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Rafael Grillo: “Que otros se alimenten de lo que fui. Y buen provecho”

A Rafael Grillo lo conocí en la discrepancia. Parecía no existir un punto en el que estuviéramos de acuerdo. Hasta (romperé aquí a medias una promesa) una peleíta tuvimos con respeto, vía email, por un asunto literario que no aclararé por no romper la otra mitad de mi palabra. Volaron treinta y dos pájaros sobre el mar, un ciclón y un puñado de modas a las que muchos cedieron por esa lamentable necesidad de reconocimiento, sin embargo, de reojo, veía a aquel joven que avanzaba alimentándose y alimentando a otros, a todos, de la palabra, sin importar credos o circunstancias. Para colmo llevaba el pelo revuelto como el Cristo más promocionado, y cuando llegó el momento de contar con él para insertar algo de mi obra en su destacado sitio Isliada, me dijo sí, porque Grillo y yo podemos no estar de acuerdo en equis asunto, pero traicionar ese trabajo que ama, traicionarse, estaba y está por encima de elementos personales. Con el tiempo, lo único que logró en mí fue un gran respeto por su labor. Incansable promotor, periodista, profesor, crítico, editor, juez, antologador y sobre todo: escritor. Sentí la necesidad de que vean un hombre al que las letras de hoy en nuestra isla le deben más de siete bodas sin funeral, por que los reconocimientos tienen que dejar la mala costumbre de ir cercanos al sepulcro.   

Isliada ha sido un lugar destacado para la literatura cubana. Siento que han respondido a este sitio, y desde mi punto de vista es uno de los mejores espacios de promoción literaria. ¿Es lo que imaginaste, o aún debe ganar en algunos aspectos?

Imaginé un proyecto babélico, que crecería hasta el infinito. Uno que pudiera abarcar no sólo un nutrido repositorio o biblioteca virtual de autores cubanos y una punta de lanza en la promoción de literatura cubana y el enlace de los escritores cubanos con espacios internacionales, que es lo que Isliada es hoy, a diez años de vida. Pero pensaba, además, en crear una editorial y hasta un centro cultural con ese nombre, que estuviera enclavado en La Habana y brindando todos los servicios posibles alrededor de la literatura…con cafecito incluido. Pero uno llega hasta dónde puede, por cuestiones personales o de las circunstancias, y eso no debe ser visto con resignación o frustración, sino con orgullo por lo que al menos se ha llegado a hacer, allí donde otros hicieron menos o no llegaron a hacer nada. Aunque insatisfecho, porque hubiera querido comerme el mundo, me siento orgulloso de haber creado un espacio que la gente admira y respeta y que, además de servir para la difusión de autores con méritos aunque poco conocidos y hasta de los autores más establecidos, sobre todo ha dado un estímulo para aquellos que empiezan y ya se sienten tomados en cuenta. Lo que más me satisface actualmente es ver a quién publicó sus primeras letras en Isliada alcanzando sus primeros premios y publicando sus primeros libros. Ojalá se acuerden ellos a su vez de que fue Isliada el lugar donde debutaron.

También, el enlace que Isliada ha creado con autores de otras partes del mundo, incluso algunos nada desconocidos sino de peso en el mercado editorial, es algo que me llena de satisfacción. O haber sido un pionero de muchas cosas, como el hecho de producir libros digitales desde Cuba y promover este tipo de lectura. O sea, Isliada es lo que es aunque no sea todo lo que yo hubiera querido, pero ese “es” tiene un valor nada despreciable, en mi opinión.

¿Qué significa para ti El Caimán Barbudo?

Piensa en que mi despertar a un razonamiento literario y artístico ocurrió en la década del 80 y ahí estaba El Caimán, hablando de libros y películas que se me hizo imprescindible conocer, que ahí estaba la sección Entre Cuerdas, reseñando a los grupos musicales de rock que yo escuchaba. Piensa en que a partir de esa revista se manifestó el nacimiento de una nueva generación literaria, esa de los 80, donde estaban Eliseo Alberto, Senel Paz, Arturo Arango, Abilio Estévez, Víctor Rodríguez Nuñez, Norge Espinosa, Leonardo Padura… Ahí, el propio Padura estaba lanzando dardos críticos al policial del momento, y yo que era un lector de policiales, estaba pensando lo mismo que él, que ese policial estaba acabado. De modo que a esa edad mi sueño era llegar un día a trabajar en El Caimán Barbudo y hacer el periodismo cultural que ahí se hacía. Dio vueltas la vida, no diré que demasiadas, tampoco que llegó a pasar el águila…pero a ese lugar fui a parar a una edad bíblica, a los 33 años, y ahí sigo, recordando siempre que por mi puesto de editor antes pasaron Wichy Nogueras, Guillermo Rodríguez Rivera, Lina de Feria, Lichi Diego, en fin… y que a ellos les debo el hacer un trabajo digno.

Además, me ha acompañado durante este tiempo un grupo de colegas también muy meritorio, con los que he conformado, sobre todo, una hermandad y un sentimiento de pertenencia. Quisiera hacer como Messi y el club Barcelona, y quedarme ahí para siempre, pero, bueno, ya eso es algo que escapa de mis deseos y mi control. Mientras esté ahí, querré que El Caimán sea lo que siempre fue: un sitio de apuesta por lo nuevo y de reconocimiento de los valores importantes de la cultura, y donde se haga, o se intente, hacer de verdad algo que es muy raro de encontrar: Periodismo Cultural. Con la asunción de la Cultura en su sentido más moderno, de amplitud más allá de las fronteras de lo artístico-literario hacia las más diversas y plurales manifestaciones del quehacer humano.

Recientemente leí tu libro Revolicuento, parece, más allá de la estructura que consta de tres partes y donde los cuentos se presentan ordenados a partir de su extensión, un libro donde agrupaste la esencia de tu cuentística. Háblanos de él.

Bueno, no agrupé la esencia de mi cuentística, más bien reuní los cuentos que mejor me parecían de todos los que había escrito entre 2013 y 2016, y con mi visión de siempre, de no reunir solo un grupo de textos sino de hacer un “artefacto”, una suerte de performance metaliteraria, le creé una historia alrededor, con eso de que existe un sitio web llamado Revolicuento.com, de donde se pueden extraer cuentos para antologías; y así reírme un poco de la manía cubana de las antologías, y de paso reírme de mí mismo, porque he participado de esa misma obsesión con cinco volúmenes que llevan mi firma de compilador. Quería hacer un libro divertido, porque a la literatura sin humor no le encuentro gracia, y, a la vez, un libro medio revulsivo (o repulsivo), que pusiera en solfa (no sin cierto cinismo) aspectos del entorno literario nacional y también los discursos recurrentes de lo políticamente correcto, en cuestiones como raza, género, religión, identidad nacional, etc. Siempre desde una postura donde lo importante no fuera epatar o escandalizar por escandalizar, sino invocar una reflexión.

Al final salió, digamos, ese“producto”, que para mí es algo más que un libro de cuentos, y lo envié a Ediciones Unión en aquella fecha y fue aprobado por el Comité de Lectura, luego editado por la mano exquisita de Ena Lucía Portela y finalmente hecha hasta la imagen de portada por el artista Eduardo Abela, pero cinco años después, a mediados de 2021, todavía no ha salido, aunque me prometen que lo sacarán pronto en formato digital. Como yo tengo claro que ahora hacen más falta panes y malangas que libros, me dediqué a esperar, pero impacientemente, y eso me lleva hasta tu pregunta siguiente.

¿Por qué Primigenios?

Conocí el proyecto de la editorial Primigenios en una vuelta que Eduardo Casanova se dio por Cuba, para presentar aquí algunos de los primeros libros de su catálogo. Y me entusiasmó el entusiasmo de ese hombre, sus ganas de dedicarse devotamente a algo que a casi nadie le importa y que absolutamente a nadie le parece hoy lucrativo. Suma a esta razón emotiva, el hecho de que no sueño con hacerme millonario a costa de la literatura ni me quita las ganas de vivir el saber que no alcanzaré el Nobel y puede que ni el Premio Carpentier; y encima adiciona que la salida de Revolicuento.com no estaba fechada ni para las calendas griegas… y ahí está, me decidí a darle ese libro a Primigenios para engrosar su catálogo. El que conoce mi visión literaria, sabe que no soy un profeta del Canon sino un humilde sembrador del Corpus; luego, me gustan los proyectos inclusivos, esos que estimulan a la escritura y a la promoción de la lectura, más que ponerme la venda de la Justicia y alzar la balanza como en la carta del Tarot para decir quién es bueno y merece y quién no. Eso se lo dejo a los delimitadores de las primaveras… Ahora, una aclaración: la versión que publicó Primigenios de Revolicuento.com no es la misma que la que saldrá por Ediciones Unión (si alguna vez sale y se le prioriza por delante de los peces y las lechugas). Aunque no es tanta la diferencia, apenas le adicioné un par de relatos, escritos en 2019. Algo que no hice con el volumen en proceso editorial por Unión,simplemente, porque no quería complicar la presunta salida de ese libro, pensé que “capaz que lo viren hacia atrás, de vuelta a la Comisión de Lectura”, o algo así.

Eres un promotor de lujo para nuestra literatura, y no solo promocionando a nuestros escritores, sino también estableciendo lazos entre los nuestros y otros, foráneos, a través precisamente de la divulgación. Se me hace imprescindible que dejes aquí tu opinión sobre lo más destacable de nuestra obra nacional actual, y también sobre las manchas.

Padura me dijo un día que “faltaba ambición” y yo le dije que ambición sobraba, y él me respondió que “literariamente hablando” y le respondí que lo había entendido y solo bromeaba, que a mi vez quise decir que hablaba de ambición en el otro sentido. Pienso que la mancha de la literatura nacional actual es el apresuramiento, todo el mundo quiere ganar premios, publicar, llegar al mercado, rápidamente… sin percatarse de que ahí se llega cuando se escribe con ambición, literariamente hablando. Tal vez alguien me cuestione y me diga que lo que menos premia hoy el mercado es la profundidad literaria, pero es que hasta para escribir un bestseller se precisa mucho más tiempo de cocción de los textos del que suelo ver en lo que se escribe y cae en la mesa del editor o del jurado de concursos, esos lugares en donde suelo estar con mucha frecuencia y me permiten catar lo que hoy se está escribiendo.

Otro defecto, esto para los más jóvenes, es que muchas veces uno detecta la falta de lecturas suficientes, porque nadie se engañe: a aprender a escribir y a decidir de qué vale la pena escribir, se aprende leyendo. Ah, se aprende también viviendo, y eso también falta: vivencias, que permitan al escritor en ciernes descubrir que hay un vasto universo más allá de su ombligo, mucho más atractivo y necesario de llevar al papel. Por otra parte, o mejor dicho: del otro lado de la cara oscura de la luna, o sea la que está iluminada, creo que sí hay talento suficiente por ahí, y en muchos casos, con tantos graduados onelianos, siento que conocen hasta cierto punto la técnica (algo que pueden argüirme que no es imprescindible pero siempre diré que al menos nunca sobra, porque no voy a desacreditar algo con lo que, encima, me gano a medias la vida dando cursos en la Facultad de Periodismo). Otro elemento positivo es la frescura, la desinhibición, la creciente falta de autocensura… aunque lamento que, a la par, falten tijeras, “literariamente hablando”.

Se te ha visto junto a Leonardo Padura, quien es el escritor cubano más leído en la actualidad. Recuerdo haber estado en la sala Villena mientras hablabas de su novela Herejes. Ilústranos sobre esta relación.

He leído a Padura en el riguroso orden de aparición de sus libros, desde su Fiebre de caballos, cuando era un adolescente de la misma edad que el personaje de esa noveleta. Luego, sus libros de periodismo, cuando solo soñaba con escribir textos como los suyos para El Caimán Barbudo. Y a seguidas, veterano lector de policiales yo, le vi incursionar en ese género con la cuatrilogía de Mario Conde, lo que fue para mí una revelación sobre cómo escribir un nuevo policial en Cuba. Lo seguí leyendo, creciendo en mí la admiración cuando hizo La novela de mi vida y El hombre que amaba los perros, por esa ambición de enredarse en tramas tan complejas, en lo histórico, lo literario y lo humano.

Mi relación con Padura nace de ese respeto hacia alguien que comprende, acaso mejor que ningún otro escritor cubano, que la literatura es más que nada una “misión proletaria”, de sacrificio y entrega diaria a la manufactura de la página escrita. Una vez, después que él ya había escrito y publicado El hombre que amaba…y era un tipo celebérrimo en las cuatro esquinas del mundo, le pedí una entrevista y él me contestó aquel cuestionario en un ratico libre en un cuarto de hotel de alguna parte del mundo y, entonces, se me reveló que, además, era un escritor que no había despegado los pies de la tierra para subirse en una nube divina. A partir de ahí fue consolidándose una amistosa relación profesional, donde no me considero de sus íntimos, pero él es alguien que ha accedido a participar de mis clases de Periodismo y a la vez me ha invitado a compartir a su lado conferencias ante público; y, además de alguna que otra charla en tono informal y personal, también me ha dado la oportunidad de conocer de proyectos suyos en gestación, leer de sus manuscritos inéditos y hacerle una presentación oficial, como cuando Herejes en la Uneac. A día de hoy, a pesar de tener su tiempo siempre tan ocupado, me sorprende, y me congratula, que acepte que lo enrede de vez en cuando en alguna cosa mía, como ocurrió hace unos meses cuando el lanzamiento virtual de la edición mexicana de la antología Isla en Negro.

También me precio de tener la amistad de Pedro Juan Gutiérrez, otro escritor cubano que merece todo mi respeto, no sólo por su obra —y aquí es cuando explico por qué lo traigo a cuento aunque no me preguntes por él—, sino por su ausencia de “divismo”, esa humildad de saberse una persona como cualquiera, cualidad que comparte con Padura y que muchas veces se echa en falta en nuestro dilecto zoológico literario nacional.

Tienes una obra al parecer sólida, todos parecen estar de acuerdo en que es uno de tus mejores aciertos, su título es Juliette Massip. ¿Dónde la conociste? ¿Qué ha mejorado esta dama en tu sustancia?

Cualquiera que conozca de las venturas y desventuras de este mambí desconocido cubano que soy, tendrá noticia de que en 2017 sufrí una fuerte pérdida afectiva, de esas que son difíciles de compensar. Y sin embargo, de una manera inesperada, y que siempre consideraré inmerecida e inconmensurable, apareció en mi vida una persona con un edén en la mirada y un nirvana en la sonrisa —y soy deliberadamente cursi porque si me manifestara de otro modo no sería un enamorado—, que no sólo cambió mi ánimo de ese momento sino que me varió cualquier previsión de lo que debía hacer con mi futuro. Desde entonces hasta ahora, le debo a ella todo el júbilo que he vivido. Y si la felicidad, tal como dicen, es sólo un estado efímero, al menos cabe argumentar que uno puede mantenerse predispuesto a ser feliz, y eso ya es una actitud, estable en el tiempo y no la mera coyuntura emocional. Luego, Juliette Massip es para mí la condición sine qua non para alcanzar esa propensión al optimismo. Que dónde nos conocimos… para que tú veas, fue en Facebook… así que las redes sociales sirven también para cosas mejores que la divulgación de fakenews.

¿Cómo es un día normal en tu vida?

Me despego de las sábanas y de Juliette (lo más difícil) y a seguidas leo y edito textos de otros, leo libros de otros (en digital o papel, pero más de lo primero por culpa de los ojitos), veo películas y series que otros hacen aunque me gustaría haberles escrito yo el guion, reviso email y redes sociales y contesto el 99% de las veces; comparto posts de otros en Facebook y hago los míos también, siempre pensando en acercar buenas propuestas culturales a los demás; salgo a las calles, hago colas y logro traer algo de comer a casa; otras veces salgo a la calle solo para caminar y camino muchísimo y hago fotos, con mi Juliette de cómplice (fotos que luego subo a redes sociales y las comparto, parece que me gusta mucho compartirlo todo, excepto a Juliette, esa no la comparto), también hacemos juntos caminatas virtuales por ciudades del mundo en canales de youtube… y además, trato de hacer cada día una hora de ejercicio en casa (para no ganar sobrepeso, le tengo terror a la gordura), converso con mi hijastra (mucho, sobre todo de libros) y con mis suegros, y por teléfono con mis padres y algunos amigos (pocos, los imprescindibles); cocino de cuando en vez, especialmente si se trata de preparar asados o pescado… y entonces, sólo entonces, con el tiempo libre que me queda y las ganas que disponga, escribo mis propios artículos y mis cuentos, fraguo libros y proyectos por venir… Esto es un día normal para mí, con las actividades, excepto la primera, en un orden caóticamente variable.

Libro, canción y filme preferidos.

Aunque ayer podría haberte respondido otra cosa y mañana también, intentaré darte mis elecciones más estables… Digamos que:

Libro: El conde de Montecristo de Alejandro Dumas.

Canción: Wherethe Streets Have No Name de U2.

Película: El Padrino de Francis Ford Coppola.

He seguido tu ruta culinaria en Facebook. Déjanos aquí tu comida favorita.

Mi abuelo hacía un plato al que llamaba “queso de papas”. Cuando murió en 1980 se llevó esa receta a la tumba. He soñado que él me la dicta desde su sitio en el más allá y que yo la preparo y vuelvo a degustar ese sabor enterrado en la memoria de mi infancia. Luego, aunque sea yo un gourmet de sabores del presente, mi comida favorita, al estilo de Proust, pertenece a un tiempo perdido y a sus fantasmas.

¿Nos adelantas algo de tu proyecto literario actual?

El pasado año participé junto a Lorenzo Lunar y el grupo de su Taller Literario de Santa Clara en una novela policial colectiva. Disfruté muchísimo ese proceso, me encantan esos retos a la inteligencia colectiva, porque trabajar con pie forzado, en mi opinión, es un desafío a las habilidades y el instinto de un escritor. En la escritura del capítulo que me tocaba, se me ocurrieron un par de personajes, una mujer y un hombre, que conformaban una típica pareja dispareja de detectives-policías. Terminado mi papel, y el de esos personajes, en esa empresa que fue como a 24 manos, me quedé con ganas de darles más vida en un libro propio. Y en eso estoy… Para mí es un desafío importante también porque nunca me había lanzado (más bien nunca he terminado) a la escritura de una novela larga.

¿Qué epitafio te gustaría en la tumba?

Cuando era joven y soberbio pensé en uno: “Toda mi audacia es pretender que no me olviden. Mi gran reto fue acostarme para siempre en la memoria”. Hoy me da risa tamaña pomposidad. Hoy no quiero tumba ni lápida. Me acuerdo de la película Los sobrevivientes y la familia que hace sopa con las cenizas del muerto. A mí no se me ocurre mejor destino que ese. Que otros se alimenten de lo que fui. Y buen provecho.

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