Analizar una obra plástica necesita de toda una determinación y fundamento por parte del espectador para potenciar su acción de entendimiento; pero cuando dicha obra trasciende los límites de la estética y se muestra como una poética visual, requiere de este todo un compendio de sensibilidades que sumerja su percepción en el intríngulis mágico de la pieza.
La muestra Drappus de Mario González (Mallo) expuesta en la galería Luz y Oficios —aunque con marcadas diferencias— es similar a uno de estos poemas crípticos y hondos que ostentaba el neobarroco cubano a mediados del siglo pasado, encaminados principalmente por el drama y el ser como esencia ontogénica en su formación espiritual y posterior expresión.
La necesidad de desbordamiento de un arte abstracto que encauza niveles guiadores dentro de la propia semántica visual del artista, es el principal modulador de esta muestra. Mallo juega con el poder sinestésico de los geometrismos, las superficies manchadas y los colores, mascullando información imprecisa pero certera, que transita por evasiones en pos de la inducción, llegando a comunicar sus motivos desde la sugestión.
Al emanar todo el misterium poético-visual, la tarea de ser exégeta de esta peculiar fórmula corre a cargo de aquellos de mayor profundidad y sensibilidad en el plano de las letras: los poetas. La poesía —vista desde un enfoque lezamiano y origenista, y hasta antropológico— es un recurso fundamental para y del individuo, parte íntrinseca de la vida; o es la vida misma en sí como la sabría López Lemus. Por lo tanto, esta muestra de Mallo, que transitó del lienzo al ánima poética, solo es posible verla desnuda desde lo sensorial en la lírica, desde esa vibración de vanguardia que se halla en su estética, buscando una voz más lúcida en sus análogos literarios.
”(…) Allí se ven, ilustres restos, / cien cabezas, cornetas, mil funciones / abren su cielo, su girasol callando. / Extraña la sorpresa en este cielo, / donde sin querer vuelven pisadas / y suenan las voces en su centro henchido. / Una oscura pradera va pasando. / Entre los dos viento o fino papel, / el viento, herido viento de esta muerte / mágica, una y despedida. (…)» (Una oscura pradera me convida, José Lezama Lima, fragmento)
En realidad transmutada se divisa, desde la multiplicidad de los diversos elementos, a un poeta oculto en universos más altos, detrás de lo visible y conocido, huyendo de la inercia del diario y su fatiga. Encontramos una rara cotidianidad pero con adjetivación inaudita para establecer una incomprensible asociación, explícita por momentos a través de la semiótica que presenta (títulos, formas, trabajo con el soporte, disposición en el espacio), pero bogando en una bruma sentimental-inconsciente que se oculta en el misterio de las piezas; ahí vibra la mayor fuerza poética de Mallo.
Una mágica disposición imanta las formas y la composición a la propia discursiva, donde no caben concesiones ni cambios que tergiversen la realidad expresiva del artista. Se exime de repeticiones monótonas y linealidades en su narrativa visual, desenvolviendo diferentes climas que transitan por la calma, lo contractivo y la explosividad de la altivez. Mallo brota de un neoplasticismo, delimitado en el plano por secciones y costuras, que a su vez presenta salpicaduras y un trabajo desenfadado con el óleo, rompiendo con el patrón estructural del constructivismo y escapando de las delimitaciones preimpuestas en el plano; hace como una entrada en anacrusa, deslindando de lo convencional, pero sin disonancias ni ruidos y hablando como un «son diurno» en presencia del plenilunio en una playa vacía:
«Ahora que ya tu calidad es ardiente y dura, / como el órgano que se rodea de un fuego / húmedo y redondo hasta el amanecer / y hasta un ancho volumen de fuego respetado. / Ahora que tu voz no es la importuna caricia / que presume o desordena la fijeza de un estío / reclinado en la hoja breve y difícil / o en un sueño que la memoria feliz / combaba exactamente en sus recuerdos, / en sus últimas playas desoídas. / ¿Dónde está lo que tu mano prevenía / y tu respiración aconsejaba? (Son diurno, José Lezama Lima, fragmento)
Este artista se sabe un hombre enmascarado por excelencia, enmascarado desde el misterio. Se reconoce como un «guajiro que hace abstracción», pero su posesión de ciertas virtudes acumulativas en proyección y estética, lo vuelven un maravilloso creador exento de la violencia y agresividad de la imposición, logrando desde el desenfadado y la inducción un trabajo que transita por diversas aristas conductoras a su realidad esencial.
Un tríptico en forma de cortinero, una tendedera interactiva final y una pieza de total fluctuación formal empastan con la repartición del resto de las telas en la muestra, haciendo de la dinámica funcional de esta, un lugar de rebote, sensitividad y sorpresa. El Collage, la mixta, las diferentes dimensiones y el trabajo con el azul, amarillo y rojo, turnándose la preponderancia sobre el negro, los grises y el blanco, son los rasgos primarios que se observan al entrar a la sala expositiva.
En Drappus las geometrizaciones se mezclan con la aleatoriedad en la disposición de la pintura creando un clima tétrico en simbiosis extrema. Cada obra presenta un título, logrando en la muestra, a pesar de ser una serie de abstraccionismos de menor factura, identidad fuera de lo visual y autonomía. Mallo presenta dinámicas extraviadas con retóricas visuales explícitas, provocadoras de climas inductivos, velando desde su posición, por la persistencia de un discurso mediante la utilización de elementos semióticos precisos.
La historia del soporte es fundamental en esta exposición; telas recicladas y distintas funciones pictóricas en el plano. Drappus: en latín tela vuelta a utilizar, viene siendo la sucesión de obras en un artista que logra metamorfosis constantes sin negar una realidad objetiva que en un momento dado representó lo más fidedigno de él. Lo imperecedero y transmutable del soporte, las tantas realidades que contiene y la solidificación de una discursiva defendida por el artista son las generalidades que definen esta muestra; pero retozaría la voz de Lezama volviendo en sus reclamos recordando: «Ah, que tú escapes en el instante / en el que ya habías alcanzado tu definición mejor…» y el Drappus quedaría nuevamente bogando en las aguas del misterio, contando escalones encaminadores de la percepción.
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