«Necesito pintar para pensar» fue la frase que me quedó grabada después del inventario realizado recientemente por el joven artista Miguel Alejandro Machado en la Fundación Ludwig de Cuba. Estudiante de 5to año de la Universidad de las Artes, Machado ha encontrado en la pintura el camino para contar sus historias. Y digo contar porque es inherente a su producción el carácter narrativo.
Si bien sus inicios estuvieron más relacionados con la idea expresionista del paisaje y las maneras en que se introducen los productos en la publicidad, las piezas que hoy presenta como parte de su proyecto de tesis son mucho más sólidas. Ante su vocación por la pintura la pregunta se impone: ¿Cómo hacer pintura después de tanta pintura y de una academia repleta de pintores?
Machado se las arregla. La historia de la pintura está en sus cuadros y, al mismo tiempo, recurre al pastiche, a historias creadas por él mismo, a referentes accidentales. En Machado, aun  joven, ya la pintura es más que la frÃa conjunción de varios estilos de la vanguardia. Los cuentos son asumidos como situaciones y los objetos encontrados son también proveedores de historias. Hay cita de todo tipo —revistas y libros de arte— en sus trabajos.
 Precisamente, ello lo lleva a realizar estudios de personajes, color, composición y movimiento. Desde el 2012, con Impulsos apolÃneos —su conocido cuadro, elegido recientemente como parte del evento Arte y Moda 2014—, la experimentación con el medio se convirtió en un factor fundamental de su trabajo.
La mitologÃa y la poesÃa afloran de sus cuadros, pero también se dan cita los dioses, Nietzche y la mitologÃa griega. Sus últimas series: Cisnes (dios sucede), Los unos contra los autómatas, Un don Juan, e Infinito, constituyen un work in progress para su ejercicio de culminación de estudios. En la primera toma protagonismo el cisne pero como figura poderosa, simbólica, que evoca a diferentes estados de ánimo. En la segunda, el bombardeo de imágenes gráficas, ya sean provenientes de un análisis racional o de la propia historiografÃa del arte, constituyen el tema que da vida a un sinnúmero de personajes donde destaca el centauro cebra.
En Un Don Juan puede decirse que se narra el amor entre un tigre y una flor azul, pero quizás el espectador descubra mucho más o prefiera el reposo que ofrecen los paisajes de playa de Infinito. Un infinito donde el marco se desdibuja entre veladuras.
Miguel A. Machado también aboga por los lenguajes heredados de la Historia del arte desde la estética expresionista, aunque con la distinción de un denso y brillante cromatismo que podrÃa emparentar con el llamado barroquismo a lo Portocarrero. En este artista la pintura es a la vez formas, texturas, evocación, placer y refugio. La verosimilitud y el simulacro se dan cita en el naturalismo de la pieza y el encubrimiento de las verdaderas intenciones del creador. Un doble juego donde la obra final es simultáneamente seducción y trampa, una dualidad creada a tono con las travesuras de Apolo y Dionisio.
Soy del criterio de que lo mejor de Machado está por venir. Tal vez nos sorprenda el 16 de enero en la GalerÃa Carmelo González de la Casa de Cultura de Calzada y 8, en el Vedado, cuando presente su próxima exposición personal. Tal vez los que nos encontremos en ese espacio nuevamente veamos que, aunque existe una linealidad instituida en la narración de toda historia escrita, cuando se trata de la pintura de Miguel A. Machado la obra es también influencias externas, porosidad, sÃmbolo y palabra. La obra es al mismo tiempo lenguaje e imagen: prosa transfigurada, mediante el color, en poesÃa visual.
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