Yordis Monteserín: historias comunes de personas comunes

En el año 1993, en el prólogo del libro Los últimos será los primeros, Salvador Redonet expresaría, sobre los que el mismo llamó novísimos narradores: «…aparecen estos creadores y estos textos, trasgresores de herrumbrosas trasgresiones, colocando una gran lupa sobre nuestras virtudes y nuestros defectos, nuestros más y nuestros menos, aquí y ahora; y sobre todo, con la acertada cristalización estética; lo cual les permite llamar, con eficacia, las cosas por su nombre, aunque (no) sea el de la rosa».

Dicha antología, y las palabras de presentación que la acompañaron marcaron, quizás sin saberlo, parte del camino de la narrativa que se escribió a partir de entonces. No solo porque algunos de los antologados se convertirían, años más tarde, en las principales voces de su generación, sino también porque dicha estética se fue replicando, unos con más acierto, otros con menos, hasta nuestros días.yordis-cubierta

En ese colocar «una gran lupa sobre nuestras virtudes y nuestros defectos» influyó la persistencia de un período especial que se encargó de que las miserias materiales y humanas de los cubanos florecieran y que sirvieran, a su vez, de caldo de cultivo para los narradores.

Afloraron las jineteras, los buzos, las manifestaciones de una homosexualidad exhibicionista, la homofobia más brutal, la lucha por el poder, la violencia extrema dentro y fuera del hogar; todo como reflejo de una sociedad que iba sustituyendo los valores morales por la necesidad de sobrevivir en una selva en la que se imponía la ley darwiniana de la selección natural.

Esto se tradujo en que mucha literatura, desde entonces y hasta ahora, aun cuando no atravesamos ya esos años de violenta crisis, se conformara con lo puramente anecdótico, lo superficial, aquello que en primera instancia asombra al lector por el suceso, quizás terrible, pero que una vez terminada la historia, no se recuerda siquiera.

De buenas a primeras el hombre dejó de ser un humano con sensibilidad, con afectividades, tristezas, alegrías y dudas para convertirse sólo en el ser social que, como parte del medio en el que se recrea, tiene que construir o destruir y, sobre todo, sobrevivir a expensas del otro.

Es por eso que en medio de todo ese amplio mar de libros similares, salvando siempre nombres, uno se gratifica cuando descubre a un joven que, alejado de modas, estéticas ¿novedosas?, y evitando tecnicismos rimbombantes o experimentos del lenguaje, construye historias en las que se expone la condición humana, esa que provoca estremecimientos únicos en el lector.

Los perros del amanecer (Premio Celestino, Ediciones La Luz, 2013) es el tercer libro de Yordis Monteserín —al que le anteceden Farewell en re menor (Premio Sed de Belleza, Editorial Sed de Belleza, 2008) y Adagio del ángel caído (Editorial El Mar y la Montaña, 2011)— y de cierta forma este tercer libro viene a cerrar un ciclo que se abriera con su primer texto publicado. Como en los anteriores, en cada uno de los cuentos de Los perros… cobra más fuerza la historia que no se cuenta, esa que subyace escondida detrás de cualquier suceso, doméstico diría una amiga, que el autor escoge para solapar sus verdaderas intenciones.

Si alguien me preguntase cual es el eje central de este libro diría que la tristeza. La tristeza que se oculta detrás de cada uno de los personajes, incluso los más alegres. A ella se suman la soledad, la frustración, la incomunicación entre los hombres. Pero el verdadero logro está en que el autor no se regodea en la tristeza misma, provocando un discurso lacrimógeno, sino que se conforma con contar historias comunes de personas más comunes aún, detrás de las que se descubre la soledad que los acompaña.

Más que describir escenas prefiere describir escenarios en los que los protagonistas se mueven cargados de una atmósfera gris.

«Recostada en el asiento, la vieja Rosa dormita frente al televisor. Las imágenes de la pantalla se proyectan sobre su rostro flaco, caído sobre el pecho; un rostro que parece exento de vida. La boca permanece abierta, como un tajo oscuro e irregular. En la pared del fondo un reloj marca los segundos de la madrugada. Falta alrededor de una hora para que amanezca». Así comienza uno de los cuentos y desde entonces el lector comienza a sentir la tristeza de esa anciana.

Otro leitmotiv en el cuaderno es la presencia, como protagónicos o secundarios, de personas de la tercera edad, con sus años cargados de alegrías, frustraciones, de complejos, culpas, amarguras y soledad, mucha soledad. ¿Serán estos ancianos los perros del amanecer que nos presenta el autor y que ladran desesperados pidiendo compañía? Al mismo tiempo se construye un mundo en donde no viven solo ellos, sino que se hacen acompañar de personas más jóvenes, con una vida quizás más miserable, pero menos sola.

«Cuánto desamparo, qué pudorosos, qué acomplejados y cobardes; escribirle a un desconocido con la esperanza de que, tras leer un par de párrafos, nos conocerá lo suficiente para aclarar oscuridades lo bastante complicadas por sí solas». Así piensa Anselmo, mientras, a gritos, busca a alguien que le haga compañía. ¿Hipocresía?, ¿doble discurso?, ¿actitudes normales en los seres humanos? Son conclusiones que tendremos que sacar nosotros mismos porque Yordis prefiere no tomar partido, se conforma con mostrar la parte retorcida de sus protagonistas para que los lectores definan hasta donde son correctas o no sus actitudes.

Esto se adereza con la presencia de un personaje que de forma solapada también se repite: la muerte. La muerte que le da un color gris a cualquiera de los escenarios contados. La muerte a la que se le teme; la muerte que unas veces no se menciona para evitar su presencia mientras que otras es el catalizador del argumento principal; la muerte que matiza la convivencia de algunos, sin embargo tampoco se le da protagonismo y el autor siempre la deja en un segundo plano, susurrando.

Por general un narrador omnisciente va conduciendo las historias, lo que permite que se describan diversas espacios físicos y temporales, sin embargo por momentos el lector puede percibir que dicha omnisciencia no es absoluta y lo descubre compartiendo cierta intimidad, algo que si se hace de forma acertada como en este caso, le ofrece complicidad al lector. En otros momentos se adueña de la voz un narrador en primera persona, cuyo discurso es más visceral, y deja al descubierto rencores profundos e historias pasadas que sirven como soporte a la que el autor ha preferido contar.

Sin dudas este es un libro sobre el hombre y sus miserias, las mismas miserias que te dejan desamparado ante la vida y te despojan incluso de la humanidad y el decoro. Quizás sea por eso que la narrativa de Yordis Monteserín sale a flote, o quizás sea porque al cerrar cualquiera de sus libros, el ladrido de sus perros, como nuestra sombra, nos acompaña siempre.

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