A riesgo de incurrir en la peligrosa desmemoria, el recuento del proceso de la cultura cubana en la etapa revolucionaria sigue siendo asignatura pendiente, opina hoy la intelectual Graziella Pogolotti.
En los tiempos que corren, emprender la investigación necesaria constituye tarea impostergable, asegura en su artículo Para una historia del Icaic, que publica el periódico Juventud Rebelde.
Destaca que “Las Palabras a los intelectuales sentaron principios básicos de una política cultural sustentada en un amplio consenso, afirmativa de la singularidad de la Revolución Cubana, que se distanciaba de prácticas establecidas en la Europa socialista a partir de la implantación del llamado «realismo socialista» como principio estético que habría de presidir la creación artístico-literaria”.
En términos concretos, desde 1959 se fundaron instituciones destinadas a auspiciar el fomento de las diversas manifestaciones artísticas y su circulación entre un público en progresivo crecimiento. Transcurridos apenas tres meses desde la victoria de enero, se fundaba el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (Icaic), dice.
En menos de diez años, los resultados de la maduración del proyecto inicial eran palpables. Se habían filmado ya obras de una marca identitaria y de una aproximación crítica y reflexiva a las realidades de la construcción del socialismo desde una óptica tercermundista y descolonizadora, refiere, y cita Lucía, de Humberto Solás, así como La muerte de un burócrata y Memorias del subdesarrollo, de Tomás Gutiérrez Alea.
Sin embargo, la valoración del papel desempeñado por el Icaic en el desarrollo de la cultura nacional no puede limitarse al recuento de su filmografía. En Alfredo Guevara, intelectual de sólida formación, acicateado siempre por la necesidad de renovar el aprendizaje adquirido y hombre entrenado en la acción política desde su primera juventud, anidaba una visión estratégica de mayor alcance, expresa.
Apegados a las conmemoraciones, hemos dejado pasar por alto, sin embargo, la fecha de creación del Grupo de Experimentación Sonora del Icaic. Orientado por el maestro Leo Brower, fue taller fecundo que favoreció la altísima calidad musical, preñada de contemporaneidad, que contribuyó al nacimiento de la Nueva Trova y alcanzó extraordinaria resonancia con el movimiento de la Canción Protesta, advierte.
Al igual que en el cine, a través de la música se interconectaban las venas abiertas de América Latina. Se derribaban los muros que separaban artificiosamente lo culto y lo popular y se eludía así la trampa del populismo, portadora inconsciente de una elitista subestimación del pueblo, también duramente criticada por Ernesto Che Guevara en El socialismo y el hombre en Cuba, resalta Pogolotti.
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