Cuando ella le explicó que no lo había invitado a la fiesta de su hermana, porque sería una ceremonia humilde, muy distinta a las de su clase social, Luisito le respondió: “Está bien, María Luisa”, y se fue molesto.
Pero para sorpresa de toda la familia, él llegó ‘de cuello y corbata’ a la hora de iniciar la celebración, y fue quien sacó a Oneida del cuarto luciendo por primera vez maquillaje y galas de mujer crecida, como dictaba entonces la costumbre en aquellas tierras vueltabajeras.
“Yo me pensaba que era la cenicienta en el baile del príncipe, yo me sentía así”, contaría años después, Oneida Áurea Acosta, amiga de los muchachos de Saíz, el juez bueno del pueblo, y la maestra Esther Montes de Oca.
Al hablar sobre el otro hijo del matrimonio, no puede evitar sonreír y contar la anécdota de cuando Sergio le enseñó a bailar rocanrol. “Después de haber aprendido algunos giros y algunas cosas, pretendió hacer ese de pasarme por debajo de las piernas de él y casi que me fractura la columna”.
***
Quienes los conocieron confirman que el primero era muy serio y reflexivo, no así su consanguíneo, irremediablemente impetuoso e inquieto. Pero alguna que otra vez, intercambiaban papeles porque la ecuanimidad no le menguaba la valentía al primogénito ni la efusividad restaba madurez política al de menor edad.
A principio del curso escolar 1954-1955 correspondía elegir la presidencia de la Asociación de Alumnos del Instituto de Segunda Enseñanza en Vueltabajo. El grupo a favor de Antonio Roig, al encontrar varios carteles en diferentes partes del centro que decían: “Vote por Luis Saíz para presidente”, decidió hacerle la guerra a sus contrarios.
La oposición violenta sucedió en el acto de revelación de las candidaturas, cuando Sergio presentó la de su pariente. El altercado terminó casi en una riña tumultuaria. Hasta un tiro lanzaron los partidarios de Roig. Al día siguiente, el hermano mayor y Segundo Rodríguez se entraron a golpes frente al propio plantel. La disputa acabó una jornada después, cuando se volvieron a encontrar en una céntrica calle pinareña.
“Yo pensé que la pelea se iba a reanudar –evocaría años después Rodríguez– y me acerqué preparado para lo que fuera. En eso, sin esperar mucho me dijo: ‘La bronca de ayer fue un mal entendido, nosotros luchamos por tumbar a Batista y somos revolucionarios. Hemos averiguado y sabemos que ustedes están en lo mismo. Por eso lo que tenemos que hacer es unirnos y luchar por la misma causa’.
“Aquellas palabras dichas en un tono enérgico y convincente me causaron una magnífica impresión. Yo le contesté que teníamos conocimiento de que nos iban a acusar, pero él me respondió: ‘Esos son cosas de los padres, pero ya yo hablé con el viejo y le dije que este era un asunto de nosotros, así que no hay problemas’”.
***
Eran unos bonachones los dos retoños de la casa número 41 ubicada en la calle José Martí del poblado de San Juan y Martínez. También tenían un abolengo de bondad admirable.
El conocimiento debía llegar a todo el pueblo, pensaba el segundo descendiente de los Saíz, especialmente a obreros y campesinos, por lo que en unión de otros compañeros creó una escuela popular donde se impartían nociones sobre Derecho Constitucional, Economía Política, Moral y Cívica.
Entre las anécdotas de solidaridad y humanismo de Luis Rodolfo y Sergio Enrique, no puede faltar aquella contada por su propia madre, acerca del destino que a veces sus hijos les daban a los obsequios.
“Al ingresar Luisito en la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana, y llegar el invierno, le di dinero para que se comprara un traje negro. El tiempo pasó y no lo llevó a casa. Yo le pregunté varias veces, hasta que me dijo: ‘Mami, no me hagas mentirte más, el dinero se lo di a Pablo Silva, mi compañero, que no tenía con qué pagar la mensualidad’”.
***
Esos eran los muchachos de Esther y Luis, que en vida los llenaron de orgullo, y después de muertos, también. Porque tras el crimen, los mensajes de condolencias enviados a la familia sanjuanera por amigos, incluso por desconocidos, les revelaban con mayor nitidez la grandeza de sus hijos.
Aquellas líneas escritas desde Marianao por Juan Oscar Alvarado, compañero de su primogénito en el primer año de Derecho, seguramente les rociaron cariño al recuerdo sempiterno de las ausencias.
“Pude apreciar su valor juvenil, su calidad de amigo y su decidido entusiasmo por las causas justas y dignas. Llegado el momento de separar a tantos jóvenes mediocres que en Cuba padecemos de los verdaderamente buenos, él se hallaba imprescindiblemente entre estos últimos”, decía el mensaje del joven poeta, asesinado por la dictadura batistiana meses después.
Igual de emotiva es la misiva llegada del extranjero a nombre de Juan Manuel Rivero, el compinche del inquieto Sergio en los mítines relámpagos en San Juan y Martínez, a quien el primero cargaba sobre sus hombros para que arengara al público y luego ayudaba a virarse el abrigo reversible, de modo que la policía nunca encontrara al “del jacket verde” [así lo tenían fichado].
“Dolor, dolor mortal nos embota el espíritu al pensar en aquellos los hermanos vivaces, amadores del bien, luchadores de la libertad, que por culpa de salvaje bestia [Margarito Díaz] han desaparecido de este mundo material… que no del otro, del eterno.
“Hoy hace un año que murieron para el mundo y nacieron para la gloria. Han muerto aunque presumimos que viven más desde que murieron… El culpable ha hallado en su impiedad el castigo, cuando se ha matado.
“Hoy como nunca veo al bueno de Sergio con la candidez de su espíritu mirarme con sus ojos llenos de esperanzas e ilusiones y diciéndome: ‘Cálmate Oriente, cálmate’”.
Otra carta les arropó el alma a los progenitores, fue la de Raúl Roa, fechada cuatro días después de aquel sangriento 13 de agosto de 1957, noche en la que los dos jóvenes fueron baleados en plena calle, cerca del cine Martha, por un soldado batistiano, con la complicidad de otro uniformado.
“No puedo ni podría aconsejarte resignación. No puedo ni podría proporcionarte consuelo alguno. La resignación y el consuelo son vana retórica en trances como éste. Baste decirte que, como padre, lo siento, siento como propia tu desolación; y como padre, sólo cabe desear que esté cercano el día en que la sangre inocente de tus hijos ―semilla generosa― deje de clamar justicia e irradie luz serena en el recuerdo.
“Las circunstancias los han convertido en símbolo y como mártires pasarán a la historia. No en balde la conciencia toda del país se ha sublevado contra tan abominable crimen, rompiendo el silencio de espanto en que vivimos sumidos”.
***
Probablemente por ese cariño manifiesto, el matrimonio pasó mucho tiempo sumido en un ensueño creyendo que sus niños estaban en una misión muy importante y que en cualquier momento regresarían al hogar.
Dicen que durante años el cuarto de los adolescentes permaneció intacto. La casa y los padres de los mártires, estuvieron siempre abiertos a la gente deseosa de conocer sobre sus pequeños.
Aunque no felices, Esther y Luis sí vivieron orgullosos de sus muchachos. Nunca dejaron de llamarlos así. “¡Qué belleza! Se las dedico a mis hijos. Ponlas en las camas de los muchachos”, era el agradecimiento habitual de esa madre a quienes le obsequiaban flores.
Fuentes consultadas
El libro Brisa Nueva, de Luis Beiro Álvarez, Sergio Suárez López, Luis A. Figueroa Pagé y Reinaldo López Medina. El documental Por qué luchamos, de la Asociación Hermanos Saíz. Los textos periodísticos Estoy llena de juventud, de José Luis Estrada Betancourt (Juventud Rebelde, edición digital del 11 de mayo de 2013) y Esther Montes de Oca, educadora de generaciones, de Yanet Medina Navarro (Blog Isla al Sur, edición del 9 de agosto de 2009).
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social.