Si la realidad es una ficción, el único compromiso que nos enlaza a ella es nuestra subjetividad. De hecho, solo vemos de la realidad lo que deseamos ver.
Elvia Rosa Castro
Muchos estiman al hombre como un microcosmos del universo, comprenden el cuerpo humano como reflejo del mundo, y lo consideran un espacio de re-significación de particularidades solo comprensibles desde su universalidad. El artista de la plástica Rafael Villares, emulando este criterio, hace que reparemos en las correspondencias morfológicas que existen, aunque en diversas escalas, entre los ríos, raíces, rayos, arterias y venas.
Elementos aparentemente distantes (ríos, raíces, rayos, arterias, venas) se nos presentan en una estrecha relación que solo responde, en primer momento, a semejanzas de graficación formal. Pero si sobrevolamos otros niveles semánticos, hallamos la otra posibilidad: los acentos se están colocando en la cualidad que caracteriza al trazado de estas formas, es decir, sobre su naturaleza imprecisa e irregular. El trazado, atendiendo a estas cualidades, pudiera reconocerse como metáfora de algo mayor: la vida. Esta última de seguro si fuera diagramada presentaría bifurcaciones, espacios de afluencias, puntos donde los cauces o venas se engrosan, otros donde los torrentes se estrechan.
Las connotaciones de los elementos no nos permiten deslindarnos de cierta lectura donde el tema principal es un homenaje a la organicidad de la vida, esa que incluye un inevitable final. El rayo señala el dinamismo, es potencia creadora y a la vez luz fugaz, indominable. El río bien refleja la irreversibilidad del transcurrir, el paso del tiempo y su inevitable acción transformadora sobre las cosas. Las arterias o venas son los canales que garantizan la circulación de la sangre, donde se transporta el oxígeno preciso. Las raíces son símbolo del crecimiento, fuerzas originarias de la generación y la regeneración de la vida.
Morfologías del Eco ofrece la oportunidad de reparar en esas esencias que se diluyen en la praxis cotidiana, donde la percepción de casi todo los que nos rodea y conforma, al final termina siendo simplificada por un proceso de automatización de la existencia. Las equivalencias numéricas que ofrecen los datos expuestos en el catálogo, en un primer momento, podrían parecernos relaciones establecidas como consecuencia de un enloquecimiento. Como si Villares padeciese cierta perturbación anímica con una idea fija: «El 80 % de las raíces de alrededor de 3 trillones de árboles cayeron una vez en forma de rayo. 1 millón 800 mil de sus ramas son semejantes al 30 % de los ríos (…) De los 100 rayos que caen cada segundo, 90 son arterias o venas».
Las cifras son la prueba, el resultado de una búsqueda obsesiva por establecer una relación que algunos podrían considerar absurda —qué tendrá que ver un rayo, con una vena, arteria o raíz—. Se plantea en forma estadística, como una manera de «dotar de cientificidad» la información. Esta acción de Villares funciona como subterfugio en pos de alcanzar un fin mayor, diríamos siguiendo a Nietzsche: el propósito último será desgarrar de repente a través del arte el tejido de conceptos —esos que parten de un pensamiento racional y suponen una oclusión de otras posibilidades cognitivas— para así hacer al hombre despierto creer que sueña. Sus piezas permiten avisar el milagro de las semejanzas en los elementos más ajenos, susceptibles de diversas lecturas significativas.
La exposición Morfología del Eco muestra los intereses hacia los cuales Rafael Villares se inclina desde hace varios años. Su pauta de realizar trabajos donde el receptor se somete a obras que desestabilizan su pensamiento lógico-racional y lo abocan a la experimentación de nuevas impresiones sensoriales, sigue haciéndose presente. El vínculo coherente con su discurso creativo de hace varios años, sobre todo con algunos trabajos como Respiración (2008), Sobre la soledad humana (2009), Paisaje itinerante (2012), Me incomoda tu serenidad (2013), se percibe en su usual apropiación de elementos naturales como raíces de árboles, maderos, así como en su tendencia a convertir a la naturaleza en protagonista de las piezas. La problematización, desde distintas aristas de la relación del hombre con esta última (sobre todo a partir de obras donde la experimentación sensorial cumple un papel primordial), se revela como uno de los complejos asuntos abordados por Villares. La naturaleza en su más amplio concepto es su intérprete recurrente. El creador la re-contextualiza, la moldea y nos pone frente a ella, como advirtiéndonos: «¡aún no se han agotados los motivos para su contemplación!».
Se ha convertido en tema a destacar, dentro de la obra del artista, la efectividad de sus instalaciones. El empleo y juego que realiza con diferentes medios y lenguajes de creación han actuado generalmente como propulsores del diálogo y la interacción activa de los receptores con su arte. Sin embargo, Morfología del Eco nos deja con deseos de un mayor aprovechamiento de las posibilidades de este medio. Es decir, nos marchamos ávidos de observar un trabajo instalativo donde se hiciese sentir la hondura de la acción re-semantizadora del arte. Nos tropezamos, en cambio, con una redundancia yerma en torno a la idea curatorial. Eco # 9, la instalación presente en la muestra, resulta carente del poder relacional que usualmente percibimos en obras anteriores. Por ello, las fortalezas de la exposición se encuentran en otra parte, allí donde Villares logra hacernos sentir que lo que conocemos, continúa siendo susceptible de ser visto con nuevas miradas (Eco # 4, Eco # 5, Eco # 6, Eco # 7). Las obras deben su gracia, justamente, a que discurren de tal forma sobre lo que estimamos saber, que sugieren un estado de continuo redescubrimiento de lo que nos rodea.
Foto de portada: Corresponde a la exposición “Eco” por Rafael Villares tomada de FCBC
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