El encuentro de quienes creen en el teatro como acto de fraternidad creativa debe cerrar siempre con un espectáculo que deje fe en nuevos caminos sin fronteras. Pero, ¿cómo encontrar el homenaje teatral auténtico que resuma en su esencia el espíritu de júbilo, sacrificio, herejía, obstinación y catarsis personal propio de la creación escénica? Frontera Cero acaba hace unos minutos de dar por cerrada su primera utopía con la obra Pan para la fe, puesta en escena de la agrupación guantanamera Teatro de la totalidad, y que ya quedará como una ofrenda para esta congregación.
La búsqueda del hombre, como confiesa el texto, es la acción total y auténtica que resume esta experiencia. ¿Qué ha sido la historia del teatro sino la búsqueda de sí mismo hecha por el intérprete a través de su cuerpo cargado de recurso técnicos para contar historias que de forma paradójica resuman su verdadero yo? Es este el impulso armonizado desde la escena por el director Geordanis Carcacés a través de este unipersonal que juega con las esencias del teatro musical, la narración oral, el arte declamatorio e incluso, sospecho, el lenguaje documental. Por La terraza de la AHS han desfilado esta noche las herencias, no siempre perceptibles, de Stanilavski, Brecht, Vicente Revuelta. El legado teatral cubano inmerso en el cuerpo del actor, de manera concreta en la presencia física de Fermín Francel que hoy encerraba las voces de muchos. Un teatro pobre pero total, capaz de reafirmar que basta el escenario desnudo habitado por un ente expuesto ante el público. Pero por vez primera tal axioma teatral nos convence como propio, porque se ha cargado de una verdad que agrupa la crudeza de nuestro presente y pasado en convivencia con la tradición real y maravillosa.
Confirmar lo antes expuesto podría hacerse aún más evidente en la música que acompaña el espectáculo. Si Francel hace gala de su dominio del canto, la interpretación, la recitación, la expresión corporal y la danza, esta amalgama hace mitosis en el contrapunteo de sonoridades ejecutadas por el propio Carcacés y la realización musical de Marcos Antonio Pérez Bou. Un sonido caótico y a la vez trabajado en sus detalles, certifica que aquí la música no es simple guía de la acción dramática. Más bien emerge como la prueba de que la verdad solo aflora en la multiplicidad de lenguajes puestos en función de hermanar la idiosincrasia y lo comercial, la cultura popular y la llamada “marginalidad”. Eso es la vida, eso trata de evocar el teatro como fin mayor en todos sus rumbos estéticos.
Escribo estas líneas y siento que hablo del último alegato de una agrupación teatral, sin embargo, se trata de la iniciación de un grupo. El espíritu de fénix no ha muerto en las tablas y la incertidumbre de sus nuevos puertos es el auténtico y único pan multiplicable de los que aún sentimos hambre ante la falta de fe.
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