Con propósito del lanzamiento de Fracturas, el más reciente poemario de Milho Montenegro publicado por la editorial Voces de Hoy en los Estados Unidos —luego de obtener el Premio Internacional de Poesía “El mundo lleva alas” en su edición de 2020— me comuniqué con este joven escritor y amigo y le propuse esta entrevista. Gracias a esas ventanas de esperanza que son, en la realidad actual, las redes sociales para aquellos que hacemos arte, su respuesta no se hizo esperar. Milho no es solo un magnífico escritor sino además un muy eficiente gestor de proyectos (me consta de primera mano), por lo cual no puedo decir que me sorprendiera recibir sus respuestas solo unas horas después. Invito a los lectores a conversar con este autor sobre poesía y arte en Cuba.
Con Fracturas, tu más reciente libro, te estableces como una de las voces más reconocidas y publicadas dentro de la literatura joven cubana. ¿Sientes que es un reto cuando, a la hora de escribir y pensar un nuevo texto, debes desandar el camino iniciado en tus otros libros?
En mi caso no puedo deslindarme de mis libros anteriores, ni de los mejor logrados, ni de los que no lo son. Cargo con ellos sobre la espalda, como el caracol su concha. En este sentido, siempre hay una mirada/diálogo retrospectivos que, más allá de lo que pude haber hecho bien o mal, es una mirada sana, orientadora. Escribir es siempre un reto. Para mí lo es. No solo desde la (auto)exigencia como oficio, sino también desde ese acto que es “pensar” la literatura o, al menos, la literatura propia. Uno, como escritor, tiene que cuestionarse su trabajo, preguntarse una y mil veces: “¿qué estoy haciendo?, ¿para qué?, ¿qué intento lograr?”. Y es que la escritura, como el arte todo, debe dejar una impronta, impactar de algún modo la realidad de otros. Tiene que haber —digamos— un aporte, no importa si minúsculo, a lo que has venido haciendo hasta el momento. Ese es el verdadero desafío.
¿Qué temas aborda Fracturas? ¿Qué nuevas o viejas búsquedas inaugura en tu poesía?
Fracturas es un libro que habla de las pérdidas: las emocionales, las físicas, las sociales. Es un poemario que ensaya la pérdida como una circunstancia constante e inherente al hombre. Si lo analizamos bien, desde el mismo nacimiento, desde que salimos del vientre materno comienzan nuestras pérdidas, las cuales ya no van a cesar hasta el día de nuestra muerte. Desde esta visión, he asumido semejante realidad no como algo oscuro y aplastante, sino desde la aceptación.
Por otro lado, en sus páginas pueden escucharse muchas de esas voces que siempre pondero en mi obra. Voces que nuestras sociedades han procurado negar, obviar, silenciar; y que yo, consciente del riesgo, de la intención, les doy arbitrio en mis versos. Quizás lo nuevo es mi manera más coherente, más asertiva, más reflexiva y humana de escucharlos, de entenderlos, de dejarlos entrar.
¿La relación entre todos tus libros publicados responde a una especie de circularidad de ideas, de temáticas o de obsesiones; o intentas buscar nuevos horizontes con cada nuevo espacio editorial que se abre ante ti?
Cierto es, no podría negarlo, que me obsesionan algunas figuras que, en lo social, lo sicológico y lo emocional, encuentro fascinantes. No me refiero a la fascinación que provocan algunas criaturas de circo, sino a la atracción y empatía que siento por esos seres marginados y/o marginales que despiertan en mí todos los centros sensoriales y poemáticos. Seres portadores de vivencias y conflictos tan ancestrales y vigentes, que vuelvo una y otra vez a ellos, pero siempre desde una visión y un lugar diferentes, más ricos. Siguiendo esta lógica, es dable comprender que en mis libros/poemas siempre habrá algún loco, recluso, puta, enfermo, gay, travesti, negro, héroe olvidado, y otros individuos minimizados por los absurdos esquemas sociales, vociferando y haciendo acto de presencia desde lo performático, o lo lúdico, o lo visceral. Si he de encontrar un nuevo horizonte en cada libro que nace, es aquel en el que estos seres hallen un espacio, una luz.
¿Te condiciona tu visión como hombre nacido en Cuba a la hora de escribir? ¿Te condiciona tu cuerpo, tu género, tu identidad? ¿Es el cuerpo una nueva cosmovisión de la poesía?
El hombre es un ente insertado en una sociedad, en una cultura, en un momento histórico concreto. Todo esto va a permear su forma de actuar, de pensar, de existir. La condición de haber nacido en Cuba, y de sentirme cubano (no siempre ambas cosas van de la mano), inevitablemente influyen de manera directa sobre mi cosmovisión del mundo, de mí mismo. Entonces, mi arte, mi escritura, son también resultado de todo eso. Ahora bien, con relación al cuerpo, al cuerpo físico/biológico que en mi caso se encuentra en perfecta armonía con el cuerpo sicológico, creo que existe un cordón umbilical que lo une a mi escritura, y que no puede cortarse. Y es que el cuerpo es un instrumento que permite, a través de las emociones y sensaciones, traducir y asimilar esa cultura/sociedad/tiempo. Y en la medida que suceden esas asimilaciones, va gestándose una poesía que nace y es consecuencia de todo esto.
No creo que el cuerpo sea una nueva cosmovisión de la poesía. Habría que preguntarse, más bien, si lo nuevo es haber concientizado al cuerpo como cosmovisión, o las maneras en que los poetas manejan el cuerpo desde lo poético.
¿Por qué crees que Cuba es una tierra donde prolifera tanto el arte, la literatura, la poesía? ¿Nos define la condición de isleños?
Cuba es un país con muchas afluencias y raíces culturales como la indígena, la negra, la española, la china y tantas otras, que pueden ser menos marcadas, aunque sí presentes. Por otro lado, la realidad cubana, del cubano —es sabido— fue y es muy difícil en el ámbito social, que es casi lo mismo decir en lo humano y emocional. El deterioro o afectación de la primera va a provocar estrías en las otras. Si a eso le sumamos esa “maldita circunstancia del agua por todas partes”, esa sensación de estar aislados, rodeados de mar y sal, que es como un extraño delirio donde nos sentimos presos, cercenados de una realidad otra y medular, pues entonces comienzan a activarse esos mecanismos de resistencia, de (auto)salvación, de sanación. Mecanismos estos donde el arte viene a ser un eje vital y eficaz.
Quizás en nuestro país proliferan más la literatura y la poesía pues en ellas habitan personajes que casi siempre son pedazos de nosotros mismos, personajes que hacen lo que hubiéramos querido hacer, que viven y escapan y se salvan, como hubiéramos querido hacerlo nosotros. Personajes que son evasiva y denuncia, con voz, emociones y rostros que desafían la realidad, esa realidad que nos sentencia o asfixia. No puedo asegurar si la condición de isleños es algo que nos define; en cambio, puedo asegurar que nos atraviesa e intermedia entre nuestra existencia y la manera en que la asumimos y nos enfrentamos a ella.
El poeta, al escribir, ¿piensa en sus lectores o piensa solo en reflejar su experiencia poética, en verterla sobre el texto? ¿O piensas que ambos procesos son conciliables y que podrían fundirse en uno solo?
Pensar en el lector a la hora de escribir —así lo creo— sería adentrarte en la trampa de la contrariedad y del fracaso, de la que difícilmente podrás escapar. La personalidad del hombre es única e irrepetible, por ende también sus conductas, sus actitudes, sus maneras de reaccionar. Resulta imposible poder satisfacer lo que cada lector quiere y espera de ti como escritor. Estarías cargando/empujando incesantemente la Piedra de Sísifo.
Algunos escritores mantienen “fórmulas” constantes en sus obras, las cuales funcionan con un determinado grupo de lectores. Sin embargo, antes tuvieron que probar suerte, disparar la flecha muchas veces, hasta conocer el arco y poder dominarlo, para luego dar en el centro de la diana. En mi caso, solo escribo empujado por una necesidad que es propia y existe de forma independiente al mundo, a pesar de las posibles similitudes con otras. Algunos lectores agradecerán esa escritura, otros renegarán lo que he ofrecido. A los primeros me entrego lleno de agradecimiento y, a los segundos, pues quedo a la espera de que en algún momento un libro mío pueda seducirlos.
¿Te preocupa la crítica, tanto la solapada, como la violenta o excesivamente complaciente? ¿Cuál daña más al poeta y a la poesía?
Al decir de Antón Chéjov: «Mejor una crítica adversa que ninguna crítica». Desde esta mirada, considero que la crítica es, sin dudas, necesaria. Y cuando digo “necesaria” no me refiero a aquella que ayuda a inflar el ego del autor, a la banalidad de las palabras laudatorias que son tan dañinas para el arte en general. Hablo de la crítica que es realmente crítica, de esa que muestra un pensamiento claro, directo y ético a la hora de (des)decir sobre la obra que sondea. Aquella que no busca “quedar bien” con el creador, sino que, yendo más allá, es capaz de distinguir entre lo que es personal y lo que es su objeto social, su utilidad. El crítico tiene la obligación de convertirse en brújula, en indicador de lo que se está haciendo correctamente o no, según su visión y conocimiento. Tiene el deber de orientar, de señalar, de ilustrar, siguiendo la lógica del apego literario. Si la crítica no cumple con estas esencias elementales, entonces ya no es crítica y, más que orientadora, sería un catalizador del caos, y de una causa sin tino.
¿Existen conexiones entre tu poesía, la que escribes hoy mismo, y la realidad cubana; o al menos la realidad de aquellos con los que compartes creación, tiempo y espacio?
El hombre es resultado del tiempo que le ha tocado vivir. Yo mismo he sido —soy— la derivación de todos los desaciertos, las certezas e incertidumbres de este tiempo, de la realidad cubana. Mi obra es la decantación de todas las formas con que logro sobrevivir a este tiempo, a esta realidad.
¿Qué opinas de la autocensura?
La más dura y, al mismo tiempo, la más absurda de todas las censuras.
La novela es un género que, en fechas recientes, ha llegado a tu vida como autor. ¿Qué tal tu experiencia con otros modos de decir y concebir la literatura? ¿Cómo piensas y armas el cuerpo poético de una novela? ¿Sientes que la poesía sigue presente ahí, en esa otra materia escritural?
Con Las inocentes, publicada por DMcPherson Editorial en 2020, me adentré en el universo de la novela. Desde hacía mucho deseaba trabajar este género, pero lo vislumbraba como algo lejano, quizás inalcanzable, debido a que este tipo de obra exige más tiempo y dedicación, más esfuerzo y pensamiento en lo concerniente a la ilación y la dramaturgia de las historias. Entonces, como soy demasiado ansioso, casi hiperactivo, me resulta muy difícil lograr tanta concentración. Por otro lado —soy honesto— también temía al fracaso. Sin embargo, mi atrevimiento y necesidad de encontrar una nueva forma de decir y de crear dentro de mi propia obra, me hizo domesticarme y hallar la manera. Las inocentes me ha acercado a un universo repleto de nuevas posibilidades. Soy otro escritor, otro hombre después de haber escrito esta novela.
En la narrativa, específicamente en el género de la novela, me gusta explorar, ensayar nuevas formas a la hora de ensamblar la historia, los personajes, la arquitectura en general de la obra. También me resulta imperativo el acto de meditar sobre lo que realmente quiero contar, sobre lo que necesito que el lector descubra, entienda, y se apropie. En este sentido me tomo tiempo, mucho tiempo pensando cómo lograr que mi mensaje, mis personajes, mis historias sean más universales, más expansivas.
Sin ambages puedo decirte que la poesía es ya una esencia propia del hombre que soy. Fuera de ella no me concibo, o no concibo el mundo. Obviamente, en mis novelas siempre hay —habrá— poesía, y creo que esto la enriquece, que viene a ser un plus, un agrego delicioso que matiza con fascinantes bríos la narrativa. Es muy rica esa mezcolanza, esa manera en que se conectan ambos géneros, y comienzan a perderse las fronteras entre uno y el otro.
En tu experiencia como antologador, ¿cuáles son los principales retos que entraña el hecho de armar un corpus poético, sea temático o libre, en el que se debe ejercer, siempre, un criterio de inclusión o exclusión?
Toda antología es excluyente: no es posible agotar en un solo cuerpo toda una temática o materia. No es posible por el espacio, y también porque no hay una manera potencial de conocer todos los textos, de todos los autores, referentes a lo que se trata de antologar. Entonces, uno de los retos es tener la certeza de que lo que se quiere aunar en una antología. Es imprescindible tener definido esos criterios de calidad estilística y temática, con los cuales harás de Dios para algunos, y de Diablo para otros; y a partir de ese momento tendrás que lidiar con la aceptación —o no— de los demás, con relación a tu trabajo. Sin embargo, creo que el mayor reto para un antologador es, sobre todo, el lograr que su trabajo logre visualizar, exponer, arrojar luz sobre un tópico —digamos— desconocido o poco manoseado. Sería, más que nada, intentar romper los rígidos y casi siempre injustos, aburridos y reiterados arquetipos que la tradición literaria ha venido pautando/imponiendo desde hace mucho y, de esa manera, (re)dirigir el lente de los críticos, de los ensayistas, de los investigadores.
Considero que una antología, una que de verdad pretenda “aportar”, debe (re)descubrir algo fresco, novedoso, que no por menos (re)conocido es menos sustancioso. Basta con revisar las antologías que se han venido publicando en la isla para notar cómo se ponderan los mismos autores y los mismos temas. Hay que llamar la atención y lograr acaparar un espacio, evitando la marginación y la reiteración que las instituciones y la propia tradición literaria han afianzado.
Más allá de la página en blanco, ¿quién es Milho Montenegro?
Un hombre común, pero con voluntad y aspiraciones inquebrantables.
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