El dinosaurio en el fondo del pozo (dossier + videos y fotos)

¡ Y comenzó el Celestino!

Por: Liset Prego

Con una amplia programación a través de distintas plataformas digitales comenzó la vigésimo segunda edición del Premio Celestino de Cuento. El certamen que convoca la sección de literatura de la AHS en Holguín y su sello editorial La Luz, está dedicado este año al aniversario 35 de la Asociación y al centenario de Augusto Monterroso.

Con la presentación del jurado, los narradores Dazra Nova, Rafael de Águila y Emerio Medina oficialmente se abre el concurso al que enviaron sus textos más de 50 narradores de todo el país. Mientras el jurado delibera, en las redes se comparten contenidos audiovisuales de lecturas, paneles, presentaciones de libros, talleres relacionados con la narrativa de ficción, el microrrelato, la vida y obra de Monterroso y muestras del trabajo de los miembros de la sección de literatura de Holguín.

Entre las novedades editoriales de La Luz llegarán: Sexo Chatarra, de María Liliana Celorrio; Cuando te llamas princesa, de Enrique Pérez Díaz; Una brizna de tiempo, Rafael de Águila,  La casa de los gatos perdidos, de Liset Prego, y Fauces, de Lourdes Mazorra.

Las editoriales Caja China y Ácana estarán presentando Camomila y otros relatos, compilación de los finalistas y el ganador del concurso internacional de minicuentos El Dinosaurio, y La mujer del último show, de Lourdes González.

Bajo el nombre Colección La Brevedad se comparten también relatos en audio de escritores de diferentes provincias.

Otra novedad será el Taller de Técnicas Narrativas Contar con La Luz que desde Telegram permitirá intercambiar nociones sobre la construcción textual y lecturas de los talleristas, así como trova, con el invitado Rey Montalvo.

El 18 de junio se dará a conocer el premiado en este Celestino, desde las redes sociales de Ediciones La Luz y desde el Portal del Arte Joven Cubano.

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Las lecciones de Monterroso

Por: Liset Prego

No hace falta ser un lector muy sagaz para notar la profusión de animales en los textos de Augusto Monterroso. Estas criaturas no son atrezo en las narraciones, toman los roles protagónicos con organicidad, y vuelcan en sus desdichas o peripecias toda la voluntad edificante del autor.

Escritos de este modo los textos se transforman en un espejo burlesco que no refleja al lector, pero quizás sí a su alter ego animal personificado. Aunque el propio Monterroso insistía en que no había en su literatura un afán moralizante, es imposible no encontrar en sus sarcásticas letras, pautas morales, desafíos existenciales resueltos con la sapiencia del fabulista, o magnificados para hacerlos notar.

Él mismo dijo:

“…si alguien quiere extraer de ellos alguna moraleja, está en su derecho y puede hacerlo. Corregir las malas costumbres de la gente es una tarea demasiado fácil que hay que dejar a las autoridades. El escritor debe ocuparse de lo verdaderamente arduo: el buen uso del gerundio, por ejemplo, o de la preposición a, que se acostumbra emplear mal. Yo me gano la vida corrigiendo esta mala costumbre”.

Otra obviedad que emerge de la lectura de este autor es su afán perfeccionista, el cuidado de no permitirse ningún exceso, la precisión, tanto que, parafraseando al genio, aseguró que no escribía, corregía. Noten si le preocupaba la exactitud de sus palabras, de las estructuras. Era un perseguidor de la sintaxis precisa, una virtud valiosísima en su ramo, debo decir.

Augusto Monterroso, apuesta por el no ser, él, que no fue mexicano, ni hondureño, ni guatemalteco, sino todo a un mismo tiempo. El escritor de brevedades más ilustre, quizás, de las letras hispanas, cree que un libro es un zoológico de defectos humanos. Un bestiario de aquello que no teme cuestionar en sus congéneres y que atribuye a los animales, sin importar si el pacto tácito entre el lector y la fábula adjudica tal o más cual rasgo a cada criatura. Monterroso subvierte el acuerdo, lo renueva, cada animal puede ser cualquier cosa y servir de instrumento en sus relatos.

Los disfraces de bestia con los que viste Monterroso a sus personajes son el pretexto para enunciar atributos humanos, conflictos propios de la especie, y cada uno viene además envueltos cuidadosamente en ironía. La nueva fábula donde establece el diálogo con criaturas del mundo animal reconstruyendo una convención que basa en la parodia, en el absurdo, suele tener la misma naturaleza moralizante que es común en el género, pero de una manera inesperada.

Los animales parlantes, en la obra de Augusto Monterroso, vuelven a la literatura para adultos, de la que habían sido cortésmente relegados, como cosa de textos fantásticos y literatura para niños.

En el artículo «Augusto Monterroso y el arte del devenir animal», de Iván Aguirre, el investigador puntualiza que:

“En primera instancia están los animales que representan humanos, aquellos que son más signos retóricos que un ente de ficción con personalidad o rasgos vitales suficientemente desarrollados en la trama. Animales como la oveja negra, el conejo, el león y las moscas que representan algo específico, aunque no sea lo que corresponde en el mundo de la fábula y la mitología popular. Luego están los animales testigo, como la jirafa relativista, que sirven de testigo no-humano ante la ridiculez o absurdo del hombre en su comportamiento destructivo. Y finalmente los animales que están en un proceso erróneo de devenir animal a partir de cambiar o negar su naturaleza: La rana quería ser una rana auténtica, La mosca que soñaba que era un águila y el perro que deseaba ser un humano”. 

Todo puede ser representado por un animal, cada concepto con el que nos alecciona, o sacude, para decirnos, “miren, qué tontos hemos sido”, aunque él mismo rechace que sea esta su voluntad. Aquí tipo y arquetipo están retratados y el lector puede escoger qué traje usar, si será león o conejo, oveja o dinosaurio, rana o mono, porque están dados así principios éticos, perfiles psicológicos, supuestos estéticos, concepciones sociopolíticas, y la filosofía vital del artista.

Leyendo a Monterroso puedes reír socarronamente, reflexionar, comparar con tus conocidos a tal o más cual personaje, a la manera del mono que quería ser escritor satírico. Siembra dudas, planta cara a la hipocresía, la desafía abiertamente, así que ya no importa si alguien lo creyó un émulo de Esopo. Si alguien quiere vivir bajo sus códigos, será una mejor persona, si quiere disfrutar de su prosa y tomar de ella un patrón de la redacción adecuada, será un mejor lector o escritor, o ambos. Cumple así el autor de «El dinosaurio» su propósito declarado y el que escapó a su intención y domó el espíritu de sus relatos, autónomos una vez que el público se adueñó de ellos.

Porque aún sin quererlo, cien años después y pese a su oposición, la fábula todavía está allí.

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Celebración de la memoria: Las fauces, de Lourdes Mazorra

Por: Adalberto Santos

Múltiples son los caminos de la exploración interior. Senderos que pueden conducir a la realización personal o la debacle del yo. Y al comienzo de cada uno de ellos abandonamos algo y cargamos con las expectativas e incertidumbres que el desandar pueda depararnos. Ante nosotros, cada día se abre, como una boca inmensa y preñada de incógnitas, donde el destino se inscribe a golpe de paso, y en cuyo umbral nos detenemos, a veces que con temor, ante la niebla que frente a nosotros extiende el devenir.

Cortesía de Ediciones la Luz

Lourdes Mazorra, creo poder afirmarlo, conoce este temor, y frente a la perspectiva del camino ha decidido detenerse y traducir para nosotros, desde la alegoría que es Las fauces, múltiples situaciones y personajes que exploran desde la autorrealización hasta la añoranza del amor, todos ellos transcritos desde lo que parece ser el recuerdo brumoso de vidas pasadas. La prosa de Mazorra llega así pues, envuelta en una brumosa incertidumbre donde cada historia, cada personaje se mueve en el escorzo de un paisaje interior relatado con lentos y difuminados trazos: una vieja vitrina, que representa el legado y permanencia de lo familiar, se vuelve leitmotiv de una historia de fantasmas; una foto antigua rememora los pasajes de un amor que fue, o un añejo hotel, que acaso existe o no, se vuelve escenario de una pasión repetida contra el fondo de una ciudad que existió alguna vez. Todo llegando con la torcida certeza del recuerdo.

Cortesía de Ediciones la Luz

Lourdes Mazorra, quiero creer, se declara pues «silenciosa espectadora». No desarma con mano experta o atrevida las palabras, no propone situaciones límites y alucinantes, no ejercita una dinámica narrativa de vértigo: su manera de contar es cauta y queda, reverente de dioses y diablillos tutelares, desde un Abelardo Castillo hasta un (casi inevitable) García Márquez. Dicho así, de pronto, parecería lectura aburrida, pongamos por caso para un millennial transgresor. Lejos de ello. La lectura, pues, de Las fauces, es un ejercicio de detenimiento y solaz ante la inevitable vorágine de la vida. Es un llamarse a la evocación como ejercicio de saneamiento y paz ante el excesivo acumulo de signos, muchos de ellos confusos y triviales al uso. Es también la posibilidad de repensar, aun desde la imaginación y lo simbólico aquello que consideramos valioso o no, desde una vocación serena, como quien acude al favor de la memoria frente a las esas múltiples fauces que el vivir pareciera extender hacia nosotros.

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«Decamerónicos. Cuentos aislados» para sobrevivir a la peste de este siglo

Por: Liset Prego

Nuclearse alrededor de la literatura, conspirar en su nombre y en pro de la belleza, puede ser ingenuo, algo fuera de este tiempo, pero ellos insisten. Trece años hay entre el nacimiento de la primera y la última de estas voces narrativas holguineras que se reúnen como homenaje a la Asociación Hermanos Saíz, en su aniversario 35.

Diez miembros de la sección de literatura de Holguín que persisten en el afán del cuentero, obcecados en relatar, por encima de la abulia, de la alienación, de la paranoia, unen sus cuentos breves, escritos sin prisa, sin la urgencia de su generación o generaciones, pues hay entre ellos un puente que une lo analógico y lo ontogénicamente digital.

Cortesía de Ediciones la Luz

Se encuentran aquí contenidos frente a la cuartilla, diciendo solo lo preciso. Una virtud parece la de intentar que las palabras sean el sostén de la cordura en estos días.

Como en el Decamerón de Giovanni Bocaccio, esperan su turno para contar, e invitan a leer como un refugio ante la enfermedad que asola afuera, proponen confiados la compañía segura del libro.

Decamerónicos II, es un segundo intento por juntar a una decena de autores en medio de la pandemia por Covid-19. La primera vez fue un podcast con igual voluntad, donde diferían las ciudades de origen de los escritores.

En el número 39 de la colección Analekta, la misma donde Delfín Pratts y Lina de Feria dejaron reposar sus versos, confiados en que los soportes no son la verdadera medida del texto, llegan al papel impreso, algunos por primera vez, acogidos en el amparo fértil de La Luz, que pone el foco ahora sobre estos cuentos aislados.

Idania Salazar, Andrés Cabrera, Miguel Montero, Armando Ochoa, Norge Luis Labrada, Luis Alfonso Lofforte, Elizabeth Soto, Lilian Sarmiento, Susel Legón y Erian Peña examinan la condición humana, la otredad disfrazada de lo heterogéneo para sorprendernos en su rareza. Catan sometimientos, violencias, miran con distancia prudencial a la locura alucinante, atestiguan crímenes pasionales o pasiones criminales, contemplan el milagro de la luz y la sombra; saben de la literatura y su artesanía, indagan en el eterno conflicto del ser y la apariencia, de la norma y lo que la desborda. Se asoman al pozo que es cada historia, y ahondan con sarcasmo o ternura, con miedo o en la zozobra que no alcanza a medir las honduras de la palabra.

Los jóvenes narradores no quieren que la peste moderna los detenga. Quieren contar, a toda costa, y en la distancia, reúnen sus relatos. Sus voces se distinguen, ritmos, referentes, estilos que empiezan a cuajar, a parecer más propios, tanteos, ensayos, cavilaciones, siempre en busca de la síntesis, un juego con la poesía es este modo de narrar. Son discípulos de Monterroso quien, cien años después, los insta a apostar por la brevedad, los reta a sobrevivirle en un mundo perfecto pero confuso.

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La casa de los gatos perdidos

Por: Rubén Rodríguez

Me da mucha satisfacción presentar este libro, a cuya autora me une una relación profesional y afectiva. También porque he estado cerca durante su concepción y realización. La casa de los gatos perdidos, ópera prima de la escritora y periodista Liset Prego, no es solo un canto de amor a los animales, sino un llamado a la diversidad, la tolerancia y la aceptación.

A través de una familia peculiar, monoparental, la de Ricardo y su hija Ana, se presenta una decena de relatos: las historias de los felinos que van adoptando sucesivamente.

Cortesía de Ediciones la Luz

Y con cada gato que llega o se va, nos queda la presentación y resolución de un conflicto. Porque, utilizando el antiguo recurso de la fábula, Liset Prego caracteriza en sus protagonistas animales a la sociedad humana.

Del mismo modo, el barrio deviene cápsula donde están representadas actitudes, virtudes y prejuicios humanos, corporizados en el vecindario. Lo cual supone el matiz crítico intrínseco que contienen varias de las historias, pero renunciando al didactismo, las obviedades y el paternalismo, que suelen lastrar a algunos textos escritos para niños.

Luego de la presentación simple donde se declara el amor incondicional de esta familia por sus mascotas, se desgranan los relatos –no siempre felices– donde se alternan diversos tonos, incluso aquellos referidos a un desenlace dramático, resuelto con delicadeza por la autora.

Cortesía de Ediciones la Luz

Fluidez, amenidad, ritmo, armonía y sencillez, sin renunciar a la elegancia del lenguaje, caracterizan –desde el punto de vista formal– a este cuaderno, que cuenta con un valor agregado: las estupendas ilustraciones de Dagnae Tomás, prolijas y ricas en detalles e ideales para colorear.

Vale señalar que la gráfica ha captado la esencia de las historias y personajes, con gran sensibilidad y constituye un complemento perfecto. Se logra así la deseada simbiosis entre texto e ilustración, que considero indispensable en un libro destinado a los más pequeños.

Me resta solamente recomendar la lectura de La casa de los gatos perdidos, primer libro de Liset Prego. Y como sé por experiencia que «libro llama libro» y ya comenzó la temporada ciclónica, esperemos que lluevan otras obras de Liset Prego. Precisamente, sobre ciclones trata el proyecto en que trabaja actualmente. Habrá que evacuar a los gatos perdidos, digo yo…

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La mujer del último show

Por: Mariela Varona

La Editorial Ácana de Camagüey acaba de poner a nuestra disposición La mujer del último show, un libro de Lourdes González Herrero con prólogo de su editor, el Premio Nacional de Literatura Luis Álvarez Álvarez.

De entrada les aviso que es un libro de cuentos inquietantes. Para transitar por ellos siempre habrá dos opciones. La habitual es recomendable: leer un cuento cada vez, impregnarse de su atmósfera, saborear y detenerse en las ideas más felices o en las más provocadoras. Pero mi opción, y la que sin duda usarán otros lectores, también es válida: leer sin parar las ciento treinta y seis páginas donde caben once relatos y caer en trance.

El libro abre con un relato noir, titulado «Claroscuro». En él, un enano muy cinéfilo se entromete entre un ladrón y su víctima, y la obsesión por el cine negro clásico lo transfigura. El cuento resulta hilarante porque ni el ladrón, ni la anciana objeto del robo representan con eficacia sus roles en la historia. Diríase que son actores de teatro que no han logrado aprenderse el guion de la obra, y es por eso que el enano determina adueñarse del papel protagónico.

A lo largo del libro encontramos dos cuentos más donde aparece el género negro, pero narrados en claves muy diferentes. «Blackmail (Chantaje)» es una historia de desamor fugaz y demoledora entre un presidiario y una mujer borracha que baila sola en un bar. La potencia de esta singular pieza narrativa estremece y duele como un latigazo. «Las manos rojas», en cambio, es un diálogo entre dos personajes masculinos —uno joven, otro viejo— tratando de esclarecer si uno de ellos cometió o no un asesinato. Los dos hombres se muestran tan simples y empecinados que me remiten a los personajes de Rulfo.

En el libro hay tres relatos que exploran la relación del escritor con la literatura y de esta con la vida. «Sobre el uso de las armas de fuego» es un diálogo entre un autor y su personaje. El Narrador discute —no amigablemente— con su personaje Benigno Piñón, un tipo obsesionado con poseer un arma. En «Naturaleza muerta» un escritor que no ha vivido lucha por encontrar dentro de sí la pasión necesaria para narrar la pulsión sexual, que cree le garantizará el éxito. Por su parte, en «Días de lectura» Un hombre racionaliza las etapas de lectura de un libro que le resulta a la vez fascinante y agotador, y entabla una relación imaginaria con el escritor y su fotografía de solapa.

Entre estos dos cuerpos —el relato noir y la reflexión sobre la escritura— hallamos tres textos que no tienen un denominador común en cuanto a género, tema o estilo, pero sirven como pausa generosa para la densidad de los que ya comenté. Uno de ellos es el tercer relato del volumen, titulado «La gran soirée», donde se cuentan los divertidos avatares de un grupo de amigos “colados” en una fiesta súper fastuosa que deriva en orgía. Quien conoce a Lourdes González puede imaginarla leyendo este cuento en público y escuchar perfectamente las risas del auditorio.

La sexta historia es la única donde Lourdes renuncia a la atemporalidad de los otros diez relatos y trabaja a partir de un personaje real: la viuda del cosmonauta Yuri Gagarin. En «La trascendencia según V.G.» la anciana Valentina Goriácheva escribe una carta donde pone su pasado y el de su marido en su justo lugar. Cuando reflexiona sobre la fama, el valor, la trascendencia, y cómo esos conceptos pueden torcer para siempre el destino de una familia, veo el poder de la prosa de Lourdes González puesto en función de reivindicar a todo un universo de esposas olvidadas.

En el octavo puesto cae el relato que da título al libro: «La mujer del último show». Se trata de una mujer transgénero llamada Francisco, quien canta en un cabaret de mala muerte y, entre su amiga Ivys y una paloma que cuida con obsesión, sueña con ser actriz e intenta darle sentido a su vida. En este cuento hermoso y lleno de delicadeza siento palpitar, junto al oficio narrativo, el enorme talento poético de Lourdes, que nada tiene que ver con el uso de frases o giros poéticos, sino con la intensidad con la que va tejiendo el relato hasta dejarlo descansar, como si la paloma de Francisco se quedara dormida.

Entonces, al final, el libro desemboca en dos cuentos muy inquietantes, como si Lourdes González o su editor no quisieran que los lectores terminen de leérselo y se vayan tranquilamente a dormir.   

Cortesía de Ediciones la Luz

Se trata de «Una boutique en el desierto» y «Una situación horrorosa y exultante, aviesa». En el primero, narrado en primera persona por un ser que vive solo y miserable en el desierto, su existencia cambia cuando descubre que alguien ha construido como por arte de magia una tienda lujosa para compradores inexistentes. No se sabe si es una alucinación o la superposición de realidades que generan los mundos paralelos, pero funciona perfectamente como una provocadora metáfora de la realidad.

En el último, un grupo humano se enfrenta a otro que le resulta extraño, ajeno. No se sabe quiénes son ni de dónde llegaron, y el miedo al Otro, a lo desconocido, va convirtiendo tanto al grupo autóctono como al invasor en enemigos mortales. Las estrategias que sugieren los personajes para deshacerse del problema son un muestrario de lo peor de eso que llamamos “humanidad”.

Estos dos últimos cuentos transpiran una atmósfera muy a lo Bradbury que, mientras leemos, sugieren un futuro distópico y alucinante. Pero más tarde el lector toma conciencia de que esas historias pueden suceder ahora, hoy, y nadie puede negar que hayan sucedido en algún pasado y que podrían suceder en un futuro inmediato. Porque están creadas con la conciencia de lo que el ser humano puede construir o destruir, y son metáforas poderosas del mundo que habitamos ahora mismo.

Es indudable que Cortázar tenía razón cuando afirmaba que «el resultado de la batalla entre la vida y la expresión de la vida es el cuento mismo, una síntesis viviente a la vez que una vida sintetizada, algo así como un temblor de agua dentro de un cristal, una fugacidad en una permanencia». También tiene razón José Luis Serrano cuando afirma en la nota de contracubierta que en este libro «La realidad es distorsionada y recompuesta mediante estrategias narrativas que sacan a la luz las estructuras deformes de lo cotidiano».

Y después de invitarlos a la lectura, mejor hago silencio. Y no cualquier silencio, sino el que pone Lourdes González en el último cuento de su libro: «un silencio de paisaje chino con largas hojas afiladas contra un cielo sin nubes». 

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Sexo chatarra: las provocaciones de María

Por: Mariela Varona

Un título como este es una provocación. Porque, ¿puede el sexo ser tan efímero, tóxico y fácil de consumir como las hamburguesas con papas fritas? ¿Puede algo que se ingiere o consume ser irresistible o inevitable para el degustador, y tener luego consecuencias catastróficas? Este libro de María Liliana Celorrio intenta probar que sí: el sexo —o más bien el universo erótico de ciertos personajes— puede moverse entre circunstancias alevosas.

Pero debemos poner atención en la segunda parte del título: no es solo Sexo chatarra, es también Los perfectos crímenes del corazón. Porque la pulsión del sexo, en los seres humanos, estaría mutilada si la razón —o el corazón, como quiera llamársele— no alentara los más temibles y arrebatados proyectos. Entre la naturaleza desnuda del sexo y las trampas de la razón, entonces, podemos apostar que anda este libro.

Desde la cubierta, una mujer bocabajo, crucificada en una cama, comienza también a provocar a los lectores. Lo mismo puede tratarse de una mujer rendida y feliz, que terminó exhausta después de una noche de placer, que una mujer violada, golpeada, inconsciente o muerta después de servir de objeto a algún crimen pasional. La fotografía de Lianet Martínez parece concebida ex profeso para ilustrar este libro. Después de contemplar a la mujer de la cubierta, el lector puede intuir que cuando comience a transitar por el desfile de historias que van desde el júbilo hasta el horror, quedará atrapado sin remedio en la provocativa marea de María Liliana Celorrio.

Esta mujer hace una broma desde la dedicatoria: «Dedico estos cuentos a sus protagonistas: mis amantes. A los que vendrán, los espero en el próximo libro». Pero sus protagonistas, casi sin excepción, son mujeres. María Liliana indica con sutileza que los hombres que figuran como partenaires en estos relatos al menos pueden vanagloriarse de algo, porque contribuyeron a la gestación de extraordinarios personajes femeninos. Quienes tenemos la suerte de conocer a la Celorrio personalmente sabemos que el humor ilumina su vida y su literatura.

Cortesía de Ediciones la Luz

Las mujeres que pueblan los cuentos de Sexo chatarra se parecen a ella hasta cierto punto. Porque ella ha sido muchas mujeres al mismo tiempo, y el desenfado de contar historias centradas en sus avatares amorosos es proverbial desde Mujeres en la cervecera. Ese es el título del libro de cuentos que dio a su autora un merecidísimo Premio de la Crítica en el año 2005 y obligó a la ciudad letrada de Cuba a poner sus ojos en ella para siempre. Pero María Liliana no siempre escribe desde la mujer que es, sino también desde las mujeres que podría ser. Sus personajes femeninos son, incluso, las mujeres en que temería convertirse y aquellas que fueron palideciendo en su interior hasta disolverse.

Fui testigo del placer que dio a Luis Yuseff editar este libro. Mas no fue placer de complacencia o comodidad, todo lo contrario. Luis Yuseff necesita los retos para ser feliz. Y el reto de contener en un solo volumen el torrente magnífico de la prosa de María Liliana valía la pena. Creo que para Ediciones La Luz en pleno, este libro fue también un reto y un placer tremendos. Porque una mujer como la Celorrio no solo trae consigo al catálogo de la editorial un nombre y su prestigio: participar en su historia personal es una forma de trascendencia.  

Quien tenga miedo a las palabras fuertes, que se indigne y cierre el libro. Que se ofenda y cierre el libro también quien tenga miedo de encontrarse con el sexo en todas sus variantes: emergente, feliz, ocasional, frustrante, amoroso, ridículo, agotador, apasionado, sucio, animal, extasiado, con violencia. Quienes sigan sin miedo la mano de María Liliana Celorrio encontrarán el temblor de la rabia, el desamor, la soledad y la desidia entre las sábanas de los matrimonios desdichados y las mujeres adúlteras. Pero encontrarán también canciones y regocijos, confidencias entre amigas, madres fieras protegiendo a sus cachorros, pícaros gestos de la intimidad, en fin, la poesía en medio de la sordidez humana.

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Un libro debe ser un regalo

Por: Enrique Pérez Díaz

El gato,

sólo el gato

apareció completo

y orgulloso:

nació completamente terminado,

camina solo y sabe lo que quiere.

Pablo Neruda

Imagínense una casa que no es igual a ninguna otra y de la cual salen maullidos a cada rato y, en el silencio de la noche, bajo la luna llena, se pueden ver, de repente, las peculiares siluetas de unas gráciles figuras que, sobre el tejado, los aleros o en la cornisa de un ventanal, escapan furtivas hacia los mayores misterios de la oscuridad.

En el día, volverá a ser una casa normal en apariencia, aunque en verdad tampoco se parezca a ninguna, pues la casa de los gatos perdidos siempre ha sido y será el mejor puerto seguro para aquellos mininos que, despreciados por el mundo, allí busquen cobija contra el maltrato, la incomprensión y la desidia de los humanos.

Ana y su padre Ricardo son dos personas muy especiales. Por suerte para los felinos ellos no son de los humanos prejuiciosos que les atribuyen a los gatos todo tipo de defectos y enfermedades que ha consagrado la tradición popular. Verdaderos defensores de la especie, son seres sensibles que abogan por ayudar a los pobres animalitos que encuentran desvalidos por las calles.

¿Alguna vez te has puesto a pensar cuanto maltrato puede recibir un callejero? ¿Acaso has pensado que los callejeros eligieron esa forma de vida por simple vocación? ¿Podrá ser agradable para una criatura viva de cualquier edad —desde la más tierna a la más avanzada— vagar por calles y calles en busca de un mendrugo, evadiendo pedradas o palizas, húmedo de lluvia, sediento bajo un sol inclemente, sobre un asfalto grasiento y sin sentir la cobija de una mano que se tienda a su paso por el mundo?

Lamentablemente hay muchos callejeros en todas las ciudades, pues el nacimiento indiscriminado de especies aquellas que se han convertido en domésticas, la irresponsabilidad de quienes un día los compraron y los avatares de la existencia suelen crear situaciones de indefensión que favorecen que muchas criaturas queden en el desamparo más terrible.

Sobre tema tan actual parece sensibilizarnos un libro singular, escrito por una de estas personas sensibles que todavía en el mundo abundan: se trata de La casa de los gatos perdidos, de la periodista Liset Adela Prego, publicado recientemente por la Ediciones La Luz, de la AHS, en Holguín.

Con edición del poeta Luis Yuseff, diseño de Roberto Ráez, ilustraciones de Dagnae Tomás, diagramación de Norge Luis Labrada y corrección de Mariela Varona, este sencillo volumen nos confirma una vez más la excelencia editorial de esta casa que, entre sus frentes más notables, cuenta con la esmerada edición de textos para los niños.

Cortesía de Ediciones la Luz

De manera sencilla, coloquial, cual si estuviera conversando con nosotros, la autora nos va desgranando las venturas y desventuras de toda una serie de personajes gatunos que se presentan en La casa de los gatos perdidos y van dejando su huella en el cariño y añoranza de sus moradores humanos. Nadie es dueño. Nadie es amo. Liset reivindica a la especie desde la propia redención que significa para alguien —y de eso saben mucho los gatos— elegir su camino, sus propios pasos en la vida. Justamente por ello, estos gatos son itinerantes, eligen su albedrío y acuden a la casa cuando requieren de ella y luego, un buen día, desaparecen sin más, dejándonos únicamente su sombra, que se va lejos, bajo el cielo estrellado de una noche cualquiera.

Por eso el pacto entre especies que se da entre padre e hija y los gatos itinerantes nos confirma que quien desea ayudar, nada exige al desposeído, que las buenas acciones no esperan recompensa y que el amor, el verdadero y solidario amor, lleva en sí mismo su propia dádiva.

Bienvenido este tipo de libros que puedan mostrar a la infancia los más auténticos valores de la vida y la convivencia entre quienes habitamos el planeta.

En un mundo donde a veces un niño es más feliz acariciando un celular que el suave pelaje sedoso de un gatico o un perro, hacen falta libros tan sensibles y sinceros como esta obra que nos llama a la reflexión.

Sobre el desfile de gatos, pues evidentemente la autora es una amante de ellos pues los retratos de Pimienta, Lilita, Fiona, Shakespeare, Susana, Garabato, Tito, Feici y Tuiti, Socrates, Zafira, Cosme, Macusa e Itza nos dejan con deseos de conocerlos.

La levedad de sus pasos en el hogar que los acoge, la timidez de su mirada huidiza, o el ronroneo que acompaña nuestro sueño, son imágenes que se nos quedan grabadas en la retina y adentro, muy adentro del alma, allá, donde único pueden resguardarse los mejores sentimientos, los más grandes sueños, donde en verdad, florece la esperanza.

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Una reina que se llama Princesa

Por: Kenia Leyva

 Cuando te llamas Princesa, todos piensan que tu vida es color de rosa, que el mundo gira alrededor de tus deseos, pero en este caso, en esta historia, no es así. Enrique Pérez Díaz con sutileza, imaginación e ingeniosidad, nos teje una narración en la que los conflictos familiares, generacionales y afectivos, son enmascarados desde un focalizador niño, donde la percepción de la realidad es dibujada desde la ficción y la búsqueda continua del amor.

Cortesía de Ediciones la Luz

Es loable destacar cómo la esencia de estas historias, fluye paralela a nuestra identidad. Cada personaje, sus vidas, es Cuba, un pueblo mestizo, rebelde, trabajador y que sueña. Al leer las páginas de este libro, viene a la memoria el poema «Balada de los dos abuelos», de Nicolás Guillén. Cómo la irreverencia, gallardía, optimismo de estas abuelas y sus antepasados, crean en Princesa un temperamento fuerte, pero sin impedirle soñar en grande y ver la vida en todo el esplendor de sus colores y matices.

Estamos en presencia de un libro objeto de arte, con una factura visual apreciable. Una propuesta que se disfruta por su frescura y narración fluida. Logra como propósito mayor una complicidad con cada personaje, el lector puede visualizarlos, verlos moverse, gesticular, escuchar sus voces, memorizar frases inscritas en la oralidad del cubano.

Cuando te llamas Princesa, es un canto al amor a la igualdad, a la importancia de la familia, y sobre todo a la esperanza y a la capacidad de soñar como recurso indispensable para entrar en un reino donde lo imposible siempre será realidad, donde la fantasía es boleto necesario para viajar por la vida.

Ediciones La Luz apuesta una vez más por una publicación, que no solo dará grandes satisfacciones al autor, sino a esta editorial que al igual que el personaje de este libro, busca incesante la belleza y no deja de soñar a pesar del tiempo y las adversidades.

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