Performance, una voz aguda (+fotos)

En estos tiempos el arte cubano encuentra menos asideros para sustentarse, las constantes crisis van relegando sus expresiones a niveles ínfimos, suelen ser menos los acontecimientos que transcienden; a ello se añade que desde los círculos de la crítica y los estudios culturales se suele lanzar teorías sobre límites del arte, jerarquías artísticas o lenguaje contemporáneo, menospreciando algunos intentos legítimos.

Si bien la academia es importante para el entendimiento de símbolos, conceptos y técnicas, el arte no necesita de tanta armazón epistemológica, solo precisa dejar enseñanza, mensaje; o sea, comunicación entre artistas y espectadores. Así genera diálogo, reflexión y aporta elementos cognitivos, cuestión intrínseca también al performance.

Cultura performance DSeos TeatroPor estos días Las Tunas fue escenario de propuestas interactivas, a pesar de su ubicación geográfica, distante de las capitales culturales. Como sucede en Santiago de Cuba, Holguín, Camagüey, Matanzas y La Habana, aquí los artistas exhiben sus deseos y móviles discursivos sea cual sea el contexto.

Basta con ver el efecto de los performances acontecidos durante La Pupila Archivada de la Asociación Hermanos Saíz en Las Tunas, para entender que el arte se hace haciéndolo y para quienes, como yo, no pudieron asistir a todas las presentaciones, están los testimonios fotográficos de Yoandry Sardiña, con su excelente factura desde el trabajo con el lente, el oficio perceptual y -sobre todo- su peculiar modo de observar las cosas.

Los escenarios fueron calles del centro de la ciudad, locaciones que embellecen cualquier propuesta artística porque el Balcón de Oriente es una especie de escenografía con muy buena imagen para la fotografía.

Las condiciones estaban creadas, el escenario ideal, la primavera como atmósfera temporal, jóvenes y talentosos actores, músicos, bailarines…, más un público ávido de interacción y espiritualidad. Y en ese universo alineado para las buenas cosas, Andrés Borrero Ricardo (Las Tunas, 1981) lanzó sus guiones o argumentos para conceptualizar algunos performances.

Andrés es escritor (yo lo llamo creador) y la escritura es el medio comunicante. Quizás este desenvolvimiento en la expresión visual está alimentado por la cercanía al mundo de la escena, pues es hermano de la actriz Elizabeth Borrero (no lo sabía, lo obvio es desconocido a veces para mí).Cultura Performance Las Tunas 5

Andrés presentó Nothing else masters, interpretada por la estudiante de ballet Alejandra López Peña; Concierto a cuadros, desarrollado por el concertista Danilo Lozada Lazo, y Ciudad, por la actriz Leonor Pérez Hinojosa.

Cuando vi estas obras me dije: ‘qué bueno, los artistas piensan y dicen’. Y recordé algo importante sobre nuestro pasado artístico, sobre esa variante contestataria que nada ni nadie puede callar. Les contaré y, luego, volvemos al performance de Andrés Borrero.

Esta pequeña ciudad, que exhibe la sencillez de pueblos rurales, fue en la década del 80′ del siglo XX ubicada en el panorama cultural cubano con las propuestas del grupo La Campana. Jóvenes artistas, apoyados en el manifiesto conceptual de Armando Martínez Rueda que arremetió contra los curadores e instituciones. El grupo quizás tuvo un surgimiento casual, estaba integrado por algunos que fundaron la cofradía y otros que se fueron sumando en la medida que el espíritu de él se apoderaba de los espacios. Entre ellos, Oscar Aguirre Comendador, Manuel Martínez Ojea, Carlos Pérez Vidal, Lázaro Estrada, Eduardo Lozano, René Peña Carbonell.

Su obra fue contundente en medio de un ambiente de pasión por los héroes y todo lo que estuviese referido al tema «Patria». Cada época tiene sus códigos y vehículos comunicativos, aunque la obra de La Campana fue efímera y 35 años después quedan pocos testimonios gráficos, su mensaje está latente.

Terminé admirándolos por el valor de llevar la disyuntiva hasta sus límites y consecuencias, desde la voz grupal y su obra individual. Me atrevo a asegurar que tenemos deudas con los artistas de nuestra tierra. Luego de despojarnos de prejuicios debíamos reconocer a los que inscribieron -y aún lo hacen- el nombre de Las Tunas en revistas especializadas y la pusieron en boca de muchos que -incrédulos- no pueden calcular el potencial que desde esta tierra se expande por el mundo.

Y en eso del performance, los artistas de aquí han sido pródigos. En los primeros años del siglo XXI, el grupo Demos & Kratos, integrado por jóvenes, entre ellos Osmanys González Vargas, recorría las calles con un cuerpo ensangrentado, llevado en vehículo alternativo, en este caso una carretilla de albañil. Por mucho que el público quisiera abstraerse, generaba conmoción, pues cada cual ponía su experiencia para completar la propuesta.

Con Mohamed Roselló Labrada tuvimos lo más avanzado de la tecnología a disposición. Muchos recordarán las proyecciones de diapositivas con la obra de este creador, sobre cuerpos semidesnudos, contra una gran pantalla de cine. Las imágenes resultantes, cientos por cada contorsión del cuerpo, son de las propuestas más acabadas en este género, en cualquier época y sitio que se proponga. Mohamed es dueño de un estilo, uno de esos artistas que echamos de menos en nuestras salas porque -simplemente- con él pensamos y nutrimos nuestro intelecto.

Las esculturas andantes de Yuris Eduardo Bueno Yero son recurrentes hoy en los espacios públicos de la ciudad, muchas veces junto al proyecto D’Seos Teatro, las cuales cuentan con mucha aceptación por el grado de factura de sus personajes. En el caso de Yuri, es loable el tiempo de entrega del hombre artista; horas encapsulado en un vestuario puede resultar pesado o incómodo, pero no limitan la voluntad actoral.

En todos los tiempos el arte fluye según las circunstancias y necesidades sociales. El performance nace en 1916, unido al arte conceptual y bajo la égida del poeta y ensayista rumano Tristán Tzara, inmerso en el movimiento dadaísta. En general, es una vía expedita de interacción con el público, puro arte en acción. Además, como variante atemperada al desarrollo tecnológico, en muchos casos sus costos de producción anulan cualquier intento de representación.

Andrés Borrero enriquece esas memorias del arte interactivo. Su concepción fue inicialmente escénica, convirtiéndose en visual en la medida de la evolución plástica. El autor puede pretender un resultado, sin embargo, el alcance de la obra en el proceso de comunicación con el público es impredecible. Por ejemplo, el performance Concierto a cuadros, en medio de la vía pública, fue elevado a otro grado de resolución por la ecuanimidad de Danilo Lozada al interpretar con el violonchelo, en circunstancias donde los conductores detenían sus autos, aparentemente por la obligatoriedad de una luz roja y la cebra, junto al factor «deseo ver qué está pasando aquí».

Se requiere un trabajo previo para abstraerse del medio o entorno como lo hizo el artista, que ofrecía una escena casi irreal. No obstante, hay un elemento que destacó la capacidad comunicativa de esta obra, esa ni Andrés, ni Danilo, ni Yoandry podían saberla: la presencia de un personaje deambulante, desposeído de sus facultades psíquicas, que rompió los límites del espacio físico para ser parte de la obra.

Fue un mágico momento. Cada uno de ellos supo aprovecharlo, porque la interacción no está solamente en que la música sea capaz de volar lejos, no está en que muchos transeúntes pudieran ver la escenificación -todo ello es lo concebido o pensado-, la verdadera conexión es la confabulación del público con la obra. El performance es un arte que no se concibe en su totalidad porque todo el que se relaciona aporta.

Los actores escénicos conocen la ruta para la expresión plástica, el teatro abraza todas las manifestaciones, incluso, la solución manual de sus propios atrezos. No importa cómo se mueve el arte contemporáneo en el resto del país o en el mundo, hay códigos que han ido evolucionando a la par de la tecnología y los grupos sociales, pero estos, los nuestros, funcionan en un pequeño pedazo de mundo donde el público está ávido de un lenguaje que los haga pensar, interactuar y reconocerse en él. El performance es un lenguaje para el reclamo compartido de artistas y público.

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