Recientemente en Ediciones La Luz dentro del espacio Palabras Compartidas de las Romerías de Mayo, se presentó un texto que puede tener como público meta tanto a profesionales de la prensa como a los consumidores habituales del periodismo escrito para la emoción.
Quizás lo más coherente para empezar a hablar del libro de un cronista es hacerlo desde una crónica quizás lo más lógico para que una periodista hable del libro de un periodista es hablar desde la experiencia de la profesión, pero no con la charla de los tips, y resultados, o los consejos para los más jóvenes porque, aunque este libro habla del periodismo, del bien escrito, no ofrece fórmulas preconcebidas, ni aporta un esquema de la estructura de la oración ideal, del lead perfecto.
Por eso diré, en personalísima narración de hechos, que alguna vez pensé que podría vivir sin él, que tras el tiempo ausente me había acostumbrado a la inacción que supone estar distante, callada, inédita. Pasé mucho tiempo sin sentir el familiar escalofrío, el prearranque, la adrenalina, la pasión y una lista larguísima de sensaciones y sustantivos abstractos.
Asumí que podría reinventarme, ser otra sin él, vivir de un modo distinto, pero solo bastó un asomo al mundo que representa y todo volvió de golpe: las letras a ráfagas, las ideas, el deseo, la inquisidora manera de mirar el mundo, las preguntas saliéndome por los poros, la necesidad de buscar y decir la verdad.
Alguna vez, como este autor, compulsada por las necesidades propias o de mi familia, supuse que podría, darwinismo mediante, adaptarme, evolucionar si eso implica dejar aquello que te apasiona por la promesa de un bolsillo satisfecho. No lo conseguí, en cambio recordé: soy periodista.
Porque como diría el multipremiado autor de este volumen:
“Ser periodista es una marca de nacimiento que te seguirá como tu propia sombra, como tu luz”.
Y aunque el título que le otorga Reinaldo Cedeño a su libro es: Ser periodista, ser quijote, no plantea en el cuerpo de este una sola duda ante la decisión del enfrentamiento inevitable con lo imposible, el mismo que labró la tierra con sus manos, que vendió maní, que en su bicicleta sudó la gota gorda por Santiago, no pudo desprenderse de sus molinos y volvió al ruedo, armado con la palabra.
Ser periodista es ser Quijote, la cordura más loca se precisa para enfrentar el reto cotidiano de escribir sobre la realidad. Y así viaja Cedeño en este texto por las batallas propias, en tono vivencial y honesto, contando de los martianos modos de hacer prensa escrita; del periodismo cultural, aclarando, porque hace falta, que un periodista no es un recopilador de datos, sino un líder cultural; “El periodismo no es solo un hecho comunicacional, es sobre todo, un hecho cultural.”
Y así va recorriendo por seis artículos escritos con el mismo vuelo con que narra un suceso y nos conecta con su ritmo contando cómo logró las entrevistas más fascinantes de su carrera hasta hoy, sugiriendo aquello que para él es esencial en el género, porque no duda que “entrevistar es un arte que requiere de la altura intelectual y conciencia de respeto al otro (el entrevistado) y a los otros (los destinatarios)”.
Visita Reinaldo el título y advierte que es “el grito, la vitrina y el latido del texto –entiéndase producto comunicativo– que encabeza”.
Y en este recorrido llega a esa variante del periodismo con quien tiene un largo romance: la crónica. Y por si quieren conocer la fórmula que le ha valido tanto éxito con este género, aquí la regala, patente libre: así deberían ser las crónicas: entrada imponente, todos los recursos expresivos en función del propósito trazado (selección, ordenamiento del material, intencionalidad, música, planos) y cierre espectacular. La crónica es atmósfera por antonomasia.” Luego remarca “la crónica es intensidad… Cronicar salva.” El lector sagaz habrá de suponer que esta salvación es compartida entre cronista y receptor.
Más adelante propone cinco crónicas, textos premiados, aplaudidos en Facebook, diversas, íntimas, desoladas, nostálgicas, más breves unas, de temáticas diversas, deporte, catástrofes, historias vitales, vividas, vívidas.
El libro termina así: el milagro se ha hecho. No hay dudas, el de sobrevivir a los obstáculos y vivir para narrar la realidad, apasionadamente.
Cedeño nos regala su propia vida repartida en las de los otros, y de alguna manera la vuelve nuestra, y así nos entrega su pasión por las palabras, por el periodismo, como algo contagioso.
Tal vez por eso confirmo que no puedo vivir sin él. Urdo entrevistas, crónicas, reportajes, me hundo en la maraña de contradicciones y escasez, en el café con los colegas/amigos, en las eternas discusiones del gremio; en la indagación y el juego con las letras.
Enfrentando la shakespereana interrogante: ¿ser o no ser?, elijo SER, volver al ruedo, calzarme de nuevo las botas o las alas, dependiendo si es preciso andar por las nubes o el suelo.
Porque una puede estar en reposo, negar la vocación, silenciar el sueño, pero es lo que es, por tautológico que parezca resulta un hecho irrefutable, algo casi fisiológico, pegado a la sangre. Puedes no estar frente a la cámara, el micrófono o el papel en blanco. Puedes abandonar los clics y los bits, pero el periodismo no se irá de ti, y esa es una maravillosa certeza.
Dicho en las palabras de Cedeño, en este deshacer entuertos: “las aspas podrán ser filosas, pero más recia es la cabalgadura. Ser periodista es serlo con las vísceras. Ser periodista es ser Quijote.”
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