Cada vez que la décima se pone un traje nuevo resuenan en el aire los versos del Indio Naborí: Viajera peninsular, / ¡cómo te has aplatanado! / ¿Qué sinsonte enamorado / te dio cita en el palmar? Pero si en vez de un sinsonte, es un gorrión de ciudad quien le da cita a esta guajira para cantar a dúo en el alero del alma, entonces Vicente Espinel se quita el sombrero y deja reposar la pluma antes de cederle al gorrión todos sus derechos sobre la espinela.
El poemario Boca de lobo, premio de décima Francisco Riverón Hernández 2018, escrito por Roly Ávalos Díaz, y publicado por ediciones Montecallado, es la prueba de que esta estructura poética está incorporada al espectro genético del cubano. Que un joven poeta de estos tiempos decida exorcizar sus demonios a través de la décima y encima, hacerlo bien, dice mucho de su sensibilidad, valentía y desapego por las corrientes esnobistas y experimentales que prefiere la mayoría.
En Boca de lobo, el poeta-licántropo va de aullido en aullido, en un intento desesperado por encontrarse, y encontrar, la manera de combatir sus miedos. A veces la poesía es una cueva sin fondo y, otras veces, una lámpara encendida: Debo ser yo, que le amputo / voces a la oscuridad…, dice en su primer aullido, para unos poemas después, declararse perdido cuando aúlla: Soy solo el antagonismo / de mi plena oscuridad, / bordeándome, soledad, / apátrida de mí mismo.
El lector tendrá siempre la sensación de que el poeta, por modesto, no quiere asumir de ninguna manera su maestría en el oficio cuando habla de su don como un pasatiempo sobre el tiempo/ que me ha tocado vivir, pero termina confundido después de leer algunas aseveraciones casi premonitorias de un joven anciano que parece venir del principio del tiempo: …nadie sabe qué es la vida. / Callejones sin salida / en la palma de mi mano.
Boca de lobo es un libro de claroscuros, como la vida misma, en zonas de luz y de sombras, el poeta-licántropo se sacude la nostalgia, aviva sus pasiones y aúlla su desespero; de pronto, como todo hombre lobo que se respete, también le aúlla a la luna, musa eterna de los poetas enamorados y la piropea: se refleja en la laguna / tu pelo de girasol. / Trae tu vientre de sol, / tu espalda de virgen, luna. A veces, después de la metamorfosis, despojado ya de su mansedumbre de simple mortal, advierte: Paladeo las esquinas / de mi barrio adolescente / (adolezco) len ta men te. / Cuidado: en mi lengua hay minas, blandiendo la poesía, que antes fue bálsamo, como un arma mortal, y atreviéndose a más, el Roly Ávalos poeta ubica la foránea licantropía en el contexto cercano que le duele y explota como la mina prometida: yo tengo un país grasiento. / Un país crucificado. / yo tengo un país-pasado, / un país experimento. A ratos se debate en medio de la eterna búsqueda de respuestas como cualquier humano y, casi vencido, se pregunta: ¿Quién me ha robado el siglo veintiuno? / ¿Quién soy, a fin de cuentas? Desde joven / estoy en cualquier sitio donde moren / la vanidad o la arrogancia. Dudo…
Puede ser que algún lector incauto piense que no hay peligro al adentrarse en Boca de lobo: “está escrito en décimas”, dirá en tono burlón, confiado en lo inofensiva que parece esta estructura, a veces irreconocible en el libro. ¡Error!… Desde la experiencia de haber recorrido ya el camino lleno de trampas, sorpresas y temores, recomiendo entrar con una antorcha encendida y el alma acorazada. El poeta-licántropo ya fue dado por muerto varias veces después de intentar bajar la luna en una noche oscura, pero el informe forense, como es lógico, dice que ha escapado otra vez, valiéndose de su inmunidad a la muerte, y puede ser que en algún verso oscuro les salga al paso y les arañe el corazón con un aullido de esos que suelen ponernos los pelos de punta. Ya están advertidos, Roly Ávalos, el poeta-licántropo, anda suelto, y para su inspiración, todas las noches son noches de luna llena.
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