Desde la tierra donde también se produce la caña

Conmovedor, profundo, diferente, jovial. Así puede denominarse con los términos más cardinales a La tierra que produce la caña, el espectáculo con que se celebró una vez más en Vueltabajo, el Día del Teatro Cubano.

Tal como se conoce, esta jornada se instituye en la década del ochenta, específicamente en 1980, como espacio para reconocer la valía de la gestación constante de nuestra escena y el mérito de sus creadores, pero también como recordatorio a quienes perdieron sus vidas un 22 de enero de 1868 al asistir a la función de Perro huevero, aunque le quemen el hocico, de Juan Francisco Valerio.

La obra, puesta por los Bufos Caricatos, poseía en su discurso elementos incendiarios muy incipientes, pero que junto a los motivos que se adjudican a su presentación–recoger fondos para la causa patriótica cubana– hicieron que el cuerpo de voluntarios al servicio de la Metrópolis, entonces la Corona Española, arremetieran contra el público que asistía a ver Perro Huevero

Hasta la fecha no se tiene datos precisos sobre la cantidad de muertos resultantes de la ola de proyectiles que atravesó el edificio de madera donde se puso la obra de Juan Francisco Valerio. Tampoco se tiene datos de los que murieron alrededor o en días sucesivos de la función ofrecida en el teatro de Villanueva. Lo cierto es que aquel hecho cubrió de luto a Cuba.

Hijo de la re visitación de ese dolor colectivo que engendró resistencia, del gesto iconoclasta de aquellos teatreros decimonónicos que llevaron hasta el punto máximo la defensa de sus verdades más legítimas, La tierra que produce la caña[1], bajo la dirección artística de Dorys Méndez y texto de Irán Capote, sin temor a decirlo, es uno de los espectáculos que, al menos en el rango de una década[2], se ha gestado con mayor calidad y profesionalismo en nuestra provincia en torno a los sucesos del Villanueva.

Los principales méritos en los que se sustenta son su solidez conceptual, su amplia claridad propósitos, sentido del momento y del espacio para el que se concibe.     

Una pieza teatral con todas las de la ley, La tierra que produce la caña, se manifiesta con muchas ganancias. Es agradecible que no se haya compuesto a la manera de alguna de esas pacatas galas formales, de esas revistas musicales que hemos padecido en Vueltabajo; donde es previsible el orden de las intervenciones artísticas, en que el alto grado de improvisación o lo trillado del repertorio restan mérito y respeto a la fecha en que está de fiesta nuestra escena.

La tierra que produce la caña, como texto espectacular, es sólido, con un lógico desarrollo, tramado a partir de una estructura de teatro dentro del teatro que asiente la inevitable necesidad de pensar el aquí y ahora de nuestra realidad social y sobre todo escénica. 

Con relación a esto último, establece un diálogo sensible con su referente principal para la fecha, Perro huevero…. Pero no se comporta como una recreación de esta obra. Sus propósitos tienen otro vuelo intelectual. Más que desempolvar el discurso de la pieza de Juan Francisco Valerio, lo revisa y trasciende. Establece, dado que parece ser su real propósito, analogías contundentes entre el contexto de enunciación, las causas-efectos que rondaron la puesta en escena Perro huevero… y el ahora donde surge, que aborda La tierra….

Y de algún modo el texto que Irán nos lega consigue borrar distancias entre siglos, logra sentar bases, alertas sobre circunstancias que todavía no hemos superado en diversos planos en nuestro entorno existencial. 

Así pues la evocación de la memoria histórica se convierte en pendón para el debate de aspectos medulares como la posibilidad del libre albedrío creativo, el respeto a la obra del artista, la necesaria relación institución-creador, la perentoriedad de romper esquemas, fórmulas que lastran la praxis artística. Desde estos nortes, La tierra que produce la caña se expande y agiganta. 

Pero los logros escriturales de La tierra…., no sólo se basan en sus planteos, sino también en los lúcidos vericuetos de los que ha participado en pos de consolidarse como un organismo vivo.

Aquí es importante reconocer que La tierra… arma sus entrañas a partir la coexistencia de lo más logrado de la tradición escénica nacional y lo más meritorio de la práctica teatral pinareña contemporánea. Rescata y acoge en su corporalidad a personajes esenciales de la herencia teatral como lo son el negrito, la mulata y el gallego. Del mismo modo, reactiva resortes creativos como el choteo, la ironía, el sarcasmo, la parábola, que han modelado el físico de nuestra escena durante más de dos siglos y que en esta puesta escénica son nuevamente eficaces para generar procesos reflexivos.   

Al mismo tiempo, mientras revitaliza nuestra tradición, sin jerarquías y armónicamente conectadas, da cita en escena a diversas estéticas (teatro de títeres y dramático, ballet, mimo), personajes y situaciones provenientes de espectáculos que han sido hito en la escena vueltabajera. Toda esa vorágine, todo ese material atómico, lo hilvana coherentemente, borrando distinciones y conformando una fábula teatral con identidad única.

Así, desde esta hibridez, surge informal y seriamente a la vez La tierra que produce la caña no en la sala principal, sino en “La Piscuala”, el patio lateral del Teatro Milanés. Aquí la acción escénica fluye con desenfado, desplazándose rápidamente a los disimiles planos de representación. De manera que no hay tiempo para el vacío ni lugar adonde el espectáculo no llegue tórrido.

Uno de los detalles que posibilitan esto son las distintas entradas y salidas, la presencia y relación directa que sostienen los actores con el público. Una relación que, de la forma en que se ha concebido, se experimenta cálida por su intimismo y a la vez potencialmente efectiva; ya que involucra a los espectadores en la acción escénica, los hace partícipes de un gran espectáculo que aborda sus propias existencias cotidianas. No podría ser la puesta más positivamente nociva.

No menos reconocible resulta la visualidad de La tierra…. Con marcado cuidado se ha concebido un diseño de luces variado en tonalidades que realzan la figura de los actores, los maquillajes de los distintos personajes, las telas que sirven de escenografía al gran universo donde se expande el espectáculo a cargo de Dorys Méndez.

La tierra que produce la caña está defendida por un elenco mixto de mucha valía. Momentos como el grave monólogo de Luz Marina Romaguera, defendido visceralmente por Yunet Martínez, la intervención de los traviesos muñecos que representan a los famosos músicos cubanos “Los Safiros”, por parte de Teatro de Títeres Titirivida, o la sabrosa ironía del siempre estimado personaje, Perancita, de Jorge Luis Lugo, seducen al espectador, le confirman la necesidad de su encuentro con una teatralidad bien lograda.

También otros instantes de la puesta como la proyección, a manera de sombras chinescas, de imágenes de diversas personalidades que ya no están entre nosotros o fragmentos de obras que las recuerdan, hacen de La tierra… una propuesta sensible, de amplios alcances dada su conciencia del valor de nuestra memoria teatral.

La tierra que produce la caña, como ya hemos referido, es un espectáculo necesario y de muchos méritos. Necesario porque valientemente sostiene, sin ser lesivo o carecer de sentido, el reclamo de los artistas que pujan cada día por la posibilidad de crear sin esquemas ni limitaciones, porque además, deviene en homenaje no sólo a los que no están físicamente entre nosotros, sino a aquellos que estando en alguna parte del mundo y que una vez contribuyeron al establecimiento de nuestra cultura.

También, esta es una obra necesaria y de valía porque ya el Día del Teatro Cubano reclamaba a gritos, en nuestra provincia, un espectáculo que estuviera a su altura.

Tales razones nos indican a pensar que La tierra… debe entenderse como un ejercicio de la verdad, al respeto al arte, a la construcción de nuestra nación. No podría esperarse más de nuestros teatreros. Pensar otra cosa de esta propuesta, no poder sensibilizarse con el filo de la palabra consciente y respetuosa, sería apostar por dar la espalda al proyecto de construcción colectiva de nuestra nación y nuestra cultura.

[1] Que debe su nombre a la frase “¡Viva la tierra que produce la caña!”, expresada por uno de los actores del elenco decimonónico de Perro huevero…

[2] Tiempo en que he sido testigo de estos homenajes.

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