Vivir es el verbo, no sirven estar o formar parte, incluso pertenecer, que es más grande, se quedó chiquito hace nueve años cuando Daya Aceituno, batuta y bombardino en ristre, llegó a la Banda de Boyeros dispuesta a convertirla en una experiencia vital y dinámica:
«Desde que llegué traté de cambiar el estilo, tenía la idea de modernizar el repertorio, modernizar la imagen, porque me di cuenta de que eran un montón de jóvenes, pero con una propuesta que se podía actualizar», así comenzó a contarme la historia bajo una lluvia que parecía que se ahogaba el mundo, pero ella no, a ella le salían las palabras como paraguas.
«Pasa mucho que le preguntas a las personas qué imagen tienen de una banda de concierto y la respuesta se repite: la bandita en el parque del pueblo, el domingo a las cinco de la tarde y los músicos con sus guayaberas blancas detrás del papelito amarillo… yo quise cambiar esa imagen, éramos todos jóvenes y yo decía: hay que darle otro sentido a esto.
«Empecé coreando, haciendo palmadas, eso también me identifica como banda, que no solo es instrumental, dentro de la música incluyo coros, voces, tratamos de implicar al público con nosotros en la retreta y empezó a funcionar y hoy se ha convertido en parte de la identidad, el estilo de la Banda de Boyeros».
Una cosa fue llevando a la otra, el repertorio se hacía cada vez «más popular, más movido, más bailable», Daya y sus muchachos veían a la gente cómo bailaba y fue una suerte de contagio bueno: «tratamos de bailar nosotros también desde la silla, pero qué va, me faltaba más, pero también me faltaba cambiar la mentalidad de la gente, eso cuesta mucho trabajo aunque yo tenía claro lo que quería.
«A pesar de que éramos todos jóvenes, los músicos somos muchas veces sedentarios, entonces para lograr que, de estar sentados tocando el instrumento, se pusieran de pie y bailaran, había que romper muchos esquemas y muchas barreras. Me costó, pero lo fui logrando, al principio como un juego, nos divertimos mucho en los ensayos, no nos salía tocar y bailar, entonces lo primero que hacíamos era aprendernos la música de memoria y después nos parábamos a montar las coreografías, comenzamos con movimientos muy simples, pero cada vez nos fue gustando más, fuimos complejizando los pasos, montamos más temas, hasta que dije ¿por qué no hacemos un concierto mitad sentado y mitad bailado?»
La acera del Louvre, en La Habana Vieja, fue el escenario para la primera vez y hasta hoy Daya lo recuerda como «un momento mágico, el público se quedó, te imaginarás, anonadado», claro que esa sensación quisieron repetirla y se ha quedado como sello de la Banda de Boyeros:
«Cuando ven que nos paramos, quitamos las sillas nosotros mismos y empezamos a bailar, la gente se une más, llegan más personas, llama más la atención y eso era justamente lo que quería con esta propuesta, llamar la atención del público, porque yo necesitaba que los jóvenes de hoy, de mi generación , mis contemporáneos y los que vienen detrás de mí, se identifiquen con este formato, que no sea ajeno pàra ellos, que sepan lo que es una banda de conciertos y esta fue la mejor manera que encontré.
«Ese también era uno de mis objetivos, visibilizar no solo a la Banda de Boyeros, sino darle voz y voto a las bandas de concierto. Cuando yo llegué los mismos pobladores del municipio no sabían que tenían una banda, o sea, primero tenía que ponerla en el mapa de Boyeros y después en el mapa de Cuba y entonces estamos trabajando en ponerla en el mapa del mundo».
Los tres meses más largos y anchos
Con 22 años se convirtió Daya en la cuarta directora que pasaba por la Banda de Boyeros, pero no duraría mucho, solo tres meses:
«Tres meses que se han convertido casi en diez años de intenso trabajo, en los que me he dejado la piel, he dejado mi alma, mi corazón y mi vida, pero además hoy te digo que no puedo vivir tampoco sin la Banda de Boyeros. Los muchachos son como mis hijos, a pesar de que tengo la edad de muchos y, cuando llegué, tenía menos edad que muchos de los que estaban ahí, pero me tocó ser el capitán del barco y tengo que mantener una línea por la que la Banda ha seguido con disciplina, con sacrificio, con sentido de pertenencia».
Los tres meses se ensancharon en un abrazo musical que ha arropado a muchos noveles instrumentistas, algunos como Daya llegan con planes de irse apenas termine el servicio social y luego no logran romper los lazos, otros vuelan (siempre pasa) y algunos como Liyanis «luchan la Banda de boyeros», no están allí porque simplemente les tocó, sino porque estaba en sus sueños:
«A mí la banda me ha cambiado la vida cien por ciento, porque yo estoy acostumbrada a tocar en sinfónicas y, por lo tanto, bailar no sucede allí, entonces aquí todos los días es un reto, todos los días tengo que enfocarme más y tratar de hacer lo mejor posible porque el instrumento me pesa, porque es una propuesta completamente diferente a todo lo que yo estudié, por tanto hoy, mañana y pasado va a seguir siendo un reto, pues cada día hacemos cosas diferentes, música diferente y hay que defenderla y para mí ha sido genial, me ha jhecho crecer como artista. Tengo la dicha de tocar en la Banda de Boyeros, que ha sido tan importante como mi escuela, porque me ha exigido mucho y ha sido un avance espectacular en mi formación».
Hay que verla moverse sin que sufra el sonido de la trompa, un instrumento que no es precisamente pequeño. En la batería, los desafíos de Samuel son otros: » a mí el reto me ha venido por la parte musical, me ha ayudado mucho en el trabajo de la música de cámara, como es una banda, tenemos que leer mucha partitura, también está la variedad de los estilos y de los géneros, que lo mismo tocamos cha cha cha, fonk, mambo, bolero… hemos participado en varios festivales y hemos compartido con otros músicos y nos hemos nutrido de este trabajo, de la dinámica con ellos, a veces salirse de la zona de confort es necesario también…»
La clarinetista, Angélica, no habla solo por ella: «para todos los músicos que entramos a la Banda de Boyeros es un reto para bien, porque nos nutrimos de muchas experiencias. La banda ha compartido, por ejemplo, en obras de teatro y esas experiencias te obligan a ser no solamente un músico, sino un artista más completo, que se puede parar en la escena sin miedo, la mayoría de los músicos nos acostumbramos a estar ahí tocando detrás de un atril y en la Banda tenemos que tocar, pero también cantar, bailar, creo que esa versatilidad es un regalo».
Todo por la música
Cuando digo todo, no exagero, dudo que algún músculo quede fuera del performance en las ejecuciones de la Banda de Boyeros, ni una neurona permanece inactiva, ni una molécula de talento. Daya Aceituno sabe que se han puesto la vara muy alta, pero no hace concesiones:
«Lleva muchas horas de entrenamiento. Primero de montar la música, porque, como siempre les digo a los muchachos, nosotros lo primero que somos es músicos, pero además nos atrevimos a bailar, o sea, meternos en un campo que no es nuestro, nunca pretendiendo ser bailarines profesionales, pero sí respetando la profesión de los bailarines y tratando de hacerlo lo mejor posible y lo mejor que nuestra condición de tocar y bailar nos lo permita, porque no podemos abandonar lo que estamos tocando, o sea, se pone el baile en función de la música. Igual la propuesta escénica tiene que ser atractiva, interesante».
La hemos visto en el video clip de la canción de Buena Fe, La fuerza de un país, en la obra de teatro Oficio de isla, que dirige Osvaldo Doimeadios, este verano participan en el Habana Mambo Festival. La frase de moda, «sin miedo al éxito», les queda a la medida, pero hay algo inamovible entre tanta creatividad y dinamismo: «que se haga siempre buena música, eso es para nosotros el principio fundamental, sea cual sea tiene que estar bien tocada y hay que interpretarla con toda la esencia que lleva cada ritmo».
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