Además de acuñar una de las frases más famosas de la ciencia ficción: Klaatu barada nikto¹, la cinta The day the Earth stood still (Robert Wise² , 1951) —más conocida entre el público hispanoparlante como Ultimátum a la Tierra—, estableció importantes paradigmas discursivos y conceptuales en el cine adscrito a este género.
En primer lugar, construyó el carácter, muchas veces retomado en la Historia del cine, del enigmático visitante extraterrestre, pacífico y de infinita superioridad espiritual e intelectual, Klaatu, —encarnado por Michael Rennie—, quien, en vez de domeñar a la civilización inferior, busca dialogar con los seres humanos, conviviendo con ellos —y asumiendo Carpenter como nombre terrícola, o sea Carpintero, justo el oficio de Jesús— cual Cristo interestelar.
Sobre semejante concepción se sustenta el propio Eliseo Subiela para construir su más surrealista e insondable Rantés, de Hombre mirando al sudeste (1986), con su correspondiente versión estadounidense de K-Pax (Iain Softley, 2001). La Leeloo de El quinto elemento (Luc Besson, 1995), ser universal de perfección inconmensurable, capaz de eliminar el Mal en su estado abstracto, también bebe de Klaatu; así como el ultrapoderoso mutante Doctor Manahattan de la novela gráfica Watchmen, de Alan Moore —adaptada el cine por Zack Snyder en 2009—. Incluso el E.T: El extraterrestre (1982), de Steven Spielberg, toma de Ultimátum… no sólo el tono pacífico, en este caso sublimado en verdadera indefensión, sino al niño como único ser capaz de comunicarse con seres ultraterrenos, desde la pureza y la sinceridad.
En una perspectiva más amplia, la cinta de Wise también revierte por completo la concepción xenófoba del alien como cruel agresor de la humanidad, que aún prevalece en enorme proporción en numerosas cintas sci-fi, desde las franquicias fílmicas de Alien y Depredador; las diferentes versiones de la novela de H.G. Wells, La guerra de los mundos La cosa de otro mundo (Christian Nyby, 1951) —con su remake de 1982, intitulado La cosa (John Carpenter)—; hasta la muy patriotera Día de la Independencia (Roland Emerich, 1996) y la sardónica distopía Starship troopers (Paul Verhoeven, 1998).
Utimátum… se aleja por completo de la corriente antropólatra y coloca a la Humanidad en el estrado subrayando lo altamente peligroso de su irresponsabilidad, su paranoia, su prepotente empleo de la tecnología —en este caso la nuclear, apenas a un sexenio de los lanzamientos de las bombas atómicas en Japón— para dominar al prójimo y no para amarlo, hasta constituir su industria bélica un problema de dimensiones universales.
De ahí la advertencia que busca hacer Klaatu a los líderes del mundo de posguerra al cual arriba, tan terrible como el proverbio que reza «el que a hierro mata a hierro muere». Este nuevo Mesías no trae un mensaje de paz a un pueblo sordo que igualmente lo agrede y lo persigue como a Jesús, lo crucifica a tiros hasta morir y luego resucitar gracias a tecnologías desconocidas. Envestido de todo el poder de la galaxia poblada por una comunidad de mundos en paz, refrenda el postrero Apocalipsis de San Juan con todo su horror. Poco importa ya que los humanos se devoren entre sí como lobos enloquecidos, mientras su poder destructor no trascienda los límites planetarios y por ende el equilibrio de la gran comunidad interestelar. Tema este reasumido por un tan bienintencionado como (encantadoramente) catastrófico Ed Wood en su magna obra Plan 9 del espacio exterior (1956).
Más allá de credos, políticas y cosmovisiones, el egoísmo del ser humano se revela en esta temprana cinta como el verdadero y definitivo peligro, sentando las bases para toda una filmografía en la cual resaltan obras recientes como la multimillonaria, pero nada ingenua, Avatar (James Cameron, 2009) y la interesantísima Distrito 9 (Neill Blomkamp, 2009), respectivas críticas a las guerras de rapiña imperialista —así mismo, con todas sus letras— y al sudafricano régimen del apartheid.
Volviendo a la perspectiva iconográfica, también el mortífero autómata Gort se suma al selecto círculo de robots cinematográficos de alto impacto cultural, encabezado por la creación del científico Rotwang, de Metrópolis (Fritz Lang, 1927); Robby el Robot, de El planeta prohibido (Fred McLeod Wilcox, 1956); el dueto R2-D2 y C3PO, de la saga Star Wars; los inefables Terminator y Robocop, con sus franquicias homónimas; el depresivo Marvin de La guía del autoestopista galáctico (Garth Jennings, 2004); sin menospreciar para nada la robótica nipona animada, encabezada por Tetsujin 28-gō; Mazinger Z y Gran Mazinger; Voltus V; Baldius (conocido en Cuba como Yaltus), y muchos otros.
Ultimátum… destaca además por el tono realista y sobriamente minimalista que Robert Wise³ le imprimió , donde se dejan sentir los aires del cine negro y de espionaje, con tonos explícitamente políticos. Se aleja de la espectacularidad epatante, con el justo e imprescindible empleo de los efectos visuales y especiales, cuya extrema senectud, rayana en lo ridículo si se analiza individualmente, no determina para nada la vitalidad general de la cinta; víctima en 2008 de un fallido y extemporáneo remake que apostó por la visualidad rutilante, el thriller y la sensiblería —sabiamente evitada por Wise—, dejando a un lado las concepciones más profundas e importantes del original.
¹ Frase de significado no aclarado nunca, pero que resulta como un comando de emergencia que en la cinta se le dicta al robot Gort en caso de muerte de su superior Klaatu, para que proceda a resucitarlo mediante tecnologías médicas hiperavanzadas. Los créditos indican la participación de un asesor en idioma Sánskrito, idioma mediante el cual se podría traducir como: «el camino de Klaatu se ha cerrado», o «ha acabado», o sea «Klaatu ha muerto».
² Ganador dos veces del Premio Oscar al Mejor Director por los muy famosos musicales West Side Story (1961) y The Sound of Music (1965), más conocida como La novicia rebelde.
³ La segunda cinta de ciencia ficción dirigida por Robert Wise, La amenaza de Andrómeda (1971), también trasunta este hálito realista, con un más pronunciado tono científico.
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