El frío es un estado mental

Reseña del libro Los hijos del invierno de Luis Enrique Mirambert

 

Pudimos ser fotógrafos de la National Geographic especializados en ortodoncia para leones. Pudimos ser los carteros de Bukowsky, los muchachos que le traían los periódicos a Lenin, vendedores de sierras eléctricas en Wall Street; dueños de La casa de la bella durmiente y le entregaríamos a Nobokov cada noche una muchacha diferente. Pudimos ser reposteros en París y cocinar los croassant que se comerían los snobs en un café a orillas del Sena.

Pudimos haber sido todo y eso y más; pero no, somos hijos del invierno, justifica Luis Enrique Mirambert del Valle en su primer libro publicado por Ediciones Aldabón con diseño de Johan Trujillo. 

En esta Isla no existe invierno. Según los expertos solo hay estación seca y otra lluviosa, pero con el primer soplo de viento que medio erice el vello de las muñecas nos volvemos cazadores de focas en huecos horadados en el hielo. Nos disfrazamos de esquimales. Nos volvemos una falsa de nosotros mismos. Si tenemos que sustituir exportaciones, sustituimos hasta el invierno; porque la colonización cultural nos hace llorar cuando pensamos en la nieve.  

Tal vez, si nos remitimos a los manuales de historia y geopolítica, pudiéramos decir que somos hijos del invierno porque somos las generaciones (aquellos nacidos en los 90) que sobrevivimos a la caída del muro de Berlín. Sin nada que hacer y en lo que caminamos hacia el sur dejamos que la libido sea la brújula. No habrá calor más reconfortante que el humano; ya sea para rellenar algún vacío primitivo de la carne, o para cuestiones más sencillas como la identidad y el arraigo.

Bajo estos códigos se mueven los personajes de este libro y también un suprapersonaje que es el narrador, cuya voz suena detrás de cada historia que, aunque escritas con personas gramaticales diferentes o con diversas mudas de nivel de realidad, comparten una intención comunicativa rectora: Vivimos en futuro después del futuro.

Como escribiría Harold Bloom sobre Goethe: Luis es mucho Luis; sin importar lo que cuente, su estilo se impone por encima de la historia. Ahí una musicalidad omnipresente que tal vez provenga de su práctica como poeta, la banda sonora del universo Mirambert.

El autor hace gala de diferentes técnicas y estilos, pero que no se vuelve una cacofonía, sino más bien —no diré sinfonía porque sería cliché— un bolero de victrola en una versión que le agrega un poco de funk, un poco de música electrónica y rock and roll.

No creo que se vayan a agotar en las librerías del día a la mañana este título, pero igual cómprenlo porque el frío en esta Isla no es una condición atmosférica, sino un estado mental, y con los Hijos del invierno quizás nos deshelemos un poco por dentro.

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