Las buenas maneras de entender el arte contemporáneo siempre vuelven a sus raíces visuales, esas que se preocupan por la factualidad de la pieza y su reflejo en las sensaciones del espectador. Sin embargo, en momentos en los que “pan y circo” no son la mejor manera de procesar el trueque con la realidad, ¿significa esta una correcta postura intelectual?
Resulta complejo pensar el arte sin tener en cuenta una de los principales agentes que moldean la creación: la supervivencia del hombre, entendida como las condiciones materiales del individuo. En ella se descubre una de las prioridades en las transacciones del sujeto, esas que le aseguran su estabilidad monetaria y alimenticia. Con eso superado, podemos comenzar la travesía por los mares del proceso creativo.
La 12 Bienal de La Habana es el evento por excelencia de las artes visuales en Cuba, de ahí su importancia y la trascendencia de lo que se expone en ella como rostro de nuestra creación. Los artistas la perciben de la misma manera, la ven como un instante cada tres años para vender, negociar exposiciones y fundar lazos que permitan participar en ferias de arte del mundo.
Mas, de igual manera, deberíamos juzgar lo que se ve en las galerías como productos concebidos para exportar una imagen preconcebida. Así, los que asistan a las galerías de La Habana durante la 12 Bienal, no podrán encontrar siempre los intereses más “crudos” de los artistas, sino una versión soft del regusto verdadero.
Al pensar el arte cubano joven como ese proceso en evolución que se alimenta de las oportunidades para construirse, es importante colocar la Bienal en un ángulo visual prioritario, en gran medida por las circunstancias descritas. Luego, y sin remordimientos ni apostillas, hablar de las muestras, personales y colectivas, que consideramos pertinente degustar, antes del término de la cosecha.
Muchas de las exposiciones han sido preparadas para que los espectadores se vean instados a recibir de ellas una invitación. Es decir, llegar al espacio y tomar de primera mano un fragmento de la creación que dimensionen su mirada hasta lo que podrían ser las inquietudes del artista.
Quisiera citar tres de las muestras de las 12 Bienal de La Habana para iluminar mi tesis. La primera, Ciudad de los muertos, de Alejandro Campins, radicada en la Galería Servando Cabrera, es el producto de una experiencia personal. El creador aquí reelabora su mirada entorno a dicho fenómeno vivido y lo convierte en un espacio de búsqueda para los que se acerquen a sus piezas pequeñas, desoladoras.
Las obras dentro de la galería semejan espacios de pérdida, escapes a otra realidad, paralela y desconocida. Y de eso precisamente se trata la muestra personal de Campins, de proporcionar al espectador una salida de su status quo hacia un campo detenido en el tiempo, un no-lugar sin ubicación posible. Las obras de Ciudad de los muertos traen una carga simbólica considerable, al tiempo que su factura es limpia y segura.
La otra exposición que considero importante es Guardianes, de Jorge Rodríguez Diez (R10), parte de la muestra Zona Franca, que podemos ver en el Morro, en la capital. La muestra imbrica imágenes hoy consideradas icónicas de la Revolución, tomadas por fotógrafos en los años 60, con fondos de color plano, y con otras que muestran zonas de la imaginería contemporánea, la más fresca manera de entender la realidad cosmopolita.
A través de la recreación de la publicidad y el marketing de las grandes marcas capitalistas, el artista mira nuestra historia, recortándola, parafraseándola. Las obras de R10 son piezas con una fuerte impronta de diseño gráfico, ahora llevado a la pintura; y son grandes piezas que también se muestran desde una tez inmaculada que lleva debajo las marcas de una piel afectada por el tiempo.
Finalmente, las muestra de Rachel Valdés, Realities, también dentro de Zona Franca. La pieza constituye un espacio cerrado, logrado con espejos, una proyección y una selección sonora que nos remonta a un momento sensorial diferente a los de la experiencia habitual. En la realidad de Rachel Valdés los colores se sincronizan con los sonidos, las repeticiones del sujeto en el espacio le ofrecen la posibilidad de jugar con su reflejo y de tomar una siesta de la vida terrenal. La instalación de la artista persigue algo que no es nuevo, sin embargo, hoy es raro encontrar: la paz, la serenidad, la levitación.
Es bastante claro ya que las exposiciones citadas son preciosistas por excelencia, demuestran un fuerte deseo por mirar desde lo bello problemáticas lejos de tales imágenes. La capacidad de camuflar los conceptos abordados con una estética depurada, tiene en la 12 Bienal de La Habana una presencia innegable. Ahora bien, ¿es negativo, censurable? En lo absoluto, y de hecho, puede ser una de las principales ganancias del arte joven cubano: la posibilidad de santificar nuestras manchas en PVC, al dominio público y sin crear ronchas.
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social.