Dos más dos igual a cinco

Pensar el poema; actuarlo después como quien construye edificios de bloque y palabra. Símiles como enlaces para un mundo mejor o peor (la poesía no distingue lazos entre forma y lenguaje, mucho menos distingue las pobres simetrías que los seres humanos se encargan de crear para divisar mejor el borde, la frontera, la fractura). Hacer el poema y después verlo tambalearse sobre la leve gracia de los durmientes, como palabra escrita, como cascada. Medir los vértices y transformarse en escribiente, en escriba, ¿en escritor?

Antonio Herrada se sienta a la orilla del camino y elige no volver la vista atrás, ni siquiera para ver la senda que nunca se ha de volver a pisar. Antonio elige dibujar sus asimetrías como vórtices diferentes del pensamiento. Otras formas de expresar lo inexpresable. Composiciones poéticas que traspasan las fronteras de la estructura para convivir en la diáspora, junto a ese otro algo que no sabemos como nombrar (la maldición del agua por los cuatro costados, o quizás la insularidad del que añora la noche como una patria más).

En el comienzo de este cuaderno (Asimetría, Ediciones La Luz, 2015), el poeta se sitúa en el mar de los ancestros para invertir el proceso de anclaje al pasado. Hay un mundo prefijado y estacionario del cual se espera él forme parte: «Yo quería ser el agua / pero me hicieron barco.»

En esta lucha (no batalla campal, tal vez roce de contrarios) por zafar amarras y transformar(se) por sí mismo se desarrolla la primera asimetría llamada Herencia; en la cual destaca para mí el poema «Volverse». (El propio título marca el tono de lo que se convertirá en leitmotiv a lo largo del cuaderno).

Volver(se) para mirar atrás y volver(se) para cuestionar, poner en tela de juicio sin criterios predeterminados o banderines que mostrar, el mundo heredado y los personajes que interactúan en él: padres, madres, hermanos, héroes sin nombres que «están naciendo / creciendo / lejos de la casa de mi infancia.»

El sujeto lírico, guiado por el empirismo de la situación en la que se ve inmerso, va poéticamente evolucionando en su propia historia épica. Adquiriendo en cada fragmento raciocinio y voluntad. Convirtiendo los pedazos de voz que se le escurren rodando por las alcantarillas en gritos para los cuales nadie tiene oídos. Se comporta «como guerrero silencioso en un mundo donde todo crece adentro.»

(A)dentro a modo de referencia díptica. Mímesis para dos conceptos que por iguales se repelen para crear una especie de símbolo lingüístico. (A)dentro como centro. Espacio íntimo del yo donde a veces crecen ciudades y nacen padres. (A)dentro también es «jaula sin barrotes». Intertexto del espacio físico que puede ser la ciudad rellena de murallas o de casas que no serán bosque para las aves que picotean.

Solo en algunos fragmentos del cuaderno, el protagonista que –a veces termina «en la mitad cercada de las cosas»– parece desaparecer para que sean otros los motivos de inspiración, como por ejemplo mirar un cuadro de Lester Campa o las Edades Intermedias que se van distribuyendo en uno, dos y tres como un ciclo evolutivo: ¿infancia, juventud, vejez?, ¿nacer, crecer, morir? El punto de vista más allá de la razón: «Dios los señaló con su dedo –ellos se sintieron señalados–…»

El autor hace uso de una poética minimalista y el lenguaje directo para describir imágenes desbordantes de sensaciones e impresiones. El ánimo intrépido y salvaje de la juventud que se preocupa por definir(se), descifrar(se), por protagonizar su propia revolución.

Rebeldía y nostalgia como recordatorios de que no todo lo que se sueña siempre va a estar ahí al despertar (ni siquiera hay constancia de que nuestra realidad no sea siempre el sueño de alguien más). Resistencia al símbolo, a las geometrías que comprimen y asfixian (dos más dos no siempre es igual a cuatro). Buscar la diferencia, la línea de fuga, el borde que hay más allá de este borde y no dejarlo ir (o, por lo menos, tratar de no dejarlo ir).

La poesía tal vez no nos lleva hasta allá, pero por lo menos nos acerca. Queda después caminar y, como hace Antonio Herrada, sentarse a la orilla del camino para ver lo que falta por recorrer (la asimetría, el sendero de hierba quemada por el sol, las plantas invasoras), sin ponerse a volver la vista atrás.

Porque, ya se sabe, ¿qué resolvemos con ver la senda que nunca se ha de volver a pisar?

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