If you miss the train I´m on
You will know that I am gone
You can hear the whistle blow a hundred miles
(“500 Millesâ€, Hedy West)
Los músicos tocaron su última pieza, guardaron sus instrumentos y subieron al metro. Regresaron a sus casas, a sus aulas o escenarios; a sus rincones.
Los conocà por las fotos y grabaciones de Juan Camilo Cruz (lo siento, sigues siendo Juan Camilo, no Juan Cruz-RodrÃguez) expuestas en la Fototeca de Cuba durante el mes de agosto bajo el tÃtulo Subway musicians. Llegué allà como el viajero despistado —el que apura el paso porque va tarde, a solo segundos de perder el tren— cuando casi se llevaban las fotos.
Juan Camilo no quiso que solo viéramos la imagen congelada de aquellos intérpretes,sino que nos detuviéramos a escucharlos, como lo hiciera él. En una entrevista reciente confesó que su intención habÃa sido recoger la vida de Nueva York en la imagen de los músicos, la intensidad del ritmo de vida, la belleza sin presencia, que está ahà pero no todos pueden percibirla.
Mas él la vio, y detuvo ese momento para que también nosotros lo apreciáramos. Nos contó un pedacito de la historia de esos músicos de todo el mundo, detenidos en varios pedacitos de Nueva York. ¡Cierto! ¡Estoy en Nueva York, la gran Capital, en el metro, en un gran concierto fotográfico!
Estoy de pie frente a ellos, a veces recostada a una pared, otras, sentada en el suelo, marcando con mis manos el ritmo de la canción que suena. Intento no perder ni una nota, ni un gesto, a pesar de la gente que pasa y pasa… No todos se detienen porque van demasiado apurados; parece que solo los músicos han echado raÃces en el bosque del metro de Nueva York.Y Juan Camilo decidió descansar bajo sus ramas todos los dÃas durante dos meses.
Con la música como enlace, el joven fotógrafo trajo a La Habana una puesta en escena en locaciones perfectamente acomodadas con un flujo humano infinito. Trajo la pasión y buena vibra de esos personajes al tocar sus instrumentos, sus historias y sus sueños. Se convirtió él mismo en el maestro que finalmente unió a la gran orquesta subterránea después de los sesenta interminables dÃas que sonó el concierto más grande y diverso en el que pudiera estar.
Los músicos tocaron su última pieza, guardaron sus instrumentos y subieron al metro. Regresaron a sus casas, a sus aulas o escenarios; a sus rincones. Se invirtieron los papeles: ahora me quedo yo parada en el andén de La Habana y ellos se despiden, se alejan de la vorágine de la vorágine de la estación que nunca he pisado.
En el metro de Nueva York el mundo es convulso, agitado, apremiante. La música no. La fotografÃa tampoco.
Fotos: Tomadas de Oncuba
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