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Las Romerías hay que vivirlas

Ya había visitado Holguín en dos ocasiones, pero esta era la primera vez que mi viaje coincidía con las Romerías de Mayo. Reconozco que lo poco que conocía de uno de los eventos culturales más importantes del país se resumía a los spots que veía por la televisión, aunque sí tenía claro que vivir la experiencia era uno de mis pendientes.

Desde la inauguración de Romerías, en el acogedor parque Calixto García de la ciudad, uno se contagia de la energía de la gente. Aunque les juro que hay que estar ahí, y verlo, para llegar a comprender el empeño y el cariño que le profesan los lugareños a la festividad.

El Himno de la Alegría, la canción distintiva del evento, en primera instancia parece algo exótico, como si uno se encontrara a Beethoven caminando bajo el sol tropical, pero más adelante como que se le coge el gusto, sobre todo luego de escucharla hasta el cansancio, incluso en formato salsa, reguetón y electrónica.

Cuando me compartieron el código QR con el programa del evento, quedé abrumado. ¿A quién se le ocurrió la genial idea de reunir a lo mejor del arte cubano en un solo lugar? Los conciertos, las presentaciones de libros, las lecturas, los performances, los estrenos de películas, los talleres, se sucedían uno tras otro como si la semana no alcanzara.

De repente me vi organizándome un programa personal para poder disfrutar al menos de un pedazo de todo y ni así logré salir satisfecho. De un concierto de jazz matancero corrí para el parque para cantar un par de canciones con Tony Ávila y de ahí salir disparado para la sede de la Asociación Hermanos Saíz y contagiarme de Trovuntivitis, todo para finalizar la noche rockeando con lo mejor del género en la isla.

Escuché la poesía que hoy nace desde el Cabo de San Antonio a la Punta de Maisí; quedé encantado con la magia de la animación y descubrí el buen cine que hacen nuestros jóvenes realizadores con los escasos recursos con los que cuentan.

Me reencontré con amigos de toda Cuba y conocí otros nuevos, todos unidos por el arte y por la necesidad de compartirlo. Bebimos el ron barato local y los buches bajaron como arañazos por nuestras gargantas, mientras bailábamos como un trompo con la música que llegaba desde todas las direcciones de la ciudad.

Cuando llega el último día te queda la resaca de haber sido feliz y la certeza de que las Romerías de Mayo hay que vivirlas al menos una vez en la vida para darse el gusto de conocer, de un tirón, lo mejor del arte joven cubano en todas sus manifestaciones.

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