Todo conocedor de la ciencia ficción sabe que uno de los temas más complicados de escribir son los viajes en el tiempo. Por eso, uno de los subgéneros más complejos de realizar son aquellos relacionados con esta temática; entre esos está, por supuesto, la uncronía.
Por esta razón, entre otras, me lancé de lleno a leer la novela El signo del tigre (parte 1 Habana – Shi) publicado por Luna insomne editores, 2023, de la autoría del escritor Erick J. Mota.
Desde la primera línea notamos que algo extraño sucedía en La Habana al ver un acorazado japonés en la Bahía capitalina. Esta era una Habana diferente. De ahí en adelante, todo sería un increscendo. Erick acumula más y más información a medida que los capítulos se suceden. Sin embargo, nunca regala nada. La información no está puesta ni lógica ni cronológicamente, pero sí como la necesita el argumento. Como todo en la vida, tenemos que ir uniendo las piezas, las imágenes que ha ido colocando de tal manera que el lector esté siempre al tanto de los detalles y construya ese mundo imaginado, soñado por el autor.
Y este no es otro que un universo lleno de maravillas, tan distinto al nuestro, en apariencia, pero al mismo tiempo tan semejante, cercano. Erick J. Mota realizó una extensa investigación, no solo histórica, sino también cultural. Estudió sobre el budismo, taoísmo, la religión cristiana, católica y, sobre todo, de la cultura e idioma de Japón. Estos elementos son los pilares sobre los que construyó la nueva Habana del libro.
El signo del tigre cuenta una historia de acción, espionaje y suspense en la capital cubana, pero en una Cuba administrada y colonizada por Japón, luego que estos ganaran la segunda guerra mundial. Y no solo La Habana, también gran parte del Caribe insular y continental. Resulta maravilloso ver a esa Habana con las nuevas y más cotizadas Geishas caribeñas, ceremonias del café, rastafarismo zen, budismo del caribe, el camino de la espada, bicitaxistas con katanas, nuestros orishas y mucho más.
Las múltiples tramas van uniendo a los más disímiles personajes, de las más variadas clases sociales, a medida en que aparecen las múltiples conspiraciones que se gestan entre las islas del caribe. En el medio de ellas, una geisha caribeña, una prostituta, un hijo bastardo, células del partido comunista soviético, un bicitaxista, oficiales japoneses, el emperador de Japón, su heredero, una mujer santa y momentos claves de la historia cubana como la conocida crisis de de los misiles de octubre de 1962; todo ello se une para crear una de las más interesantes ucronías escritas en Cuba.
Sé que parece poca información sobre la novela, pero temo que de mencionar un detalle, pueda delatar algo o romper una de las tantas sorpresas, giros dramáticos o argumentales que Erick ha ido sembrando como pistas o trampas a lo largo de la novela. Solo adelantaré con lo que me quedo de El signo del tigre.
Me quedo con la caracterización, la forma en que el autor ha conseguido destacar la idiosincrasia del cubano y la del japonés. Para nadie es un secreto que los de la isla del sol naciente son arduos defensores y exportadores de su cultura. Sin embargo, el cubano, a pesar de sus múltiples colonizaciones (físicas y culturales) siempre ha sido un rebelde y aún más reacio a abandonar u olvidar quiénes somos.
Me quedo con las geishas del caribe. Hay una manera de actuar en ellas, de moverse, comportarse, donde Erick muestra a unas mujeres rebosantes de belleza, sensualidad, muy sexys tanto en el aspecto físico, como en los otros. Nada que ver con las geishas tradicionales, sino mucho más atractivas. Al igual que la mulata, la criolla, durante la colonia española obtuvo lo mejor del español y el africano; estas ostentan lo mejor de la cultura cubana y japonesa.
Me quedo con la construcción de una trama donde, por más que pienses que sabes de qué, sobre qué o quién o cómo va a terminar el asunto, nunca vas a acercarte. La novela es como el famoso grabado de La gran ola de Kanagawa, con giros y giros dentro de ella.
Por último, me quedo con la ceremonia del café y la abrazo como mía. Si algo me atrapó y me impidió soltar el libro fue ese capítulo donde se describe meticulosamente esta nueva e importante tradición. El autor no explica nada o casi nada del nuevo orden mundial, sino que lo va mostrando a pinceladas donde el matiz depende de aquello que esté ocurriendo. No obstante, con la ceremonia del café puso un chotto matte kudasai[1] y nos mostró el lienzo completo donde se ilustra esta maravilla.
Punto aparte merece la imagen de cubierta. Solo con esa excelente imagen de las banderas cubanas y puertorriqueñas alternativas, uno comienza a pensar en ese “esto está raro cantidad, pero parece estar muy bueno”. Una mala cubierta puede influir positiva o negativamente en la compra de un libro. La imagen de cubierta, es otro de los atractivos de esta novela. No me la imagino con una mejor o diferente.
Erick J. Mota, de forma muy sutil muestra muchas de las aristas del cubano, del caribeño, de esa mezcla multicultural que nos caracteriza: y juega con ellas. Ya sean las creencias, las religiones, los mestizajes que vivimos y practicamos a diario en todos los aspectos de nuestra vida. De hecho, es algo que hemos hecho desde 1942 hasta el momento y dudo que dejemos de hacerlo. A partir de este aspecto, el autor teoriza, nos muestra su hipótesis de cómo esta cualidad de “mestizar” puede ser un ente contaminante para el colonizador; quien es, en parte, colonizado culturalmente también.
El signo del tigre es una novela corta (la primera parte de tres planificadas según Erick J. Mota), pero que se hace aún más corta de leer por lo atractivo de la mezcla de varias historias interesantes, enredadas y de mucha acción, con una Cuba alternativa, ucrónica, pero que sigue siendo la Cuba nuestra de toda una vida. En su lectura vamos a descubrir los trazos de esa Cuba de antes, de ahora, la posible, y esa que será siempre la nuestra que conocemos.
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[1] Espera un poco
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