Ya tío Max, el viajero, no compite conmigo. Bueno, el tío de los Fraggle Rock hacía viajes interoceánicos, que no es mi caso… todavía. Asumo que para cuando ese momento llegue ya habré perdido los temores y las nostalgias que deben venirle a uno dentro por naturaleza cuando viaja. Y digo deben porque si alguna vez los tuve, ya no lo recuerdo, o no lo recordaba… hoy siento algo parecido a eso. Aunque creo que se le parece más al cargo de conciencia. ¡Qué sé yo!, no logro identificar el mejunje de cosas que traigo dentro.
Tienes que parar, me dije esta mañana mientras miraba la cámara del teléfono: mí misma, es tiempo de un stop. Y pensé en mi hijo, la economía terrible que traen estos tiempos. Los deberes como madre y mujer que imponen la sociedad, la familia, el hogar: sandeces a las que una nunca escapa. Ya se los decía, cosas que vienen impregnadas en los genes. ¿Era realmente necesario que hicieras este viaje? Todos los meses viajas. La gente hace como que lo entiende, pero en realidad te juzgan, ¿sabes? Piensan en tu hijo de tres años que vives y mueres dejando con otros.
“No puedes pedirles que comprendan tu visión de futuro. No es época de analizar más allá del qué vamos a comer hoy. Y todos quieren un porvenir mejor, pero pocos realmente invierten en esas ganas. Tú antepones tus metas a todo, a veces hasta ante tu propio hijo, y, aunque suene mal, eres consciente de que solo persigues un bien mayor para los dos. Nada viene de la nada, tú lo tienes claro, así que no lo hagas tú también, no te juzgues. Ya la vida sola se encargará de eso, es su función, y si de lo hija’eputa que es hablamos, contigo se ha pasado. No le debes nada. Así que, no, acomódese los cojones y pa’lante”.
Definitivamente mi Yo1 y mi Yo2 tienen siempre charlas complicaditas, pero es obvio saber a quién de las dos le voy siempre, ¿verdad? Pero aun así, mi Yo1 ha logrado dejarme tocada esta vez. Ciertamente los últimos veinte meses han sido convulsos, muy convulsos. Desde que él no está, jamás he vuelto a ser la misma. Quizás el hecho de haber tenido que coger el ómnibus hoy en ese lugar, donde mismo lo cogí aquel junio fatídico, tenga que ver con los conflictos que ahora traigo. En ese momento también me hice la misma pregunta de si debía hacer el viaje o no, para mayor coincidencia el destino era el mismo que ahora. Para ese entonces la respuesta la tuve dos semanas después, cuando definitivamente me di cuenta que no, no era necesario el viaje. Nunca debí haberlo hecho. Solo espero que esta vez no ocurra ninguna desgracia.
«Libros», refugio bendito. Siempre el lugar seguro al que puedo huir. La tiranía de las moscas me acompaña, noveleta de Elaine Vilar Madruga, colega escritora cubana, con una obra sólida que la hace merecedora de una de las voces, si no la más notable, de la literatura actual escrita por mujeres en Cuba. Y ya en este punto cabe entonces hablarles de mi trabajo, ese que me tiene siempre de un lado a otro. Como ya saben, soy escritora, y parece ser que me lo he tomado bien a pecho desde que decidí dedicarme a la literatura de a lleno. Pero, lo cierto es que antes de haber decidido pedir la baja en el centro de ciencias dónde antes también trabajaba (época en la que llegué a tener tres empleos, me mantengo con dos) igual viajaba, quizás no tan seguido como ahora, pero, a decir verdad, desde que salí del instituto y comencé la Universidad, viajar se volvió mi rutina favorita. No puedo negarlo, me posee el alma de una gitana. En las cosas de la vida me pasa igual. Tres casas, siempre de una a otra, nunca quieta. Tarecos van, tarecos vienen. De arriba pa’bajo de abajo pa’rriba. Debe ser patológico. Pero, bueno, les hablaba del trabajo. Leo a Elaine Vilar con la intención de reseñar este libro reciente de ella que ha dejado bastante de qué hablar en el panorama literario hispano. Pero sobre todo porque es mujer joven que escribe y estoy desarrollando una investigación sobre literatura escrita por mujeres en Latinoamérica y el posible versus entre esto y literatura feminista (que no es lo mismo, o al menos no tiene por qué serlo) y, por supuesto, tengo algunos nombres de cubanas en mente, el de ella entre esos. La tesis que planteo es mi proyecto de graduación para la segunda maestría que desarrollaré, esta vez en Valparaíso, Chile (más viaje), donde gané una beca para un programa fabuloso: «Estudios Literarios y Culturales Latinoamericanos».
¿Cómo se relaciona este viaje actual que estoy haciendo ahora con todo lo demás que les mencioné arriba? Pues, voy rumbo a la capital para pasar un curso de posgrado sobre Crítica de Arte. Sí. Estudio. Ese es el motivo de mis viajes casi siempre. Cuando no, pues me muevo para participar en eventos, ferias del libro, presentaciones, giras, etc. Amén de que también estoy haciendo una maestría en Antropología Física en la Facultad de Biología de la Universidad de La Habana. Soy bióloga… creo que ya también se los había dicho. Especializo en Antropología Forense, cadáveres humanos, ciencia que también me apasiona mucho como la literatura. Pero bueno, el perro tiene cuatro patas y coge un solo camino, como solía decirme un amigo. Así que, por lo pronto, decidí terminar esa maestría de Antropología y ya, ponerle un stop a la ciencia por un tiempo y seguir con la literatura, a ver qué tal me va.
Antes hacía biología de campo. Expedición tras expedición, como les comenté, viajar desde hace mucho ha sido como parte de mi sistema autónomo. Pero bueno, los modos de vida de una van cambiando, al menos deberían, sobre todo cuando se es madre, ¿no es lo que dicen?
-Piensa que vas de excursión, relájate y usa esta semana para coger un respiro en lo que comienzan los tres días intensivos del curso de Crítica, trabajas mucho, siempre te lo digo- me dijo un amigo esta mañana. Lo que menos imaginó él es que en realidad así iba a sentirme un poco durante el viaje, el ómnibus para cantidad y siempre en lugares rodeado de monte seco. Hasta almorcé sentada en una piedra a la sombra de un árbol.
Debimos haber salido a las 9:00 am, pero a las 10:30 de la mañana es que salíamos a la autopista rumbo a La Habana. Sobre las 3:20 de la madrugada dijo el chofer que estaríamos llegando a la terminal aproximadamente. Eso hace un total de 17 horas de viaje más o menos. Terrible. No sé cómo aguanto tanto tiempo de viaje en una guagua. Tiempo para que los bichos de mi cabeza hagan fiesta con mi paciencia. Nada, solo resta esperar y poner todas mis buenas energías en función de disfrutar el tiempo en la capital sacándole el máximo de provecho a ese curso de Crítica.
Y ya no les doy más la lata, que en 17 horas de viaje puede uno ponerse a escribir muchas cosas…
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