Los “Rituales de la culpa” de José Luis Laguarda

Se pondrá viejo el siglo y los investigadores preguntarán cómo eran las interioridades de la sociedad cubana en las primeras décadas del dos mil. Querrán detalles acerca de cómo fluían las noches, las transfiguraciones en algunos parques donde faltaba la luz, en qué parte hacían el amor esos seres sin casa ni dios que los soporte. La prensa carecerá de estos detalles, o los tratará de modo solapado. Para llenar ese vacío existirá Rituales de la culpa. Lejos de ser pensado como notas historiográficas, este libro representará un referente ineludible a la hora de describir las problemáticas de la sociedad actual.

Rituales de la culpa es el primer libro de José Luis Laguarda. Un autor que, de no haber nacido poeta, tenemos que mandarlo a hacer. Y esto lo digo porque, desde Vanessa Springora con “El consentimiento” o el francés Jean Marie Roughol, no leía (fíjense que esto es una afirmación muy personal) sobre las temáticas que este libro aborda. Con el valor añadido de ser tratado íntegramente desde la poesía y describir situaciones que han sucedido (suceden) en la Cuba contemporánea.

Laguarda se adentra en el subsuelo de la sociedad para desmontar un entramado espiritual que escapa a los ojos de la mayor parte. En sus páginas mostrará escenas de la prostitución infantil, el apreciar de los que mendigan en la ciudad por pura costumbre o de aquellos que acuden a ella a intervalos para aplacar alguna que otra necesidad del cuerpo o del espíritu. Pondrá su poesía a relatar los deseos sexuales y la experimentación en ascenso propio de la juventud, pero en un maestro de escuela, en un director de empresa, en un extranjero.

El cuaderno consta de veintitrés poemas que el autor separa en dos secciones: “Rituales” y “Pecados capitales”. Al ir leyendo notarás un equilibrio interno y no precisamente por estar acomodados ateniéndose a un orden lógico, sino por aparecer al mismo ritmo de cualquier conversación secular, llena de ramificaciones, pero en este caso, sin alejarse del hilo conductor entre temáticas.

CUCHILLAS DE AFEITAR

Este es un poema que muestra una sala de urgencias en un pequeño hospital de campo. El personaje que aquí se describe ha llegado con heridas auto-flageladas. Para él la sangre es un modo de estar sucio y limpia el cuerpo a través de las heridas. Cuchillas de afeitar que hace años conserva en sus bolsillos y acaricia en busca de un escape. Está el doctor suturando sus aberturas. Lo mira con detenimiento hacer su trabajo, para lo que estudió durante muchos años. Mira el hilo verde de la sutura, el ajetreo de sus manos. Y nota, ahí donde limitan sus guantes, las marcas de viejas heridas similares a las suyas.

En este libro se va a repetir con acento la esencia de este texto: al frente de un aula, vestido de policía, ingeniero, intelectual, ministro, turista… o lo que desees imaginar como lector, están esos secretos, esas penas, deseos por los que tú puedes estar transitando y esto, a su vez, afectará (o no) el ejercicio de sus funciones.

REMINISCENCIAS

Aparecen en este cuaderno dos textos que nos transportan específicamente a Buenaventura. Y este, Reminiscencias, es uno de esos. Aquí se habla de una tierra entre ríos donde la gente, venida desde el fondo de la isla para ocupar el lugar de los que se fueron, vive sus penas, su triste realidad. La gente ha olvidado las razones por las que en ese lugar fueron felices los jóvenes de la pasada generación. Prefieren negar y permanecer. Y permanecen como atados por una maldición.

En este texto se anota, para no morir jamás, una de las principales causas del deprimente estado emocional de una parte de nuestra sociedad: dejar de sentir como propio el suelo que se pisa, negar la identidad, porque la identidad se confunde con las causas de la pobreza.

ENGAÑEN, FINJAN, COBREN

Aquí se describe una de las escenas más difíciles para sociedad: la prostitución infantil. Veremos una casa convertida en burdel, una madre que usa el cuerpo de sus hijos para mitigar el agujero económico que ha dejado la partida del padre. La historia está contada en primera persona del singular: es el afectado, con toda la niñez que puedas ser capaz de soportar, quien relata una a una las situaciones a las que se enfrenta. Por muy desgarradora que pueda representar este tipo de lecturas, es un texto necesario para la literatura de este siglo, a la que no debería escapar la más baja condición humana.

RAMAS EN CRUZ

Aquí vemos al poeta detenerse en la miseria de la ciudad. Conversa con los mendigos, los que buscan debajo de la mesa de dios migajas para entretener el hambre. Se describe forastero. Y ya con forastero podemos entender a alguien desprovisto físicamente de su patria, con limitados derechos civiles. El término forastero va a recoger el sentir del autor en la mayor parte de este libro. Veremos a alguien venido desde lejos, tan lejos como Buenaventura o algún rincón de la memoria, para buscar en la ciudad satisfacer alguna que otra necesidad que impone el cuerpo o la poesía. Forastero en su propia casa, cuando los suyos pongan a un lado su condición de poeta. Forastero en el sentido bíblico del término, como los prosélitos, que muchas veces se acogían al sistema de leyes judías, pero no asumían la fe y los rituales que esto conllevaba. El poema hace evocación a la emigración del campo hacia las ciudades en busca de la supervivencia.

ROBOS

José Luis afirma: “Somos una especie que vive del hurto/ del robo sutil a otros.” Aquí se describe una sociedad donde predomina el hurto: la lengua que roba los sabores de otras bocas, el transeúnte que esquiva el pago del transporte público, la música que se roba el aire.  Al caminar el autor siente que también es un ladrón: roba la vida a las hormigas. Roba el olor a los otros. Es un profesor y ahí está la pizarra robando su vida, fría como el mismísimo invierno.

“Por estas tierras caminó Ballagas buscando lavar sus culpas en la cañada”, sentencia. Y es la manera sutil que tiene Laguarda para hacernos notar que la situación se ha extendido generación tras generación, poeta tras poeta. Emilio Ballagas, hoy prestigiosa figura de nuestras letras, en algún momento de su existencia, cuando no era más que un transeúnte en las calles de Buenaventura, busca en los rezos, en la cañada de Juana Pérez (como describe en su poema Agua medicinal) lavar sus culpas porque también se siente ladrón o sencillamente porque le están robando su vida. En una acotación José Luis nos anuncia: “yo no lo intento”. Parece que el desánimo ha ganado la pelea. El poeta ha dejado de buscar una transformación. Sin embargo, el final es otra vez inesperado: “Una vocecita inquieta me increpa:/ ¿Maestro, por qué ha faltado hoy?”.

Son múltiples las razones que cada uno de nosotros encuentra para enfrentar la vida, con todas sus asperezas. Este texto no es más que una reflexión muy útil sobre el tema. Y me parece oportuno en estos tiempos donde sentimos robada nuestra estabilidad emocional. Es urgente encontrar qué nos motiva a seguir, qué nos mantiene vivos, cuáles son los pilares de nuestra felicidad.

Mientras leía anoté muchísimo de lo que me pareció importante. Sin embargo, he procurado mostrarles una panorámica de lo que es Rituales de la culpa sin que esto represente leerles el libro. Queda a su encargo el disfrute, verso a verso, del constructo de esta obra que llena, con poesía, un vacío sustancial que la mayoría de las veces se deja a la narrativa o las notas historiográficas.

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