Las venas de Adrian Berazaín se le enroscan en el cuello como serpientes en celo. Parece que lo asfixian y le absorben la voz. Uno espera su desplome sobre el escenario en cualquier instante; casi percibe cómo exprime la última gota de sonido.
Como en el antiguo coliseo de Flavio, el público levanta las manos y bulle ante el esfuerzo agónico del gladiador. El cielo plomizo sobre el Pabellón Cuba contrasta con la agitación de la masa humeante que desentona al cantar.
En poco tiempo,el joven intérprete se ha vuelto una celebridad que repleta plazas y salones. Temas como “El club de los corazones rotos”, “Si te hago canción”, “Por encima de lo conocido”, entre otros, le han valido una legión de seguidores. Cuán diferente a unos años atrás cuando, en 2009, el artista ofreció un concierto en su antigua escuela, el Instituto Politécnico Vocacional de Ciencias Exactas Vladimir Ilich Lenin.
En ese preuniversitario, los pasillos permanecían repletos de estudiantes que rajaban su voz, al tiempo que mal-rayaban cuerdas de guitarras. La abulia forzada del encierro en la beca, la condición de egresado del cantante, la afinidad del ambiente, parecían razones propicias para catapultar hacia la popularidad a Berazaín, primero, en esa ínsula inasible que resultaba la Lenin; a pesar de que, aquella vez, casi se puede decir que tocó para los árboles.
Desde entonces, el Bera no descansa ni una semana. Ahora los afiches del autor de “Camarera” adornan las aulas de muchos preuniversitarios.
Muchos estudiantes de entonces, ya crecidos, el viernes repletaron el Pabellón Cuba y corearon sus canciones, mientras él permaneció de pie, con la mirada entornada hacia el cielo plomizo del atardecer, y las venas de su cuello se enroscaban como dos serpientes en celo exprimiéndole la gota de voz de la garganta.
Fotos: Cortesía del autor
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