El perfecto sexo vs sexo chatarra o la vida es una reverenda mierda…

Tomo el libro en mis manos y me atrapa sin dudas el sugerente título. No desaprovecho las ganas de hacerme selfies y de mostrarme sensual como mismo se anuncia. Sexo chatarra. Los perfectos crímenes del corazón, aún sin estar a la venta va teniendo sinnúmeros de adeptos en la promoción que se ha gestionado en las redes. A su autora, María Liliana Celorrio, la he conocido en diferentes eventos de la editorial, no hemos hablado personalmente, pero he asistido a presentaciones y algunas palabras de admiración le he dejado caer, pero ahora me dispongo a conocerla desde lo sensorial que produce la lectura de su narrativa.

Todo lector cuando se enfrenta a un libro crea ciertas expectativas y la verdad es que me imaginé que en Sexo las cuestiones no iban a ir de la mano de la sensibilidad, una vez más me equivoco y acepto que la literatura cuando te sorprende deja más de un sabor en el paladar, una velocidad ininterrumpida.

John Cheever, “el Chéjov de los barrios residenciales”, anuncia en el pórtico a manera de exordio: Recuerdo que se ha criticado la presunta vulgaridad de mi prosa. Si es vulgar, y tal vez lo sea, se trata de una vulgaridad honrada, incurable o congénita, próxima a mi corazón. Independientemente de que la Celorrio encontrara en el escritor estadounidense su propio cerebro exquisitamente organizado, la manera en que suceden sus cuentos, los vericuetos de una preferencia, permeada por una de las más fieles féminas del psicoanálisis, encuentro en sus definiciones el lado en que me he sabido colocar: Hay dos tipos de mujeres en el mundo, unas a las que el sexo no les interesa y otras para quienes el sexo lo es todo

Además de ser un libro de recomendaciones, es un libro de estados mentales. Vale apreciar el tratamiento de los prejuicios a bocaejarro donde los focos delirantes de la narración se inclinan sutilmente al estremecimiento de una prosa elaborada por la lograda encarnación de una aprehensión poética, y persisten en líneas de marcado erotismo o no, presuntas a ser interpretadas por la construcción descriptiva de un desnudo, que hace del texto en sí, elementos análogos de difícil separación, la relación pasión-morbo-sexo como en el cuento La besadora: Andaba buscando un experto en besos. Una lengua que se metiese en su boca y le revisara las muelas, las espigas, la garganta. Alguien que respirara en su boca, que amagara y se alejara, alguien que tuviera la posibilidad de ser tan dúctil que le lanzara los labios hasta su nariz y jugueteara los labios como un duende. Quería que la mataran con un beso, que su orgasmo fuera inducido poco a poco con el encantamiento de la saliva y que llegara hasta el conducto infinito de su entrepierna, un beso en la boca conectado a su sexo.

Suponiendo que el entramado provoque en el lector sus experiencias más íntimas, y la extrapolación inconsciente lo haga detenerse en un escenario lujurioso, llega entonces el desenlace de una ficción que impresiona: hace veinte años estoy sentada en esta silla de ruedas viviendo el recuerdo de un sexo refulgente.

Hay recursos amatorios y de sexo, hay de crímenes perfectos de los que no escapa nadie, hay un oficio acertado, madurez verbal, conocimiento corpóreo. Hay ganas de amar la belleza por encima de todo. La invitación más famosa de la historia está hecha. Usted decide si consume o no. Tal vez practique.

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