música. De esa interacción salen un millón de temas.

 

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