Cultura y Revolución con Barnet en La Caldera

Esta tarde, los palcos de la peña La Caldera, esta vez realizada en la sede de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, no alcanzaron para tanto público. La razón de tanta concurrencia fue la presencia de Miguel Barnet Lanza, invitado del encuentro y que se encontraba en Santa Clara para recibir el título en Doctor Honoris Causa de la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas.

El poeta, escritor, novelista y etnólogo comenzó el diálogo con detalles interesantes de sus orígenes, su adolescencia y posterior formación intelectual.

«Nací en el Vedado, en una familia de clase media. Mi padre trabajaba en una empresa norteamericana y tenía un buen salario. Habían, incluso, dos carros, siempre el carro del año. Mi madre tenía un cheverolet que nunca usó porque le gustaba estar en casa esperando la llegada de mi padre. Era la típica mujer amorosa dedicada a su esposo. Para nosotros la vida era cómoda. No puedo decir que mi familia pasó hambre ni mucho menos. Sin embargo, el barrio donde yo vivía estaba lleno de batistianos y judíos.

«Frente a mi edificio estaba el Solar Miami, donde vivían negros, mulatos, chinos…cualquiera menos la familia burguesa. Desde la ventana de mi casa yo veía la entrada y salida de toda aquella maravillosa, abigarrada, acrisolada y heterogénea especie humana que era tan distinta a mi familia. Por supuesto, mi familia no sabía nada de la curiosidad que tenía sobre aquel mundo. Allí se daban toques de santos, de palo de monte… todas esas cosas. 

Siendo aún joven, Barnet ingresa a una de las escuelas protestante aunque él agrega haber sido «protestón» y no religioso. «Jamás fui religioso. Mucha gente piensa que tengo hecho el santo y que tengo los collares, que tengo la mano de Orula y todas esas cosas, pero lo que sí tengo es 226 santos en la casa porque lo que me gusta son los íconos».

El autor de Biografía de un cimarrón (1966) y Canción de Rachel acotó que en su casa no se acostumbraba a leer clásicos de la literatura, ni siquiera revistas de alto contenido científico.

«Se leía Vanidades, el Reader Digest y unas novelitas de Corín Tellado que le gustaban a mi tía solterona. Yo no tenía para donde virarme. Afortunadamente tuve un amigo que me invitó al Liceo y había una buena biblioteca allí. Como estudiaba en una escuela americana me puse a leer en inglés y en español todo lo que encontraba. Cuando cayó en mis manos Charles Dickens, Mark Twain y Edgar Allan Poe, mi vida cambió completamente.  Me di cuenta de que había otra dimensión, que había otro registro».

Miguel Barnet, presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, refirió, además que su conciencia antibatistiana fue creándose cuando asesinaron a sus amigos. «Me entró una rabia muy grande», dijo. «El triunfo de la Revolución Cubana fue un alivio porque dejaron de matar a mis compañeros, entre ellos a Oscar de Varona. Se había acabado la tiranía siniestra. Era muy joven. Tenía apenas 18 años. Yo, por supuesto, no sabía nada de lo que era socialismo, no tenía aún una conciencia política. Sí sabía que aquello fue una liberación. Mi padre siempre fue muy izquierdista. Sus hermanos se habían ido y él se había quedado en Cuba».

El también ganador del Premio Nacional de Literatura en 1994 recordó como lo catalogaron como el más joven que asistió a las Palabras a los intelectuales, de Fidel Castro. Conversó, a propósito, sobre la década de los sesenta, del texto Biografía de un cimarrón y a los aspectos positivos y negativos en el decursar de la política cultural de la Revolución Cubana.

«Allí había, diría yo, iconoclastas, transgresores, católicos, protestantes, gente de extrema derecha, de toda la prensa, intelectuales que yo no conocía que eran mayores que Fidel. Fidel era un niño, tendría 34 años cuando eso. Era un joven que le estaba hablando a Jorge Mañach, a Lisandro Otero, a Roberto Agramonte, a Graciela Pogolotti, a Alejo Carpentier… Esas palabras a los intelectuales fueron una iluminación. Primero, porque era el proyecto que le daba continuidad a La Historia me Absolverá  y era el trazado de la política cultural que se iba a instalar en el país. Ahí el dijo la frase que fue muy mal interpretada luego.

«Las cosas hay que verlas dentro de su contexto histórico. Interpretar qué era eso en aquel momento, qué significaba. Él habló de libertad de formas, de libertad de expresión. Los que vivían en el capitalismo se asustaron porque pensaron que venía para acá la represión o el Stalinismo. Afortunadamente no pasó. Aquello fue una gran lección para mí y me estimuló mucho, no solo por sus fundamentos teóricos sino por el discurso. Fue un discurso diferente, abierto, coloquial y franco ante la prensa, diferente a las deliberaciones que se hacían por la radio».   

Durante el encuentro se dialogó también sobre los retos culturales de hoy ante la penetración foránea y el destino de la cultura en Cuba. A La Caldera asistieron, además, Luis Morlote, vicepresidente primero de la Uneac y diferentes personalidades invitadas de la cultura villaclareña. 

Tomado de: Vanguardia

Foto de portada: Sadiel Mederos Bermúdez, fotógrafo de Vanguardia  

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