He llegado ante ustedes con el ánimo de ofrecer instrucciones para un mundo habitado por seres diversos. Se reúnen en torno a la muerte, el morbo, la insinuación sexual y privativa de actos que solo ocurren en espacios cerrados; a veces también ante la vista de muchas personas que prefieren mirar a otra parte si de cadáveres se trata, en sitios cargados de sentidos oscuros como lo es una morgue. Las historias y los personajes hallan continuidad alrededor de ésta, se confunden, entrelazan y pervierten de manera previsible; se completan con otros relatos cargados de sentimientos que nos tocan hondo por su carga emotiva. Uno de ellos es Morir en ti: una historia muy personal y cercana que los hará conectarse ante el dolor y la pérdida de un ser tan querido como una abuela, pero éste relato lo veremos más adelante.
Les propongo adentrarnos en las Bestias interiores (Ilíada Ediciones, Alemania, 2022) de Lisbeth Lima, un libro de relatos en el que se mezcla el humor negro, un erotismo perverso, lo anecdótico, la concatenación de sucesos y personajes que pasan de una historia a otra. Es precisamente la sucesión de hechos lo que tiene preponderancia en el libro, a veces superando a los propios protagonistas que se ven cercados por estos, incapaces de escapar del mundo asfixiante, morboso y disparatado en un ambiente hospitalario, donde los cadáveres y ciertas aberraciones escapan a la vista pública.
Ya lo anuncia en la frase que preside el volumen, la cual pertenece a Frank Abel Dopico: Mi casa siempre se ha alimentado de los muertos. En épocas de angustias padre los escondía en el trinar de los rincones y los muertos se turnaban para dormir en el regazo de mi madre. Así nos llega el relato inicial: “La cajita de fósforo”, que viene a ser la puesta en marcha de lo que vendrá después: Llegué a la puerta del hospital y metí la mano en la cartera. Tras varios segundos de búsqueda fatigosa saqué por fin la bata que estaba debajo de unos libros y me la puse. De ese modo evitaba las preguntas y que alguien más tuviese que saber acerca de mi reguero interior al revisar el bolso. Pasé por delante del guardia de seguridad como perro por su casa y enseguida me dio de fly aquella peste a formol ligada con cigarro, perfumes, medicamentos y todo tipo de cosas que conforman ese nauseabundo ambiente dentro del primer piso. Bajé las escaleras que conducen a la morgue y todo estaba tranquilo. Fui hasta el cubículo del tanatólogo para saber quién cubría la guardia y me topé con Juanca.
De este modo nos encontramos junto a los personajes, permanecen sentados a la espera de que alguien muera. Asistimos a conversaciones narradas de modo coloquial, al tratamiento descuidado hacia los familiares del fallecido que acuden a la morgue, cargados de dolor. La autora escribe en el mismo relato: Los familiares entraron y comenzaron a descubrirlo sin pensarlo mucho. Nadie a su alrededor lloraba. Yo me quedé hasta verle el rostro. Siempre lo hago, no sé por qué. Sin embargo, esa tarde sentí un poco de flojera. Aunque he hecho esas cosas un montón de veces, el impacto nunca deja de ser fuerte.
Se evidencia lo humano y profesional que pasa por el tamiz de la vida doméstica. ¿Qué pasa si de pronto descubrimos que falta el cráneo de una de las necros? ¿Qué sucede durante las noches de guardia, de sexo, alcohol, peste, suciedad, humo de cigarros y miserias humanas dentro de las paredes de una morgue? ¿Qué sucede cuando conocemos a personajes potencialmente siquiátricos, de aspecto gastado, como perros solitarios, con fantasías de inventarse quiénes no son en realidad, con girasoles plásticos sobre la mesa y la afición de hacer solapines por cuenta propia? Es el caso del relato: “Julián el multifacético”, es descrito con sorpresa. Julián se salió del molde que quien cuenta tenía pensado, sin embargo, esto fue una impresión inicial, a medida que avanza el libro podemos ver cuánto de errado o no tienen las primeras impresiones: Me quedé observándolo y luego eché a reír. ¡Qué presumido! Pero no dejaba de tener razón. Todos los técnicos que conozco son hombres con rasgos potencialmente psiquiátricos y de aspecto gastado. Casi siempre andan borrachos y la peste a alcohol y cigarro se les une con putrefacción y todo tipo de asquerosidades humanas. Más adelante agrega: Julián, tan diferente, aunque tal vez solo en apariencia. Sin duda alguna, ese tipo disfrutaba su trabajo, sí, Juliancito se dedicaba, además de abrir muertos y darles cabida a sus fantasías, también a hacer solapines por cuenta propia.
Hay reiteraciones de un relato a otro, incluso, para los que han leído otros libros de la autora, pueden hallar puntos de contacto con este volumen en cuanto a la forma de conducir el narrador, la manera de construir a los personajes y el mundo viciado en el que están recluidos. Recomiendo el texto: “La pierna”, en el cual, a mi modo de ver, la autora logra un grado más acabado del morbo, el humor negro. La simplicidad de la anécdota y la abrumadora realidad ante la mediocridad profesional siempre matizan la ironía. Aquí logra mover a sus personajes —y con ellos al relato— ante el sonido persistente de una caja que es arrastrada por el hospital con una pierna humana dentro, fresquecita, acabadita de cortar. Veamos un fragmento: De antemano ya venía yo escuchando el rozamiento incesante de algo en el piso, algo pesado, tal vez una caja de cartón, pude descifrar, y cuando llegó hasta mí, lo confirmé. Un empleado del hospital venía arrastrando por todo el pasillo, desde la salida del ascensor, una caja de mediano tamaño, rectangular, con una soguita amarrada en un extremo.
—Es una pierna —dijo— está fresquecita, acabada de picar.
(…) más solo escuché un grito. El hombre había tomado el elevador de vuelta al piso del que vino dejando tras de sí, sin percatarse, la pierna de piel morena y uñas rosadas de una señora X.
Este ambiente de puro humor negro y sin dudas cargado de cierto terror, se anuncia desde las primeras líneas cuando la autora nos cuenta que para pasar las horas leía un libro de Kafka. Desde ese instante podemos inferir que lo increíble puede acontecer, pero no es un humano que se ve transformado en un insecto, no hay un cambio en el nivel de realidad. Lo que ocurre en este relato es completamente verídico, sus personajes no han mutado ni trasladado a otro contexto fantástico. Lo que sucede es que el absurdo, la mediocridad y lo surrealista alcanzan tal nivel (dentro de la realidad misma) que nos resulta increíble que sucedan ciertas cosas y hasta nos parece que hemos ido a parar a otro mundo sin darnos cuenta.
Otro de los relatos sobre el que deseo llamar la atención es: “Morir en ti”. Sobre todo, impacta cuando la protagonista se desdobla de doliente a personal vinculado al sector de la salud, justo al ver a su abuela en la morgue, a punto de ser cortada por el bisturí, como un cadáver más, nos dice: Esa noche que estuve con ella vi el dolor habitar su rostro. No importó cuántas veces pasara mis manos por su espalda, siempre dolía más y más y más.
—Me quema, es una candela que me sube hasta la nuca —me decía—. No aguanto más, ¡qué va, yo no aguanto esto!
Así el personaje protagónico asiste a la muerte de uno de sus seres queridos. Este suceso sirve para poner en entretela el drama familiar en una historia secundaria con el padre, que, si bien no la desarrolla, tampoco es de interés para la obra, pues no es hacia donde se mueve la acción. Es la muerte la que desencadena estas subtramas de algo terrible que ocurrió en el pasado y ocasionó un sisma familiar: Llegué y mi padre temblaba. Mis tías, que llevaban siglos sin hablarme, entonaron sus ojos al cielo preguntando por qué a un dios que no da respuestas. —Ya se la llevaron —me dijo él. No supe abrazarle. No me salió. Puse la mano en su hombro. Miré a sus hermanas, sin rencor. Una de ellas tendió el brazo para tocarme. Rocé sus dedos y di la vuelta. Bajé las escaleras rumbo al matadero. A veces me he preguntado qué hay debajo de ese último piso, en las cañerías, ¿correrán pedazos entre esas aguas? No puedo evitarlo, el pensar en cosas raras me invade apenas pongo un pie en la morgue. No quise pensar en eso, en lo que haría. A partir de ese minuto comenzó a levantarse el muro.
He aquí una de las claves del libro: “el muro”, como obstáculo que se alza y divide lo humano y lo corrosivo, a las personas y a las bestias, al dolor y a la esperanza, a la autora de la narradora. Vemos alzarse “el muro” de una manera muy velada desde las primeras páginas del libro, pero es aquí, ante un dolor agudo que saca a la luz antiguos dolores, que el muro toma su altura casi definitiva para decirnos que el corazón central está a punto de perderse, a punto de ser insalvable entre tanta miseria; una vida que se ha tornado demasiado árida y necesita un cambio YA. Entonces comprendemos que es un error buscar sólo las bestias interiores en los personajes. Aquí descubrimos que “el muro” es una bestia más, quizá la más terrible de todas.
El cuerpo de mi abuela descansaba inerte sobre una mesa gélida y sucia. Debajo de la nuca, esa que tanto dolía, un bloque de madera descolgaba su cuello. Los ojos desde abajo me miraban y yo me bebí las lágrimas. Alberto hizo la primera incisión. Sostuve las manos finas de mi abuela. Siempre tan lindas. Tan delicadas a pesar de tanto arar la tierra y sembrar maticas de café. Con esas uñas largas y duras. Recordé cuando decía que pelara ajos pa’ que me crecieran. Alberto avanzaba, yo sostenía la mano muerta de mi abuela y le hablaba mientras ella me prestaba la mayor atención del mundo. Dije tanto y nada.
Entonces ocurre lo definitorio, el giro de tuerca que hace al personaje tomar partido ante una escena tan terrible, en la que ha tenido que ser “juez y parte”: —Dame las tijeras. Retiré el bloque visceral y quedó hueca. Mis manos cubrieron el vacío y terminó de armarse el muro. De este modo podemos vislumbrar que, aunque no puede evitar que termine de armarse el muro, no va a afectarle mucho más que eso, porque a través de estas páginas ha conseguido purgar sus bestias y darles un fin con esta historia de cierre. Comprendemos que eran relatos que necesitaban, que urgían ser contados como una especie de exorcismo personal. Con el punto final de “Morir en ti”, la autora comenzaba a dar la espalda a sus demonios y, finalmente, podía alejarse de ellos —al menos por un rato—, porque las bestias interiores siguen ahí, esperando, tras el muro.
Así son los personajes de este libro: personal técnico con vicios y limitaciones, fallecidos desprovistos de dignidad, gente que no ha sido feliz y que estuvo lejos de serlo, familiares que revolotean como buitres cargados de miserias ante las posesiones del difunto, saturados de sexualidad y oportunismo, personajes teniendo sexo en la misma morgue ante el cadáver de quien fuera su pareja (enfriándose al otro lado de la pared). Personajes —ajenos a todo dolor— capaces de dar un escándalo público al del carro fúnebre y a los familiares del muerto, envueltos en el peloteo funerario, el rencor y los féretros abiertos, rellenos con cualquier cosa que apareció a falta de aserrín.
Estas son las bestias y las instrucciones para domarlas junto a una cajita de fósforos en la puerta de un hospital. Una autora-personaje loca por salir del trabajo, por llegar hasta una parada y ver, una vez más, que el ómnibus no llega. Sola ante la abrumadora realidad, lejos de su casa de muñecas y con la esperanza de que al día siguiente Marquitos no esté de guardia. Entonces sólo le queda un recurso para purgarse: sentarse a escribir y dominar aquello que lucha por emerger desde su interior.
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