Conocí a Diana Castaños mientras leí una de sus columnas en el portal CubaSí. La descubrí escritora cuando recordé su nombre en la lista de premiados del Calendario 2015, específicamente en el apartado de literatura infantil.
¿Cómo llegas a esa variante de la escritura, tan alejada de lo que es la prensa en sí?
El acto creativo que es escribir nace en mí sin discernimiento de género. Si es narrativa o periodismo, es —considero— apenas una cuestión metodológica. Todo texto implica un período de gestación. Una maduración de una impresión, un discernimiento en lo oscuro, en lo indecible, en lo inconsciente.
Sin muchas vueltas Diana confiesa que escribir es para ella más que un hobby, mucho más que una simple vocación o un momento para volcar sus ideas imaginación mediante.
Yo escribo. Lo he hecho desde siempre y lo haré mientras tenga vida. Pero eso tampoco importa. El tiempo no importa. Escribir significa no calcular ni medir; madurar como el árbol que no apremia su savia y se yergue confiado en medio de las tormentas de primavera, sin miedo a que después pueda no llegar el verano. Porque el verano siempre llega.
Cuéntame del texto con el cual ganaste. ¿Cuál es la historia?
No quisiera contar el argumento de No hay tiempo para festejos. Porque contar el argumento es definirlo y clasificarlo, y eso de alguna manera es también encerrarlo. Decir lo que es, es también negar lo que pudiera ser. Y si algo me propuse en esa novela era que hubiera muchas corrientes de sentido, muchos mundos pululando por existir debajo del mundo que mostraban las palabras lineales. Quería que fuera una historia para todas las edades, una historia para la infancia en toda la extensión de su palabra. Que fuera una novela que la pudiera leer un adulto y entender. Que la leyera un niño y entendiera. Que ambos, el adulto y el niño, se miraran con la complicidad de saber que están entendiendo cosas diferentes, y así y todo comparten del texto la asimilación de su fuerza poética y sus ritmos propios y vehementes.
En esas salidas que siempre tienen los escritores Diana me da una respuesta que no espero, pero siembra en mí el deseo inquebrantable de ya tener el libro en mis manos.
Los niños ¿Cómo te gustaría que recibieran este trabajo?
Como un rayo de luz que camina hacia el fondo del agua… y se queda luego suspenso por un rato. Como un aeroplano ciego palpando el infinito. Como un mástil pidiendo viento. Con su cabello levantado, la gloria en sus ojos y una sonrisa como estandarte. Y si no fuera mucho pedir, que vieran a partir de entonces las estrellas en todos los sitios donde pusieran los ojos.
¿Qué retos impone escribir específicamente para ellos?
Escribir para la infancia implica escribir desde el corazón, jamás desde ninguna otra parte. Es ubicarse en el rincón más sensible de una misma, encontrar dentro de una esa exaltación interna, ese viento de océano que hace que una escriba, y enfocarlo con sinceridad. Sin posturas rebuscadas, sin hipocresías, astucias o fingimientos. Es desnudarse en cada línea: «Esto es lo que soy, nada menos y nada más».
Háblame de las columnas que mantienes en CubaSí y Cubahora
El género columna me da la oportunidad de crear cierta intimidad con el lector. Como mismo hago con la narrativa, me desnudo. Lo que soy, mis puntos de vista, mis aciertos, mis desolaciones, y de alguna manera también, los preceptos que me rigen. Es un acto de valentía que le admiraba desde niña a los columnistas de antaño y que me sigue embelesando con los columnistas de ahora.
Normalmente la creación implica un acto de soledad. Normalmente las obras creativas son soledades infinitas. Pero con las columnas ese acto de soledad finaliza cuando son publicadas. Tanto en «Ojos que miran», columna de cine en Cubahora, como en «De Cuba su gente», columna de historias que llevo en Cubasi, recibo tantos comentarios, tanta implicación por parte de los lectores, que siento que termina con ese nivel de comprometimiento que lleva a la interacción, mi soledad. Porque con las acotaciones de las personas —gracias a las características de la web 2.0— comienza entonces una cierta polémica, un intercambio de opiniones de carácter estético-crítico que me hace sentir que comparto algo, que no estoy creando sola sino para alguien y que ese alguien espera que lo haga. Entonces el proceso creativo se vuelve aún más un acto de amor. Porque amor es compartir. Siempre compartir.
Desde tu perspectiva, ¿por qué caminos va la literatura escrita por jóvenes de nuestro país?
Yo trabajo en el Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso hace seis años. Sé con exactitud que hemos graduado —el plural es por el sentido de pertenencia con el Centro— más de 800 jóvenes escritores, que hoy se llevan los galardones y méritos de cuanto concurso literario hay en el país. Si bien el talento no se enseña, sí puede guiarse. El Centro Onelio es una base y una escuela. Un referente y un camino, un estilo de vida. La literatura escrita por jóvenes de nuestro país es el Centro Onelio.
¿Tienes algún otro proyecto en mente? ¿Cuál?
Tengo tres novelas más escritas, y estoy en estos momentos escribiendo una cuarta, que me deja, cada vez que adelanto alguna página, cubierta las entrañas de una temperatura insoportable. Por eso cuando le dejo me pongo a hacer la investigación periodística para el Centro Pablo, con motivo del Premio Memoria, que gané este año. Entonces me siento tranquila y pacificada. Y ahí, entre esos dos proyectos, camino, llena de ese irresistible pero delicioso vértigo de estar creando.
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Muchas Felicidades, Diana!!!
Éxitos en el futuro….