Rubiel GarcÃa González
Presidente Nacional de la Asociación Hermanos SaÃz
A ella llegué, cuando era estudiante, por medio de Luis y Sergio SaÃz Montes de Oca, en mi incipiente conocimiento acerca de esos dos gigantes que vieron truncas sus vidas con apenas 17 y 18 años respectivamente. Pero fue solo cuando ingresé a esta familia de intelectuales y artistas jóvenes que es la Asociación Hermanos SaÃz, que conocà verdaderamente a la martiana, la maestra ejemplar, la esposa amorosa y la madre satisfecha.
Recordarla no se debe limitar solamente a memorizar un pasaje de su prolÃfera vida, prefiero no olvidarla, como me enseñaron Fernando, Alpidio y Morlote, quienes también presidieron la AHS. Conocerla y vivir de cerca su historia, fue un privilegio que nos dio la vida. En mi mente quedará grabado cada segundo que pasamos juntos, tratando de escudriñar el origen de su fuerza para reponerse alos golpes más duros que en su existencia centenaria enfrentó, desde su natal San Juan y MartÃnez, en Pinar del RÃo.
Cada visita a su casa —por cualquier motivo— comenzaba y terminaba con poemas (algunos realmente muy pintorescos). Hablaba con mucha pasión de MartÃ, y de la influencia de su esposo en la educación de sus párvulos para que fueran hombres de bien. Nunca dejó de enseñar, de sentirse útil y de mantener un saludable sentido del humor.
Cuando en una ocasión le preguntamos por sus hijos, nos dijo: «mis dos hijos pueden sentirse contentos y orgullosos», al referirse a la labor de los jóvenes artistas que siempre la han acompañado desde la AHS. Como Maestra de Juventudes nos convidaba a los más nuevos a ser «muy honestos, muy trabajadores, que siguiéramos la Revolución y que lucháramos hasta el último momento». Esa es la Esther que no olvidaré y la que le mostraré a mis hijos.
Foto de portada: Archivo AHS
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