Puro Vicio, pelÃcula estrenada recientemente los cines de la capital, está basada en la obra literaria homónima del norteamericano Thomas Pynchon, considerada la Gran Novela Americana de las últimas décadas.
El talento de Paul Thomas Anderson como director está ampliamente probado con pelÃculas que marcaron un paradigma en cuanto a identidad y esencia creadora como son Boogie Nights y Magnolia. Aunque su cine ha tenido algunos declinares como en The Master, una pelÃcula salvada en gran medida por su protagónico (descansa en paz, excelso Philip Seymour Hoffman), podÃa esperarse más de Anderson, como uno de los directores de punterÃa en el cine norteamericano contemporáneo.
Si con There Will be Blood y The Master Anderson logró recrear un mundo de locura, ambición, poder y desolación (tanto el de una época como el emocional de sus personajes), con Puro vicio —Inherent Vice su tÃtulo en inglés— se esperaba una continuación, una lÃnea que confirmara algo la peculiar maestrÃa del realizador.
Pero con Puro vicio solo hay desilusión. Si bien la trama empieza de manera simple, a medida que se va desgranando cae en la ambición de abarcar y contar tanto (y todo), que se pierde en la nada. Los personajes aparecen y desaparecen a diestra y siniestra, y vuelven a brotar para luego irse con la certeza de que retornarán con nuevos giros inesperados, provocando, en consecuencia lógica, un estado de confusión al espectador.
De cuando en cuando algún monólogo histriónico de algún actor inspirado, como el protagonista JoaquÃn Phoenix (que se apodera de la cinta de manera brutal), Brolin o Benicio del Toro, ilumina la pelÃcula, pero rápidamente nos damos cuenta de que se está perdido en la historia —y la misma historia es una droga de un divague tal— que lo único que se puede hacer es esperar a ver con qué nueva excentricidad Anderson nos va a sorprender en la próxima escena.
Quedando lo bonito del empaque a nivel técnico y el carácter andersoniano de estar más cerca de los excesos que de la tranquilidad, Inherent Vice sencillamente no representa lo más fiel e interesante del director. Es horriblemente confusa; una muy buena historia muy mal contada, que se la da de ejercicio cinematográfico, y ni siquiera llega a explicarse bien en todo el trayecto narrativo.
Si se mira de forma holÃstica, buena parte de la filmografÃa de Paul Thomas Anderson se mueve dentro de esta misma necesidad de convertirse en paradigma creativo, de justificar su contenido con la forma propia del cine y no al revés; de encontrar en su originalidad la plena justificación necesaria para su pelÃcula.
Los cuerpos de su primera pelÃcula, Boogie Nights, sueñan con la profundidad de la carne en un paraÃso porno finalmente imposible; las vidas en colisión de su segunda realización, Magnolia, viven enredadas en una profecÃa que, de golpe, se descubre con el mismo olor a azufre del peor Apocalipsis; los potentados en Pozos de ambición confunden el petróleo con la sangre e imaginan un imperio rigurosamente ateo e inútil; y en The Master una nueva religión quiere florecer sobre la voz torturada de los soldados que regresan del infierno, pero en su propio programa ya apunta la tristeza inane del empeño.
En todas estas cintas el espacio mÃtico en el que se desarrollan las historias es a la vez el paisaje y el propio argumento. No se trata solo de describir todas las formas posibles de fracasar, aunque esto no se excluye, sino de retratar a la perfección la propia necesidad del vacÃo. ¿Por qué? Porque ocurre. Los seres humanos somos asà de contradictorios. Y no hay nada más que hablar.
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che que hostia mas buena