El árbol de los vientos, Sed de belleza Ediciones, 2019, es un hermoso libro de sonetos de la autoría del joven autor Raúl Leyva Pupo. El árbol… es una colección, bastante experimental, de veinticinco sonetos. Y hablo de lo experimental en el autor, que en lugar de realizar sonetos convencionales, ha escrito un libro con poco espacio para la zona de confort propia y para el lector.
Son textos con una carga filosófica, de fe, y una semiología muy inteligente y que señalaré a lo largo de esta reseña.
El libro está estructurado en tres partes, una sin nombre y dos “vientos”: el viento del oeste y el del norte. Quizás de ahí nos llega la razón del título de este libro; algo muy interesante pues da qué pensar. Raúl Leyva utilizó dos palabras con una extensa simbología para bautizar el cuaderno: árbol y viento.
El árbol puede ser considerado como fuente de vida (frutos, oxígeno, etc.), de crecimiento, de firmeza o fortaleza. Además, es la fuente material con la que se confeccionan los libros. Los árboles son filtros para el viento fresco. Ese que notamos al ver moverse las hojas de los árboles, el que se siente más fresco bajo la sombra de uno. Ese viento que nos alivia el calor, elimina la incomodidad. Ese viento perfecto para comenzar a leer, recostados al árbol.
Otro origen del nombre pueden ser los propios vientos alisios. Los vientos del oeste, los que sentimos en nuestro país, van hacia el norte, mientras que los del norte, se dirigen al oeste, cerrando así el ciclo.
Este no es un análisis innecesario, puesto que esto se puede notar en el libro. El árbol de los vientos es un cuaderno cíclico, cerrado, en su estructura y en la filosofía que encierra. Inicia con el poema “Cuerpos caídos del cielo”, y una primera estrofa dice:
Escuchad la brisa del naciente astro
las cálidas brisas que despiertan todo
escuchad los vientos que se vuelven barcos
invisibles cuerpos que aúllan en coro
Esto no es coincidencia alguna. El autor nos habla del nacimiento (árbol=vida), el despertar, el inicio del viaje en barco impulsados por los vientos a través del libro. Viento que no vemos, pero podemos sentir gracias a la poesía de la imagen, que gracias al muy bien elegido y ejecutado recurso de la memoria emotiva podemos disfrutar en nuestra mente.
Como vimos, los vientos del oeste van hacia el norte. El cierre de la sección de los Vientos del Norte lo realiza un poema llamado “Cuerpos que ascienden” y un verso que reza:
Que llegue el viento del norte que se abran los caminos
Cierre perfecto para un libro, para un ciclo completo a nivel conceptual y literal.
Esta primera parte, la podríamos llamar por el nombre del libro, puesto que sus poemas, de un modo u otro, tratan sobre o alrededor del árbol, de la vegetación. Puesto que es casi imposible imaginar el disfrute del frescor del árbol sin ver el sol, la hierba, pensar en la siesta, en la perspectiva de la vista desde la base del árbol, sin soñar con el picnic.
Esta primera sección es un hermoso cuadro primaveral. Títulos como “Manos descansando sobre tus ojos”, “Cuerpos cerrados”, “Hierba salvaje”, “La retorcida rama”, “El pan amargo” y “El jardín que nadie visita”, nos muestra esto de lo que les explicaba. Sin embargo, los textos no son siempre lo que uno espera al leer estos títulos. El cuadro puede parecernos paradisíaco, pero no son siempre así el mensaje de los poemas. Podemos ver el dolor y el hambre en versos como:
Hoy los platos son espejos y la verdad se me esconde
como se ha escondido el miedo debajo de los manteles
Algo muy interesante es el uso de las referencias. El autor utiliza citas de otros autores, quienes también han escrito sobre los vientos. No obstante, emplea el recurso de intratextualidad y la autoreferencia, en aras de que, aunque cambiemos de zona/viento en el libro, sigamos ese hilo común que refuerza la unidad temática o estilística.
Una muestra de ello lo vemos en el final de la primera sección con los versos:
Este es el impaciente adiós de la ceniza
Al inicio y luego cierra con
otro jardín quemado que desprende vapores
Estos versos hacen las veces de puente conceptual o hilo conductor al título del primer poema de la segunda sección del libro Viento Oeste: “Pacto de ceniza”.
Este poema también nos habla de una búsqueda, quizás de ese jardín que nadie visita.
Junto a “Pacto de cenizas”, los demás títulos de este Viento nos adelanta cómo será la atmósfera de lo que leeremos. Me refiero a títulos como “Sepultando el rostro”, “Hasta que el blanco fluye”, “Desolada bruma blanca”, “Calles laterales”, “Fantasmas desnudos” y “Gestos íntimos”, el cual cierra esta sección y da paso a Viento Norte. Al igual que la primera transición, aunque menos evidente, Raúl Leyva vuelve a unir, de forma inteligente, una sección con otra. De este modo, aunque estén separadas, hay un hilo temático-conceptual que las une en un mismo sistema/libro/concepto.
Pero no es solo la estructura del libro lo interesante. En sus poemas, el autor se vale de las métricas más tradicionales de arte mayor, como el verso endecasílabo, hasta aquellos de dieciséis sílabas métricas. Entre ellas, algunas tan raras como los versos de quince.
Estos sonetos, asonantes, consonantes e incluso, de rimas blancas son pensados y colocados inteligentemente para que veamos con claridad a un autor que ha estudiado el soneto; pero también las figuras de dicción y la preceptiva. Leyva acude a estos recursos para otorgarle vida, profundidad, belleza y fuerza a su mensaje.
Hay un juego rico con el lenguaje en los poemas, incluso con la lengua. Raúl fuerza la sintaxis y el orden lógico de las oraciones para reforzar su idea y de ese modo, la rima. Un ejemplo de eso es la estrofa:
el blanco respirar florecido en la diáspora
un morboso silencio donde no existen puertas
ventanas claustrofobias y unas frías anécdotas
que me recuerdan todo sin esperar que vuelvas
De ese modo llegamos a lo que creo que es el fuerte del libro y que, por lo general, es de lo primero que se habla: ¿De qué trata el libro?
Al ser un libro de poemas, responder la pregunta es un tanto complicado, debido a que cada lector se va a apropiar de estos textos e interpretarlos a su modo; a adueñarse de ellos. Por esa razón, creo que es mejor explicar qué es lo que encontrarán en El árbol de los vientos.
A primera vista y lo hojean, notarán las citas de grandes escritores que, de un modo u otro han escrito sobre el viento, o sobre lo que escribió Raúl Leyva en el texto citado. Pero una vez que comenzamos a leer, nos encontramos con textos cargados de filosofía, de un pensamiento cuestionador: de la vida, la muerte, al engaño, la cobardía, el amor y, sobre todo, a la fe. En fin, a todo lo que nos hace humanos.
Y mientras borro todas las preguntas
y todos los inviernos y el derrumbe
y las ensoñaciones de tres puntas
sobre una lengua muerta que retumbe
en agua tan sagrada y tan podrida
que las moscas se alejen a un tópico
hay hombres que han planeado su partida
antes que Colón llegara el trópico.
Pero también notaremos, como en el ejemplo anterior, que hay un exquisito uso, primero, de la memoria emotiva y, segundo, de la búsqueda del color, el olor y el sabor en los textos. La búsqueda de una sinestesia que complete el ciclo, que el mensaje nos llegue a los cinco sentidos.
En los textos de El árbol de los vientos encontraremos cuadros renacentistas, clásicos, contemporáneos. Las luces, las sombras y los colores completarán esas escenas que nos son descritas y nos transportan a ríos, praderas, jardines, iglesias, etc.
El cuestionamiento y las posibles respuestas que nos brinda, o sugiere el autor, muchas veces vienen apoyadas o argumentadas con una fuerte carga emocional y, en otras ocasiones, de fe.
La presencia de un Dios es casi como la de un personaje recurrente. Y no solo Dios como sujeto, sino también las referencias a la fe, como las iglesias, los elementos sacros, la eternidad, referencias bíblicas, litúrgicas, el temor a Dios, la fe en la vida más allá de la muerte.
Esto también puede verse en el cómo se abre y se cierra el libro.
Hay otro elemento característico y que es, en mi opinión, lo que me llevo al leer El árbol de los vientos, y es la fuerza, la esperanza, la búsqueda de la belleza, allí donde menos una la imagina. Esto lo vi casi al finalizarlo y me hizo regresar y releerlo; ver las semillas que siempre estuvieron ahí plantadas en la semiología, en la corriente subterránea de sentido: en el propio título.
Tanto el árbol como los vientos son sinónimos de fuerza, permanencia, de esperanza; y eso se nos transmite en cada poema.
Ya he plantado fuertes vientos como el que planta semillas
como luces que se esparcen entre las sombras sin rumbo
ya es tiempo de que regreses en un renacer de lilas
El árbol de los vientos es, en resumen, un libro necesario, interesante, cómodo de leer. Es una colección de poemas inteligentes y estructurado de un modo muy bien pensado y aún mejor ejecutado. Cada verso cumple una función individual y colectiva. Este es un libro donde la forma, el cómo ha sido escrito, responde a una necesidad de contar, responde a un mensaje, a una voz que nos transmite fuerza, belleza y esperanza a través de imágenes originales. Aquí encontramos cuestionamientos filosóficos, éticos, religiosos y personales que bien podríamos habernos hecho con anterioridad, solo que nunca con tanta destreza y alarde con la pluma.
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