Los artistas jóvenes, por karma, están obligados a asumir retos que resultan poco convencionales para quienes idealizan el proceso de exponer en galerías. Sin embargo, cuando los que llevan un tiempo intentando lograr tal anhelo no consiguen las respuestas deseadas, la creatividad llena espacios y reinventa nuevas maneras de mostrar.En las artes visuales el hecho de exhibir la obra es una parte importante del proceso creativo, de ahí que se considere el final del círculo de vida de la misma. Y en este sentido, conseguir el final feliz puede tornarse más complejo aun para quienes se mantienen en el lenguaje bidimensional.
Alejandro Barreras es un artista de la plástica que recientemente acaba de inaugurar una exposición personal en el edificio Jerusalén, del Miramar Trade Center. La Mancha, exhibida en el lobby del edificio, trae a la palestra visual de La Habana la cita con la Historia de Arte como principal herramienta de construcción de la obra.
Para el arte contemporáneo la visita a íconos de otras épocas no resulta inusual. Lo llamativo se halla en el modo en que es utilizado el material ya ubicado en el imaginario de los conocedores del área. Porque la visita a los museos y la manipulación de los referentes no viene de la mano sólo del ingenuo que decide “ampliar su conocimiento”, sino también de los que consideran la historia como algo sacro.
Alejandro Barreras promete con La Mancha, entonces, mantener la memoria inmaculada de quienes cultivan el arte como algo inamovible. Utiliza la obra de Mondrian y Malevich para, con su trabajo que tiene al pop como corriente más cercana, proponer un discurso visual abstracto que revela otra faceta de su trabajo. De ahí que constatemos la mutación y la experimentación, a veces muestra de que llegará algo más grande: una serie, una exposición, un gran proyecto.
Las obras que se exponen en el lobby del edificio Jerusalén no sólo actúan sobre la memoria visual del arte, sino que también se vinculan al pop como principal sustrato. La visualidad de la pieza a mantiene la creación de Barreras en un espacio propicio al cuestionamiento de otras lecturas. Su locación en la galería que la resguarda es por momentos acertada, otras arriesgada, y a veces ajena.
La decisión de conformar una exposición personal y llevarla hacia el espacio no especializado trae muchas miradas encontradas. Lo cierto es que, si en algún momento la obra de arte dependió de las galerías en otros tiempos, ahora los modos transgresores hacen de la exhibición lo más importante; luego, se enfoca el obturador.
La Mancha viene a ser la nuez dentro del caparazón. Las obras del artista son visualmente atractivas y como tal prescinden de la gran parafernalia clásica de la galería. Los caballetes son suficientes para propiciar el ataque.
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