Seis títulos en busca de un lector

Es una verdad inobjetable que en los últimos años el Premio Calendario, que auspicia la Asociación Hermanos Saíz, se ha convertido en uno de los más seguidos por los jóvenes que aún no alcanzan los 35 años. Quizá se deba a la posibilidad de publicación, un año más tarde, por una de las editoriales más prestigiosas del país, en una colección que ha ido mejorando su visualidad, al punto de ganar el reconocimiento otorgado al diseño a la mejor colección del año, o por la campaña de promoción que acompaña los títulos.

Este año seis nuevos libros nacieron bajo el sello de la Casa Editora Abril: Amnesia del infierno, del dramaturgo Roberto Viña; Dentro de La Boca del Lobo, del narrador Dennis Mourdoch; Ventana tropical, del poeta Karell Bofill; En un lugar de la mancha, del escritor para niños Randoll Machado; ¿Es fácil ser hombre y difícil ser negro? Masculinidad y estereotipos raciales en Cuba (1898-1912), del ensayista Maikel Colón; y Trilogía sucia de Manhattan, del narrador Abel Fernández-Larrea. Cada uno, desde su óptica, desde las ventajas que les brinda el género escogido, recrea una realidad que da saltos entre un mundo distante y al mismo tiempo cercano, irreal y a la vez vivido.

Siguiendo la tradición de literatura carcelaria, en la que destacan voces como Carlos Montenegro, Pablo de la Torriente Brau y más tarde Ángel Santiesteban y Agnieska Hernández, llegaron Amnesia del infierno y Dentro de La Boca del Lobo. En ambos, el universo sórdido que envuelve el presidio proporciona a los personajes una condición distinta a la que habitualmente viven: se puede matar sin sentirse asesino, acostarse con un hombre sin sentirse homosexual, maltratar a alguien y no sentirse violentos. El presidio crea sus propios códigos de moralidad, contrarios a los de la sociedad que condena y margina, y solo por ellos se rigen los protagonistas.

Sin embargo, a pesar de estar ubicadas en un mismo escenario, Amnesia del infierno y Dentro de La Boca del Lobo son diametralmente opuestos. En el primero, Roberto Viña nos presenta una obra de teatro en la que subyacen dos historias: una que nace de y desde la marginalidad, en la que jóvenes veintiañeros se debaten por imponerse en un submundo que los obliga a perder cualquier indicio de humanidad y en el que las víctimas, si acaso el término es apropiado, terminan por convertirse en victimarios. La otra, aunque subterránea, surge de la crítica a una sociedad que sirve de bastón para que esos mismos personajes desemboquen en el sitio donde ahora se encuentran. La influencia de ese medio hostil, que les hace parecer cinco veces mayores de lo que aparentan, rumia detrás de los golpes, las violaciones o la corrupción que se respira en el centro de detención.

Ambas historias, logradas con mínimo de acotaciones y con diálogos precisos que reflejan, más que el valor de la palabra misma, la caracterización psicológica de los personajes, se apoyan en una banda sonora que aumenta la sensación de encierro (sonidos de los altavoces, goteo de las duchas, acordes de instrumentos musicales, el traqueteo de las tuberías, las voces de los presos cuando cantan). Esto, convierte el texto en una propuesta atractiva, tanto para lectores como para arriesgados directores de teatro.

Dentro de La Boca del Lobo, por su lado, ofrece otros matices. Influenciado quizá por el mito de Scheherezada, uno de los dos narradores de la novela, bajo amenaza de muerte, relata al otro una historia de pasión y desasosiego en la que ambos se encuentran inmersos, mientras a su alrededor se mueven los típicos conflictos del ambiente carcelario: peleas entre bandas, imposición del poder, asesinatos encubiertos, venganza. Al final, como sucede en los triángulos amorosos, solo uno sobrevive. Sin embargo, este conflicto, hasta ahora bastante tradicional, se sobredimensiona y la atmósfera que se crea alrededor de este adquiere protagonismo, cuando le agregamos toda una batería de mundos paralelos, chips, hackers, dermos, arrives, homúnculos, rieles electrificados, panopantallas, robots de limpieza, ryos, jutsus, cibercerebros, bots, páginas webs y otros términos habituales de la ciencia ficción.

Como un voyeurs indiscreto, el sujeto lírico de Karel Bofill fisgonea detrás de su Ventana tropical para, a través de las hendijas, descubrir aquello que se le hace cercano y a la vez distante.

…lo que observa no me observa, dice el autor y nos sugiere la visitación de escenas que tal vez fueron cotidianas en su vida o que, al menos, el deseo de que lo fueran las impulsa a hacerlas creíbles. La familia, el hogar y los amigos están presentes a través de esa ventana que él mismo ha construido. ¿Nostalgia?, ¿decepción?, ¿reproches?, ¿pérdida de la humanidad?, ¿qué le espera cuando no pueda mirar por medio de ella?

…si el mundo acaba no habré dicho nada en mil poemas o al menos nada con suficiente energía para cambiar la Verdad, se reprocha el poeta y desde sus palabras se descubre su inconformidad con un presente cada vez más distante, más ajeno, menos suyo.

Tomando como referente el comienzo de una de las novelas más conocidas de la literatura española y universal, Randoll Machado titula el poemario infantil que la colección Calendario le regala a los lectores de todas las edades: En un lugar de la mancha. Solo que esta vez, con el término «mancha», no se refiere a la región ubicada en la comunidad de Castilla, sino al banco de peces que proyecta su sombra en el agua. O sea, estamos frente a un libro en el que, usando como excusa las ocurrencias de los animales marinos, se nos dibuja una realidad muy semejante a la de los humanos.

Décima, epigramas o clásicas cuartetas sirven de molde a las ocurrencias de tiburones que roban toallas y pelotas de voleibol, de mejillones que juegan ajedrez contra las barracudas, o de un pulpo que pinta, talla la madera y hace performance.

Resulta interesante cómo el autor logra que convivan animales de agua dulce y de agua salada, y se apoya en otras piezas que permiten el aumento de los referentes culturales en los lectores, como es el caso de Don Quijote de la Mancha antes mencionado, o de la teleserie cubana Julito el pescador. Aseguro que estamos ante un libro que por su frescura, el modo como juega con el lenguaje y el mundo fabuloso que nos presenta, atraerá la atención de niños y adultos.

De nuevo la racialidad es preocupación de un joven ensayista cubano. Esta vez asociada al enfoque de género ¿Es fácil ser hombre y difícil ser negro? Masculinidad y estereotipos raciales en Cuba (1898-1912) explora cómo la República fundada a inicios del siglo pasado nació negando el axioma martiano que asegura: «Hombre es más que blanco, más que mulato, más que negro». Aunque la esclavitud se había abolido desde 1886, el negro en Cuba, tanto hombre como mujer, fue víctima de marcada discriminación.

En diálogo con otros autores que han explorado el tema, Maikel Colón se aproxima a sucesos en los que, tomando como excusa fundamentos sociológicos y científicos, establecían una línea divisoria entre blancos y negros, y al mismo tiempo explica cómo esto repercute en la conformación de modelos de masculinidad, condicionados fundamentalmente por la formulación y promoción de estereotipos negativos y que permitió establecer mecanismos de legitimación en los que lamentablemente algunos creen hoy en día.

En una parte del cuaderno, además, el autor dedica algunos apuntes al papel que jugó en esa época el Partido de los Independientes de Color y el peligro que representó para las élites blancas instauradas, lo que «justificó» la masacre de sus miembros en 1912.

En el autor de Trilogía sucia de Manhattan se descubre la necesidad de experimentar, de crear otros escenarios, otras formas de contar que se alejen de los cánones establecidos en la narrativa joven de los últimos años. Para darle vida a sus historias, Abel Fernández-Larrea escogió la isla que emerge en la desembocadura del río Hudson. A partir de ahí se desarrolla este híbrido que por momentos simula una novela, aunque como lector te acompaña la seguridad de que cada una de estas piezas tiene vida propia y no necesita de las otras para transmitirte el estado de tristeza y desolación en el que viven los personajes.

Esa es una historia que pudiese escribirse en dos páginas, una historia de amor, desamores, soledades y muerte. Sin embargo, Larrea desde lo común y trascendente construye un texto en el cual el interés por la lectura, inevitablemente, va creciendo. Si a lo atinado de escoger Manhattan como escenario se le suman el uso de diversos recursos para dar movimiento al punto de vista narrativo, como SMS, guiones de cine, poemas, entrevistas que camuflan un monólogo interior, narradores que son un personaje y, al mismo tiempo, son otros, estamos hablando de un autor que da tanto valor a la escritura como a la historia misma: ahí, creo, debe estar el verdadero valor de cualquier obra literaria.

Estos seis libros evidencian que el Premio Calendario, a punto ya de cumplir 20 años, mantiene la vitalidad con la que lo soñaron sus creadores en aquel lejano 1996. La mejor de las suertes para ellos y ojalá que logre, cada uno, encontrar sus propios lectores. Solo ellos dirán si este nuevo parto habrá valido o no la pena.

Tomado de: Suplemento El Tintero, de Juventud Rebelde.

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