«Me voy a pegar a ti, pero no te equivoques», fue lo primero que me soltó al llegar. Protestó por el nivel de las luces «no se pareciera el ambiente al de una sauna». Así, de ese modo jocoso, se inició un nuevo Encuentro con… Alfredo Guevara en el año 2011. Llegó por otra vez al Salón de Mayo en el Pabellón Cuba, donde se presentaba como un asiduo visitante en su pertinaz cercanía a los jóvenes intelectuales y artistas liderados por la Asociación Hermanos Saíz.
A ellos dedicó buena parte de sus últimos años, convencido de la necesidad de transmitirles el conocimiento desde su experiencia. Los muchachos, como también les llamaba, se hechizaban al escucharlo decir cosas como: «Me encanta el desnudo. No hay nada más perfecto en la naturaleza que el cuerpo humano». «Fíjense qué cosa más divertida, les traje un texto que escribí hace 48 años y para mi pesar es de una actualidad absoluta». O «prefiero hablar de las expresiones artísticas de la cultura porque siempre llamamos cultura a las expresiones artísticas, y la cultura es mucho más complicada, amplia y diversa».
Ese día aceptó el reto de evocar sus años juveniles, aunque confesó: «Mi juventud está muy lejos». Pero accedió al riesgo de revisar el pasado entre las revelaciones más personales y la emoción del recuerdo:
«No me gusta hablar de lo privado —explicó; Fidel nos ha dado un ejemplo, y a nuestros dirigentes en general, de lo que es la privacidad. He seguido también ese camino porque, entre otras cosas, siempre me ha gustado más y he sido devoto, y creo más en la aventura que en la rutina.
«Parece que por naturaleza soy antirrutina. Creo que la rutina en todos los aspectos de la vida es la muerte adelantada y por eso decía que no valía ni siquiera la pena hablar de la vida privada porque he tenido vocación y convicción de que es más interesante la aventura que todo lo que queda. Lo que queda siempre termina por ser rutina y ser aceptado porque está. Esto pasa en política también.
«Cuando era muy jovencito me creí que era poeta y cuando comprendí que no lo era y rompí todos aquellos disparates, de todas maneras, me quedé con un verso que es como un lema para mí: “No hay nada más eterno que un amor de aventura”.
«Pienso así de la vida más personal y de todo. Por eso en mi caso diría que no hay nada más eterno para mí que la aventura que fue mi vida de joven. La sigo viviendo haciendo trasposiciones: no hago lo que hacía, hago lo que debo de hacer y eso es ser joven.
«Mi juventud no tiene nada de extraordinaria si no fuera por la generación de la que soy parte. Ya desde el Instituto de La Habana donde estudié, empecé a tener vida política, a inquietarme. Toda aquella generación —me refiero en este caso a una parte de ella, la generación habanera— tenía una vanguardia. Y esa vanguardia de la que fui parte vivía en una inquietud permanente de insatisfacción por la situación del país y de expresión antimperialista.
«Esa fue una característica muy importante de nuestra generación habanera en el Instituto. Eran los años que siguieron a la Guerra Civil Española. En la época una gran parte de la población cubana eran nietos o hijos de españoles, y esto, como he dicho otras veces, incluía a los mestizos, aunque fueran una mezcla afrocubano-hispánica. De tal suerte lo que pasaba en España se reflejó en todos nosotros.
«Estudiamos toda la filosofía desde la Revolución francesa; fue una generación muy estudiosa y recuerdo a muchos de mis compañeros del Instituto de La Habana tan inquietos como estudiosos. Creo que la época se prestaba para ello porque estaba toda esa resonancia de la República española, del exilio español en Cuba, pero también vinieron algunos de los intelectuales más destacados de la República, no solo poetas y profesores, sino pensadores muy especiales.
«Algunos de ellos llegaron a integrarse de tal modo que la gente no se da cuenta cuando lee las publicaciones de la época, entre ellos Gustavo Pitaluga, que escribió un libro sobre Cuba que se llamó Diálogo con el destino, y que todos leímos.
«Claro, no eran solo los exilados republicanos, porque inmediatamente después de la derrota de la República y de este exilio masivo a América comenzó la Segunda Guerra Mundial y eso produjo una efervescencia enorme. Y también, no diría que terror ante el triunfo del nazismo, sino la esperanza en la derrota del nazismo y la admiración por los combatientes antifascistas; en este caso principalmente antinazistas, porque los más crueles fueron sin duda los italianos.
«Al mismo tiempo, eso provocó una pasión de amor, confianza y esperanza en la Unión Soviética, el primer país socialista que había surgido y había tenido
muchos enemigos, pero en ese momento se convierte en una esperanza de la humanidad.
«También nos tocó al final de esa guerra mundial un período corto de esperanza, antes de que se desencadenara por completo la Guerra Fría. Es decir, toda esta generación creyó que había llegado el momento del mundo en que primarían la fraternidad, la confianza; se produjo el proceso de descolonización, a veces forzada por el combate y otras por cambios en la forma de colonización.
«Al final de mis estudios en el Instituto de La Habana y la cercanía de entrada a la universidad, bajo la influencia de algunos de esos profesores españoles, devine, y me fue fácil porque era parte de mi naturaleza, anarquista. Me afilié, milité en una organización que se llamaba Alianza Revolucionaria, en la cual solo Lionel Soto y yo éramos los únicos blancos. Todos eran negros estibadores del puerto y eso me hizo salir de mi medio y empezar a comprender otras capas de la población más sufridas, conocí a los trabajadores de verdad; trabajando y queriendo la transformación del mundo con una determinada idea.
«Esa idea, la del anarquista, da la impresión de un loco con cuatro bombas en la cintura. Algo puede haber de eso, pero lo fundamental en el pensamiento anarquista es la libertad. Prefiero, aunque no rechazo nada, hablar de pensamiento libertario, pero claro, aquella organización era anarquista.
«Estudiando el pensamiento anarquista libertario encontré los libros marxistas contra el anarquismo y lentamente, por esa vía, me fui transformando hacia el marxismo, primero a modo de inquietud y después de un modo radical.
«Curiosamente, y esto es algo más personal, pero lo tengo grabado en la mente, he vivido dos momentos que estarán en mis memorias. Cuando tenía ocho años vivía en el Malecón y mi familia entonces tenía una fuerte tendencia guiterista (Antonio Guiteras) y me tocó ver desde el balcón de casa a la Escuadra norteamericana bloqueando a Cuba. Era una curiosidad enorme de aquel niño estar mirando para verlos, de oír a su familia y de aprender antes que comprender, que Cuba tenía al imperialismo norteamericano como una bota encima.
«Cuando pasaron los años y estaba en el Instituto me costó mucho trabajo. Yo era muy tímido y lo sigo siendo; toda mi agresividad política parte de una superación de la timidez: tener amigos, no porque no se me acercaban los compañeros, sino porque yo no deseaba la amistad de nadie.
«Pero, finalmente tuve un amigo, un jovencito norteamericano. Nuestra amistad surgió a base de discusiones. Por paradojas de la vida él era comunista; hijo de una familia burguesa que había traído los hijos a Cuba para que no los pudieran reclutar. Eran dos hermanos. El mayor estaba en la Armada norteamericana en una base aérea que tenían en San Antonio de los Baños. El menor fue el que coincidió conmigo.
«Resulta que era un comunista que me quería convertir al comunismo y yo lo quería convertir al anarquismo. Por tanto, mi enfrentamiento ideológico inicial fue con un norteamericano mejor que yo.
«Pasaron los años, y el día en que entré a la universidad, yo con 19 años, nos conocimos Fidel y yo, del modo más extraño. Aunque no soy religioso decía y sigo diciendo que tengo protección de “los dioses”. A veces creo en el Dios que proclama el catolicismo, pero a veces también en Changó. Y esto lo digo porque en la calle se me acerca una santera del barrio que me dice: Changó. Y yo mismo, que no entiendo del todo, de todas maneras, he llegado a la conclusión de que, o un arcángel o un orisha, andan por ahí.
Alfredo Guevara (a la izquierda) junto a Fidel, Nicolás Guillén y Alejo Carpentier. Foto: Archivo de JR.
«Porque siempre me salen las cosas bien, al final, y aunque haya pasado por mucho que no voy a narrar aquí, estoy vivo. Conversando con Silvio Rodríguez un día y hablando de estas cosas (que conste que yo siempre no estoy hablando del pasado; siempre estoy hablando del futuro), él puso una cierta cara de asombro y le dije: Mira, Silvio, hay que creer en los milagros. Hay un milagro: que estoy vivo. Pero hay un milagro mucho mayor: Fidel está vivo.
«Las cosas que vivimos juntos, sin llegar a la Sierra, donde nunca estuve porque soy un hombre del asfalto y preferí combatir en La Habana, hubieran
sido suficientes para que ni él ni yo estuviéramos.
«Pero empecé hablando de arcángeles y orishas y pasó algo estrafalario, extrañísimo, digno de una película: vino un joven cuyo rostro se me ha desdibujado, y me dijo, ese día primero: “Tú no me conoces, pero yo a ti sí. Tienes que ir a la Facultad de Derecho a conocer a un muchacho que tiene una agitación tremenda allí y que debe ser tu amigo”.
«Comprendan que yo no era quien soy ni fui más tarde. Simplemente era un muchacho que quería ganar las elecciones estudiantiles en la Facultad de Filosofía para llegar a la FEU (Federación Estudiantil Universitaria). Después de un tiempo me dije: no pierdo nada, déjame ir a ver al chiquito ese. Y me encontré a un agitador estrella que miré con preocupación porque averigüé un poco de él; sabía que venía de una escuela privada católica y pensé: este debe ser un reaccionario, cualquiera sabe lo que va a pasar.
«Pasaron los días, las semanas, nos fuimos conociendo y tuve una suerte tremenda porque yo quería conquistarlo. Miren qué pretencioso, no sabía quién iba a ser. Y resulta que tuvo la buena idea de enamorarse de una muchacha preciosa que formaba parte de mi candidatura en Filosofía, Mirta Díaz Balart. Ya no tenía que ir a Derecho porque él venía a Filosofía a conquistar a Mirta y, en mi fuero interno, a dejarse conquistar por mí.
«Entonces mi vida cambió, no en ese instante porque era turbulenta la época. Pero lentamente pasaron cosas muy importantes en nuestras vidas. En el año 1947 Fidel me hizo la primera proposición de algo que nos llevaría al poder. Un año después nos vimos envueltos en El Bogotazo y poco después yo salí para Europa, donde permanecí hasta 1951, y entonces se separaron nuestras vidas.
«Tuve otras experiencias y, entre ellas, una excepcional: era vicepresidente de la Unión Internacional de Estudiantes y era el único que tenía visa abierta para Occidente; por lo tanto, tuve que atender la Unión de estudiantes de Italia y de Francia. Resulta que fui seleccionado para ir en una delegación de estudiantes universitarios de todo el mundo. Y cuando regresé a Cuba dieron el golpe de Estado. En esos meses previos al golpe ya tenía una relación muy estrecha con Eduardo Chibás y unos supuestos amigos me invitaron a comer pollo frito en las afueras de la ciudad, y de buenas a primeras entramos en Cuquines, la finca y mansión de Fulgencio Batista, y yo pregunté: “pero qué es esto”. De buenas a primeras me quedé solo en la terraza, desapareció todo el mundo y salió Batista. Se sentó en un sillón al lado mío, me saludó. Yo me quedé paralizado. Nunca lo había visto tan de cerca, era un mayoral bananero bien vestido. Cruzó las piernas, me empezó a hablar y al ratico llegó al punto. Me ofrecía la dirección de la juventud de su Partido. Quería una figura juvenil y yo no sabía qué hacer, tenía mis principios firmes, pero él era un hombre temible.
«Entonces no me quedó más remedio que hacer lo que hice. Le dije: “mire, sé que la vida es muy compleja y que a veces los dirigentes políticos son calumniados, pero mientras yo no tenga la seguridad de que usted no ha participado en la muerte de Antonio Guiteras, me parece imposible“. Siguió conversando tranquilamente, no se molestó y unos minutos después se levantó, desapareció; reaparecieron mis amigos enemigos, traidores a mí. Se acabó aquella amistad y me quedé yo traumatizado por aquello. Unos meses después dio el golpe de Estado.
«Creo que yo fui detenido nada más que para darme una lección, porque entre las primeras personas que estuvieron presas tras el golpe de Estado estuve yo. No me pasó nada en esa ocasión, estuve unos días y luego me soltaron. Pero, a partir de ahí, la represión que primero era relativamente leve se recrudeció.
«Le propuse a Fidel volver a la universidad de donde ya habíamos salido, matricularnos y tomarla, por ser plaza autónoma. Él se me desapareció unos días y cuando reapareció ya estaba conspirando; porque fue un conspirador nato. Preparó prácticamente un ejército que nadie se daba cuenta de que existía. Desde el 47 ya habíamos acumulado armas. Cuando salió la manifestación en la universidad quedó un pequeño grupo armado y los que marchaban quedaron custodiados por compañeros que después resultaron ser los asaltantes del cuartel Moncada en Santiago de Cuba.
«A partir del Moncada sentí que se había acabado la lucha de masas, el Frente Único… la sangre derramada allí marcaba otro camino».
—Alfredo, ¿cuándo se acabó su juventud?
—No se ha acabado. He dicho públicamente que soy un joven en una burbuja que me ha forzado a tener un cuerpo viejo.
—¿Y qué es la juventud?
—Ser joven es ser revolucionario. Pero ser revolucionario no es lo que dicen por ahí, ni tampoco ser miembro activo de una organización, nada de eso, y menos darse golpes de pecho en las asambleas. Ser joven es ser revolucionador de la realidad. Por eso he dicho muchas veces que cuando los escritores, los artistas, los intelectuales que llamaba Gramsci orgánicos y los semiorgánicos también, son sinceros y no simuladores, son revolucionarios por definición, porque se la pasan transformando la realidad. También los científicos, enriqueciendo la realidad con sus investigaciones, arrancándole pedazos al misterio de la vida y de la muerte.
«El ideal es que cada ser humano pudiera desplegar todas sus cualidades de modo tal que en ese despliegue encontrara, porque todo ser humano tiene algo de artista, la belleza. Si la descubre la ama; y si la descubre y la ama la enriquece. Eso es lo que es ser joven: revolucionar, revolucionar, revolucionarnos nosotros mismos».
—A veces se escuchan expresiones sobre los jóvenes de hoy que son hasta despectivas, al estilo de «esta juventud está perdida». ¿Cuál es su visión sobre esta juventud de nuestros días y qué le pediría?
—Yo no desprecio a nadie. Creo que todos nuestros contemporáneos son potencialidades. En lo que creo de mi pueblo, y por eso lo amo, es en su potencialidad. Esas potencialidades entre la colonia, el imperialismo, el bloqueo y la estupidez no se han desplegado suficientemente. No sé si estoy describiendo más bien la esperanza. Pero la esperanza que no es ayudada no sirve para nada.
«La tarea de la generación mayor y de la vanguardia de la juventud es construir las condiciones para que ese despliegue de las potencialidades se produzca. Hay una parte de la juventud cubana que estamos perdiéndola los revolucionarios, porque el lenguaje no puede ser el que tenemos, el que sigue teniendo nuestra generación. Todo lenguaje es un sistema de signos que expresa a su vez un sistema de conceptos. Creo que hay que cambiar conceptos y cambiar el lenguaje. Hemos cambiado algunas concepciones, pero no hemos cambiado el lenguaje. Los jóvenes tienen que ser ellos a toda costa y hay que aprender a, cuando sea necesario, nadar contra la corriente».
—¿Qué les recomienda a los jóvenes para ser mejores cubanos?
—Luchar por que Cuba sea mejor y los problemas que tenemos sean superados. Hay problemas que no dependen de nosotros: el bloqueo, la presión sobre Cuba; pero hay cosas que sí dependen de nosotros, y de algunas de nuestras estructuras estatales y nuestros dirigentes. Como soy un optimista profesional, creo que sí se van a superar, y más o menos pronto, algunos de los fundamentales. Algunos no tan fundamentales que pueden establecer un cierto nivel de consenso en la población, imprescindibles para poder trabajar después sobre ellos las vanguardias y tratar de rescatarlos. Pero a los jóvenes no se les puede rescatar con consignas, sino con realidades.
«Para ser mejores cubanos lo más importante es participar, no callar, denunciar lo mal hecho con conciencia, con seguridad de lo que se hace y dice, y no ser pasota. No dejar pasar pensando que ya no vale la pena. Para ser mejor cubano hay que ser mejor persona siempre, en cualquier circunstancia. Y ser mejor persona es ante todo ver reflejado en el otro a uno mismo. Es decir: ser solidario».
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