Este viene a ser un libro singular por dos motivos. El primero: su estirpe es sesgadamente gótica y no acude, sin embargo, a un lenguaje que podría tener alguna deuda con el modernismo literario (lo cual, me apresuro a aclarar, no estaría ni bien ni mal). El segundo: hasta donde puedo ver, a su autora no le interesa (ni quiere) salirse del ámbito de lo cotidiano. Aprovecha bien la idea de que lo fantástico está a la vuelta de la esquina (o, por ejemplo, en esas sombras que, por capricho de la óptica, devienen antropomórficas y viven debajo de la cama y parece que susurran), o se instaura como una realidad ya dada si se trata de lo que se denomina caída in medias res.
Entre paréntesis: definir lo cotidiano parece muy sencillo. Pero lo cotidiano es un piélago de figuraciones, quimeras, imágenes engañosas y realistas, actos colindantes, recuerdos, sentimientos, colores corredizos, etc.
Un caso típico de inmediatez fantástica: te levantas por la mañana para ir al trabajo, vas a la cocina y ves, no sin cierto asco, que hay una cucaracha posada en el fregadero. Te acercas con algo en la mano, miras antes de dar el golpe fatal y descubres que la cucaracha posee rostro humano y escuchas claramente: “Disculpa que haya entrado así en tu casa, estoy perdida y no sé adónde ir”. ¿Qué viene después? El horror, el caos, la posposición de los hechos. Un cuento.
En Escalera de mar Lisbeth Lima ofrece un relieve de acontecimientos equilibrado entre lo habitual y lo insólito. El equilibrio se origina en la tejeduría del discurso y el instinto literario. Cuando aludo a la estirpe gótica de este libro me refiero a un hecho poco atendido como una de las “causas” del gótico, en favor de la atención que suele concederse a síntomas como la oscuridad sensorialmente tenebrosa, los espacios saturados de significación, los personajes raros, la presencia de una crueldad “inmotivada”, los objetos “marcados”, la pasión extremada por la morbilidad (mental o física) y otros indicios. Ese hecho poco atendido es el secreto, lo que se guarda, lo que se disfraza o se disimula o se oculta y no se explica, o solo se explica demoradamente, o al final de las historias… o nunca, cuando lo que nos parece ignoto deviene inexpresable o queda en manos del lector y su imaginación. Escalera de mar tiene que ver con todo esto. Y que así sea me parece satisfactorio.
Es una suerte, creo, que un libro así aparezca hoy, en los inicios de la trayectoria narrativa de su autora y, en específico, en el panorama de la literatura cubana de ahora mismo, que de algún modo sigue infectada por lo que llamo el “virus de la testificación”. Y digo que es una suerte porque Lisbeth Lima, aun cuando referencia un espacio-tiempo que identificamos como algo bien conocido, sabe colocar y armonizar en él situaciones que se “comprometen” con la sinuosa “tangibilidad” del misterio, o aquellas donde el absurdo asoma matizándose, o esas en las que la conducta escapa de lo acostumbrado y redefine, con gestos nuevos, la identidad, moldeándola otra vez e invitándola a saborear un conocimiento nuevo del yo.
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