El cuerpo humano ha sido un signo recurrente en las artes visuales desde el siglo XX. La generación y apropiación de significados para confluir a través del cuerpo como centro de emociones, ha hecho que artistas del performance y el teatro encuentren en la naturaleza humana las partituras de una obra. Encontrar la explicación cósmica de la existencia en las ramas de un cuerpoárbol es un ejercicio que demanda riesgos. El cuerpo es escenario para la veneración a la vida, cada una de sus ramas poseen cualidades para la sanación. Cualidades que yacen en las raíces, elementos no visibles al ojo cotidiano y que sin proyectar sombras, sostienen la carne. En esa reflexión, algunos artistas encuentran noción de sentido para la vida: un cuerpo que se detiene, un cuerpo que danza, un cuerpo que se involucra con los objetos vulgares de la cotidianeidad.
La acción de mostrar al cuerpo como argumento para hacer confluir distintos lenguajes del arte, es, de por sí, una acción por humanizar, radicalizar y sincerar al hecho artístico. Este siempre ha sido el propósito (consciente o no) del proyecto Fractura, de Santiago de Cuba, integrado en la actualidad por Frank Lahera, Carlos Gil y Yuri Seoane. El pasado 26 de marzo, estos artistas visuales inauguraron en la Galería Oriente, del Fondo de Bienes Culturales, su primera expo comercial. La expo que llevó por nombre Las raíces de un árbol no proyectan sombra, contó con el bailarín y coreógrafo Yanoski Suárez y la intervención de otros colaboradores en el rol de estatuas vivas (específicamente: individuos sin ninguna proyección artesanal del arte, solo de pie formando parte de la instalación).
En esta muestra, el cuerpo se convirtió en paisaje esencial para la construcción de sentido entre el receptor y la obra. Varios elementos lo reafirman: la intervención del bailarín, los rostros en las fotografías, y las instalaciones (entre hombres y objetos) con las que el público se veía tentado a involucrarse hasta generar nuevos contenidos de una misma obra. Los individuos presentados sobre pedestales en lugar de una obra de cerámica abren el debate sobre el arte mismo. Son hombres cotidianos que han invadido la galería porque el artista necesita provocar en el espectador otro tipo de consumo del arte. El artista nos dice que el arte está en nuestros cuerpos, no solo en la parte externa y visible que ya de por sí es bastante plural, sino también en nuestras raíces. ¿Discurso sobre los cuerpos comunes?
Nada que entre a una galería bajo la mano de un artista podría ser común. Al igual que los objetos, las fotografías, las instalaciones y los cuadros, todo en la muestra muta durante las acciones performáticas y trascienden en el espacio y en la interpretación del expectante según la acción del artista. En ese pivoteo del discurso alrededor del performance, aparecen los cruces del lenguaje y la inconformidad estética de este proyecto. Aun en una galería comercial, su proyección simbólica no difiere de sus anteriores muestras. Se apropian de este espacio y subvierten la mirada de un espectador que aun sabiendo lo que el proyecto va a hacer, cree que las nuevas circunstancias lo hará ceder.
Ninguno de estos artistas practica (aún) el arte como principio propio de una élite, para ellos el arte es una sacudida a la moral del que observa. Su muestra es una fractura con lo estático, su juego es popular, pero su jerga es indócil ante el hombre idiotizado por sus propias enseñanzas. En ese paraje entra la obra de arte como símbolo social. Cada pieza introducida en esta galería está a la venta, la venta como objeto simbólico y no como concepto en su creación. Estos artistas entienden el arte como regalo de la vida, como labor de individuos comunes llenos de objetos comunes.
Ellos utilizan todos los canales perceptivos a su alcance y nos preguntan qué tan comercial es esta expo. ¿A dónde nos conducen con un lenguaje tan irreverente? ¿Quieren vender alguna pieza? ¿Cómo se vende una instalación donde los elementos se instauran tras la participación del espectador?
Catalogar algunos de los gestos pudiera alejarnos de su naturaleza real. Hay una necesidad porque el cuerpo expanda su significado, se convierta en metáfora/materia y significante. ¿El cuerpo del artista también está en venta?
Hay una amplia gama de tópicos perceptible es esta expo y que tienen relación con prácticas rituales del hombre como núcleo social de un Santiago de Cuba que se esconde en imágenes lejanas.
En esta expo el performance aparece como herramienta y no como estructura. Los artistas lo introducen como dispositivo movilizador. Sin este elemento la expo perdería gran parte de su valor, pues el discurso encuentra desarrollo en esas acciones efímeras. Un discurso que no desaparece tras la ausencia ni la descomposición de los elementos en su imagen inicial. En medio de todo, sobresalen las imágenes de: monedas, jaulas, elementos de la naturaleza, productos alimenticios, desechos del cuerpo, juguetes casi tenebrosos. Imágenes que representan a la raíz del árbol. Así se arma un metalenguaje que se introduce por el cuerpo sonoro del bailarín, la voz del espectador, y la arquitectura sonora de la galería.
Estos son artistas que necesitan la relación arte/tecnología. A veces presentan este binomio como un recurso más, y en otras como eje fundamental de una obra en específico. El abordaje de los interlenguajes y su articulación con el cuerpo, la identidad física de cada objeto, el espacio y el tiempo, y la necesaria proxemia con el visitante, dota a la muestra de un carácter plural y testimonial.
Pudiéramos decir que esta expo (también) posee un carácter efímero, dado por algunos segmentos que en su ausencia, nos permite introducirnos en las huellas que dejan en el espacio tiempo. Romper con la linealidad temporal y prevalecer ante el devenir de los días, hace necesaria esta propuesta para los expectantes de una ciudad golpeada por la pandemia y por la inclemencia de la memoria estética de su gente.
El testimonio que va dejando proyectos como este en la urbe, hay que registrarlo por el bien de la memoria-ciudad y la memoria-hombre. Los objetos y partes (que parecen desechos) son muestra genuina de la expresión de un fragmento de la ciudad. Los objetos están cargados de valor, no solo el que le introdujo el artista, sino también el que aportó el espectador.
El proyecto Fractura vuelve a sacudirnos la moral visual. Sabe que estamos necesitados de una ética del lenguaje que nos permita resolver nuestras carencias simbólicas y afectivas. Sabe que en Santiago tropical hay que exprimir al cuerpoárbol y mostrarlo sin sombras para endurecer las raíces. Fracturar los cánones también es una vía de liberación. Allí, donde el bosque es más espeso y las sombras menos densa, hay un espacio para volver a sembrar nuestras raíces a profundidad.
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