Anibal De la Torre Cruz (1985) es uno de los más persistentes artistas visuales holguineros. A fuerza de trabajo y talento –nunca está tranquilo, sino en la búsqueda constante, asegura–, su firma aparece en la mayoría de las exposiciones colectivas realizadas en Holguín en los últimos años. Estas, junto a las personales que ha inaugurado, como la reciente Rostros en la sede provincial de la Uneac, nos reafirman que la poética de Anibal, la cosmovisión que permea sus cuadros, mezcla de elementos identitarios locales y nacionales, con otros de la tradición yoruba, es reconocible a simple vista. Ha logrado con ello lo que muchos artistas buscan: un sello de identidad, una marca visible –que ha evolucionado, pero ha mantenido, como un vía crucis, los mismos sentidos, búsquedas, dudas y preocupaciones, sueños y signos a los que aferrarse como señales de la vida– en el panorama de la plástica holguinera y cubana.
Por un lado, reconocemos en su obra los retratos y la autorepresentación –como un análisis de las “preocupaciones, cuestionamientos, interrogantes, estados anímicos y un modo de representar el yo interior”–; y por otro, la representación de la cultura y el panteón afrocubano, específicamente el yoruba y sus símbolos, como “el resultado de algunas interrogantes sobre la fe en las personas, su influencia sobre ellas”, y como un “camino de conexión entre lo terrenal y lo espiritual, una manera de caracterizar una idea, un concepto”. Su obra, insiste, es un retrato de su vida. Un reflejo del mundo interno que siempre lo acompaña. Raíces, creencias e identidad podrían resumirla, pero dejemos que sea el propio Anibal De la Torre quien nos cuente sobre las formas en las que el mundo se le transfigura en arte.
Vayamos a los primeros pasos… De niños casi todos dibujamos y casi todos queremos ser artistas… Pero, ¿cómo te inclinas a las artes plásticas ya más seriamente? ¿Algún antecedente familiar, o en tu caso sucedió eso que muchos llaman, sencillamente, vocación?
Mi inclinación por las artes plásticas comenzó desde muy temprana edad. Desde pequeño mi familia y amigos de mis padres que frecuentaban la casa, decían que tenía vocación para la pintura. Recuerdo que en la primaria mis compañeros me hacían cola para que les dibujara personajes de dibujos animados que daban en la televisión; mis favoritos a dibujar eran las tortugas ninja y los gatos samurái. Cada vez se hacía más fuerte la necesidad de dibujar y pintar.
Me presentaba a concursos de plástica infantil que se convocaban en la escuela, de los que fui premiado en diferentes niveles. En esa época la Academia de Artes Plásticas abrió un curso para niños (estaba en 6to grado) y me presenté. Allí estuve recibiendo clases de dibujo tres o cuatro meses y aprendí mucho gracias a mi primer profesor y amigo en la actualidad Ernesto Sanciprián.
Luego de concluido este curso, conocí a otro artista que me acogería en su casa para continuar ofreciéndome conocimientos de las artes plásticas, las gracias a Octavio Torres. En mi familia tengo la suerte de tener antecedentes en el mundo de las artes plásticas: mi abuelo, que ya no nos acompaña, recibió estudios de pintura en su juventud y su hijo, mi tío, se graduó de escultura en la Escuela Profesional de Artes Plásticas de Holguín. Como dicen por ahí, eso va en la sangre. Mi abuelo fue la principal persona que me apoyó y me inculcó desde pequeño mi amor por las artes plásticas. Siempre me llamó la atención un cuadro suyo, unas palomas en su palomar en tonos ocres y sienas, creo que ese cuadro fue el detonante de mi pasión por la pintura.
Te gradúas de la Escuela de Instructores de Arte en Holguín en su primera graduación –luego haces la Licenciatura en Estudios Socioculturales en la Universidad de Holguín–, y al poco tiempo comienzas a participar en muestras colectivas y realizas tus primeras exposiciones personales. Ha sido un camino largo hasta hoy y al mismo tiempo de crecimiento… Comúnmente la docencia en Instructores de Arte está más enfocada a la enseñanza artística y sus metodologías, y no son muchos los jóvenes instructores que, a la par de trabajar en esto, han sostenido una obra personal sólida. ¿Cuánto crees que influyó en tu trabajo, y en tu formación como joven creador, estos años cursados en Instructores de Arte?
Entrar a la Escuela de Instructores de Arte fue un paso para perfeccionar mis conocimientos sobre las artes plásticas. Mis cuatro años en la escuela marcaron una etapa de mucho estudio y dedicación. Debo agradecer muchísimo a mis profesores Luis Santiago, Julio César Rodríguez, Michel Cruz, Carlos Céspedes, Eduardo Padilla, Bertha Beltrán, entre otros. Excelentes artistas que les debo los conocimientos que me inculcaron y lo que he logrado hasta ahora.
Creo y no quisiera ser absoluto, pero mi año tuvo la dicha y la suerte de tener a estos excelentes artistas como profesores. Me gradué en 2004, en la primera promoción de esta escuela creada por Fidel Castro. Me incorporé en una escuela primaria para cumplir con mi servicio social de cinco años. Durante este tiempo llevé al unísono la pedagogía y mi carrera como artista. Traté de superarme cada día más, investigando mucho y presentándome a los diferentes certámenes que se convocan en la provincia. Fue una etapa en la que comencé a despuntar y a proponerme metas a alcanzar. Así apareció mi primera muestra personal, aquella que rompería el hielo, en 2007 en la Galería Holguín. Fue un reto que trajo críticas constructivas, pero marcaba el inicio de lo que realmente quería en mi vida, pintar, y lo primero que me salía era elementos distintivos de Holguín, como la Loma de la Cruz, el reloj del Cine Martí, mezclados con palmas, helechos, girasoles, en una paleta de tonos ocres y sienas.
¿Cuánto sigue influyendo la experiencia docente en el Anibal artista? Coméntame un poco sobre tu participación, en dos ocasiones, en la misión “Cultura Corazón Adentro” en Venezuela.
Venezuela llegó de manera sorpresiva. No me imaginaba ir a un país con una cultura totalmente diferente a la nuestra; fue un peldaño nuevo que subir en mi vida. A penas tenía 24 años, muy joven, para asumir una responsabilidad pedagógica con personas de diferentes grupos etarios; realmente fue una tarea que me exigía superarme cada día más. Llegar a un cerro, realizar un diagnóstico profundo de su población para emprender una labor docente artística fue un reto difícil, pero gracias a cultores venezolanos del área, el trabajo se facilitó un poco.
Es válido destacar que esta hermosa experiencia aportó mucho para mis conocimientos y como persona. Fue una etapa en mi vida que aproveché mucho, pues visité galerías y museos donde disfruté originales de grandes artistas de talla internacional, con solo mencionar a Duchamp, Warhol, Christo, Kandinsky, Botero, Carlos Cruz-Diez, Jesús Soto, Mondrian, Picasso, entre otros. También compartí con artistas destacados del país, y aprendí mucho de sus experiencias. Tuve la suerte de realizar una exposición bipersonal de fotografía junto a mi esposa en la Galería Elsa Morales, de la Casa del Artista de Caracas. Esa fue mi primera experiencia internacional, que disfruté mucho, y tuvo muy buena acogida por el público venezolano.
Hablábamos de un crecimiento, una evolución… Al revisar tu obra notamos que, sin importar las diferentes etapas por las que ella ha ido transitando, desde las palmas, relojes, los símbolos arquitectónicos de la ciudad de Holguín, de tus primeras series, hasta los recientes Rostros, se reconoce la poética de Anibal De la Torre. ¿Qué rasgos crees que han identificado tu pintura; no ahora, sino en esa especie de recorrido plástico con el sello de tu trabajo?
Mi recorrido, desde mi primera exposición personal, es un retrato de mi vida. De dónde vengo, mis raíces, mis creencias, mi identidad. Este recorrido yo lo vería como un diario en el que cada exposición es una nueva etapa, donde plasmo sentimientos e interrogantes que son constantes en el día a día. Trato de analizar el mundo que me rodea y cómo influye en el paso de mi vida. La obra de Anibal ha sido eso, un reflejo de ese mundo interno que lo acompaña siempre.
¿Qué es la identidad para ti?
La identidad es el conjunto de elementos que hacemos propios, como la forma de hablar, caminar, vestir, pintar; el sello que caracteriza a cada persona. Una persona sin identidad es un alma errante caminando sin presente y futuro. Las personas deben tener bien claro esto para saber de dónde venimos y hacia dónde vamos.
Hablemos de dos cosas: la autorepresentación (el autorretrato, que sabemos es uno de los ejercicios de análisis más complejos para un artista) y la representación de la cultura y el panteón afrocubano, específicamente el yoruba y sus símbolos (caracoles, herraduras, girasoles, clavos, helechos, incluso en el uso de elementos no convencionales como el saco de yute y los caracoles) en tu cosmovisión. ¿Por qué te interesa el retrato y específicamente el autorretrato, incluso en las fotografías de la muestra “Silencio roto”? ¿Podríamos hablar de asumir la fe también desde las posibilidades de la creación plástica? ¿Y acaso también de una crítica de la religión con fines mercantilistas, a mucha doble moralidad que abunda hoy?
Desde mi tercera exposición personal, Revelaciones, comencé a representarme a mí mismo en las obras. Más bien ha sido un análisis de etapas de mi vida: preocupaciones, cuestionamientos, interrogantes, estados anímicos y un modo de representar el yo interior. En la historia del arte el autorretrato ha sido una herramienta para representar estados y etapas de su vida. Es una herramienta que continúo aplicando, todavía queda mucho por expresar.
La muestra fotográfica Silencio roto, fue el resultado de algunas interrogantes sobre la fe en las personas, su influencia sobre ellas y como ha llegado a la doble moralidad y por qué no, de llevar este ritual sagrado a fines mercantilistas. La utilización de diferentes elementos como clavos, las herraduras, los propios caracoles (Diloggun), entre otros, han sido un camino de conexión entre lo terrenal y lo espiritual, una manera de caracterizar una idea, un concepto.
Hablemos un poco de los maestros. Cubanos y extranjeros, creadores conocidos o no. Artistas a los que admiras y sigues. ¿Quiénes, de una manera y otra, te han influido como artista?
Desde que comencé mis estudios en la Escuela de Instructores de Arte, no paré de buscar, leer e investigar sobre las artes plásticas en el devenir de la historia. A cada artista siempre lo marca alguna tendencia o un pintor en específico; en mi carrera he tenido muchas influencias de varios artistas, siempre experimentando, tratando de buscar un sello propio, o más bien algo que te identifique y que cuando vean tu trabajo, digan: ese es un Anibal. Creo que ese es el anhelo que todo artista desea. Admiro mucho la obra de los artistas cubanos Roberto Diago, José Bedia, Mendive, Ernesto Rancaño, Kcho, los holguineros Yovani Caises, José Emilio Leyva, Ernesto Sanciprián, Jorge Hidalgo Pimentel y Miguel Ángel Salvó, de cuya creación artística he bebido.
La exposición Persistencia del uso (2014) se caracterizó por la “acogida de la oscuridad, un tratamiento escabroso, poco colorido, abrupto…”. Coméntame, Anibal, un poco sobre esta muestra.
Esta fue una exposición diferente a las demás, en cuanto a la tonalidad. Traté de representarla en general con los negros y sienas. Plasmé de manera simple, o sea, sin mucho tratamiento pictórico, ciertas prácticas de la religión yoruba, por ejemplo, el empleo de hierbas, velas, cascarillas, miel, ron y condimentos colocados dentro de un estante con tapa de cristal, simulando un botiquín médico, estableciendo la función paralela de útiles para la curación. Esta obra fue instalativa y en las demás planimétricas usé fondo negro y por lo general de manera lineal, simbolicé los caracoles y ojos como estrellas en la noche o como lluvia en el mar.
Incorporé a las obras el título como parte de la composición. Me gustó mucho “Yo, tú, él, nosotros, ustedes, ellos”, donde expongo la silueta de la dueña del mundo y de los mares, que guarda bajo su falda el ánfora; que guarda secretos místicos, empleando los colores negro, azul y gris.
Más de 15 exposiciones personales y 80 colectivas… Obras tuyas en portadas de libros. Trabajo con diferentes técnicas, materiales… Incursiones también en la fotografía. Veo ahora que el diseño escenográfico y de vestuario de una obra de teatro, que es totalmente diferente a lo anterior. Más tu trabajo en el Centro Provincial de Casas de Cultura. Creo que siempre estás haciendo algo, inmenso en algún proyecto… ¿Dime cómo lo haces? Y además, en esta etapa de claustro por la Covid-19 –momento en que inauguraste Rostros en la sede de la Uneac de Holguín–, ¿cómo ha sido el trabajo y la creación artística para Anibal De la Torre?
Nunca estoy tranquilo, o sea, me mantengo creando e incursionando en otras ramas dentro de las artes visuales. Gracias a la tecnología me he enamorado del diseño gráfico. He realizado varios carteles para cortometrajes de trabajos de tesis de estudiantes del ISA; así como diseños escenográficos para una obra de Rosa María Rodríguez, ganadora de una beca de creación de la AHS. He incursionado en la fotografía, que es un soporte con el que me gusta experimentar.
Durante la etapa de cuarentena, al aparecer la Covid-19, fue un momento que casi todos los artistas se dieron a la tarea de desempolvar proyectos. Yo no estaba exento de eso; fue el momento preciso para poner manos a la obra de la serie Rostros, donde uso como modelos a los amigos que tengo a la mano, mis compañeros de trabajo y mi familia. De ellos capto expresiones faciales en diferentes estados de ánimo dando mayor tratamiento al rostro y representando con trazos abstractos el cinturón escapular, mientras que el fondo es plano con tonalidades pastel en la gama de los rosas y ocres, estampándoles elementos recurrentes en mi obra, como los herraduras, caracoles, girasoles, clavos y garabatos.
Creo que hasta yo mismo me sorprendo que en tan poco tiempo haya logrado esto. Mi esposa, Annia Leyva, también artista de la plástica, dice que soy una máquina pintando, que salto de un cuadro hacia otro y de una cosa a la otra, que siempre estoy haciendo algo. Es el resultado de siempre estar creando, ser perseverante y tener fe en uno mismo. Eso es lo fundamental, nunca cansarse y seguir batallando, en un camino que puede tener espinas y pétalos.
Hablemos de la familia, ese eslabón básico para la creación. De tu esposa Ania Leyva (y del trabajo juntos) y de los niños… ¿Cómo trabajas? Alguna rutina, algún método, algo en particular…
Me siento una persona afortunada por compartir mi vida junto a mi esposa Annia y de tener a mis dos hijos, Kevin, de 14 años, y la pequeña Anabella, de cuatro añitos. La vida me ha regalado lo más grande que pueda tener un ser humano, los hijos. Ellos son mi inspiración cada día. Soy de los que digo que detrás de un hombre hay una gran mujer. Trato de llevarlo todo a la par: trabajo, casa, creación artística, ser un buen padre y esposo. Nuestra casa es pequeña, lo mismo pinto en la cocina que en el cuarto, y cuando las obras son muy grandes, las hago en mi trabajo. He acompañado a Annia en varias exposiciones de fotografía; ella es una excelente artista a la que admiro mucho. Tengo mucho que aprender de ella. Me siento bendecido.
Jugando con el nombre de una exposición tuya, Anibal, ¿cómo es llevar la isla dentro?
La patria, o sea este pedacito de tierra en el que vivimos, es lo más grande que pueda tener un cubano, donde confluye tu identidad, tus raíces, tu forma de ser. Anibal De la Torre se siente orgulloso de llevar siempre esa Isla dentro.
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