Bestia contextual, de Darién Peña Prada, aun con una estructura contenida, se desborda en sucesivos interrogantes, se detiene en recurrentes pesadillas; hilvana, con ironía (como si tejiera el poema a ritmo percutivo), el gran tapiz de la condición humana.
El primer apartado, por ejemplo, Muro de contención, está construido con trece bloques que forman un callejón sin salida, un agujero negro donde se abisman las grandes preguntas del ser.
Persiste una incitación a resignarnos ante certezas incurables, a mirar la muerte como leitmotiv desde disímiles prismas, a asimilar estas verdades a través de los endecasílabos que, de modo cíclico, regresan dentro de un mismo soneto para sentenciar, de un tajo, otro enunciado fatal; o incluso, con la técnica del verso quebrado, prometer un final lleno de puntos suspensivos.
Así sucede con las otras subdivisiones, que navegan en un remolino de ideas, de tesis que a través de ríos de hipótesis desembocan en mares de síntesis.
La tercera y última sección aterriza forzosamente en la realidad cotidiana y con un tono feroz disecciona nuestro tedio (sin remedio) nacional. Cada soneto (cada referencia) es un golpe de redondez, contundencia y equilibrio.
Un sujeto poético cabizbajo carga con la cruz de una culpa en sus espaldas, se pasea por estas páginas borrachas de lucidez y exceso de conciencia; pregona advertencias en alta voz (pero como el mendigo que predica a una turbia multitud y vive acostumbrado a que no escuchen sus plegarias).
Sin embargo, cada ciertos años, libros y galardones, gracias a la justicia poética divina, sí son atendidas las plegarias de nosotros, los amantes de la buena lírica, sobre todo ahora que Nancy Morejón, Arístides Vega Chapú y José Luis Serrano decidieron otorgar este título.
Pasen y sean, pasen y lean.
He aquí un inventario de sombras y dudas, y un atisbo de esperanza. He aquí otro intento de definir sin pretensiones artificiosas qué es la poesía, de la mejor forma posible que puede escoger un creador, preguntándose primero qué es la vida.
Este es un libro salvaje,
salvaje es su anatomía,
bestial es su poesía
y su condenado viaje.
Más allá de su lenguaje,
de su estructura redonda,
de sus círculos, su ronda
nocturna por la esperanza,
este es un libro que afianza
más de una pregunta honda.
Qué importa si son sonetos,
si son sus versos tajantes,
incendiarios, inquietantes,
desmesurados, discretos,
inesperados, secretos…
Esto no es un poemario.
Esto no es un sonetario,
ni un texto convencional
porque Bestia contextual
simplemente es un bestiario.
Trae en sus páginas dudas,
aforismos, impresiones
oscuras, provocaciones
y cicatrices desnudas,
saltos cuánticos y mudas,
una crítica social
ácida, amarga, puntual,
diría que iconoclasta,
acaso impura. Subasta
de miedos al natural.
Certezas y desencantos,
ríos de la decadencia,
o sentencia + sentencia
que piensa en voz alta llantos.
Cuántos coros griegos, cuántos
a solas ante el reflejo
del reflejo de otro espejo
de la olvidada memoria
o locura transitoria
del tiempo, ese sabio añejo.
Un muro de contención
y la sombra del vencido,
el penúltimo latido,
la libertad de expresión.
Bypass, fuego a discreción,
un planeta en la conciencia,
fe de errata, otra sentencia,
y antes del juicio final
la silueta en el portal
en un acta de advertencia.
Carteles de la vergüenza,
silencios, galimatías,
y la noria de los días
congelada en la despensa.
La muerte, apenada, tensa,
con sus manos incoloras,
ciclos de fugas traidoras,
suicidas o transeúntes
y luego algunos apuntes
del destierro de las horas.
El bardo volcó la vida
dentro de una estrofa clásica
que no parece jurásica,
sino rejuvenecida.
Gracias a la sacudida
que nos propinó también.
Lector que te asomas, ten
un cadáver exquisito
sobre el bestiario que ha escrito
con las entrañas Darién.
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