Apuntes sobre la obra fotográfica de Rubén Aja Garí
I
Un fotógrafo es un poeta. Uno que traduce en imágenes las variedades posibles de la existencia. Su límite está en su ojo tras el lente. Captar la realidad y redescubrirla desde la particular perspectiva del ser fotógrafo, es un acto poético. Gran parte de la historia de los hombres está construida desde la documentación fotográfica de distintos sucesos. De ahí la responsabilidad adicional del ser fotógrafo, su habilidad no es solo la de manejar un artefacto que registra el tiempo mediante la luz. Su responsabilidad es la documentación poética del mundo tanto en la construcción humana como en la creación total de la naturaleza.
La fotografía (hace mucho) dejó de ser un acto pasivo en esa documentación, dejó de captar solo el exterior del sujeto/objeto para además captar el mundo interior de los hombres. Las ideas empezaron a encontrar otra manera de ser expresadas. Algo que la pintura ya había incorporado con anterioridad y que a la vez, la hacía parecer más necesaria. La fotografía entonces, se convierte en un dispositivo artístico (más) cuya fuerza discursiva supera el concepto de los hechos documentados. Introduce en su semiología la crítica de la comprensibilidad del mundo y el activismo, como herramientas a las luchas sociales e individuales del hombre.
La fotografía como investigación artística busca la significancia e insignificancia del ser. Esta exploración va desde la conceptual hasta lo popular. El fotógrafo nos dice: esto hay que mirarlo, esto es poesía. Así construye un ojo colectivo, una ética de la imagen y una visión disruptiva. El impacto emocional tras la contemplación de una obra fotográfica deviene en experiencia estética del individuo.
II
Uno de esos poetas de la imagen fija, el cual he tenido la oportunidad de conocer es Rubén Aja Garí (Santiago de Cuba, 1979). Rubén entiende la fotografía desde la responsabilidad poética de un creador. Su obra posee un carácter vivencial, un registro de su presencia en determinados sucesos. Hay fotógrafos que van tras la imagen, pero en el caso de Rubén, la imagen anda con él todo el tiempo. Él juega con la luz, interpreta y luego aparece la foto. Nos dice que esa imagen trasciende al propio suceso (del que ha sido partícipe). Nos habla de la multiplicidad de la vida y sus distintos estados. Nos descubre.
No es mi intención hacer una síntesis curricular de un hombre que se mueve en tantos caminos del arte y la cultura dentro y fuera de su ciudad. Quiero hablar de su obra fotográfica, que a mi entender es su búsqueda más genuina.
Durante la última década (2010-2020), (a mi criterio) es Rubén Aja Garí, el fotógrafo santiaguero más importante. No se trata esto de una competencia entre Aja y los demás creadores de la urbe, ni siquiera de desmeritar los procesos creativos, publicitarios, expositivos y simbólicos de otros grandes maestros del lente. Tampoco es un acercamiento para anular la nueva camada de fotógrafos de la ciudad, para algunos de los cuales ya he dedicado tiempo de estudio por la impronta de su obra. Escojo a Rubén y me permito no mencionar otros nombres, porque veo en su obra la síntesis de sus maestros (directos o no) y la síntesis de sus alumnos (directos o no).
La obra de Rubén Aja Garí se caracteriza por la comprensión inter y transcultural de corte secular de los procesos que lo circundan. La irrealidad de sus imágenes nos hace pensar en los vínculos entre lo humano y lo divino, lo caótico y lo ordenado. Su criterio simbólico está en la imagen sin transgredir, sin introducirles nuevos elementos anacrónicos para crear nuevos significantes. La experiencia estética tras el intercambio con alguna de sus obras, transita por códigos vinculados a la identidad del ser santiaguero y el ser cubano.
En su serie Color cubano, podemos apreciar como el fotógrafo juega con lo múltiple y el azar para acceder a otra noción de sentido. La contraposición de figuras, que por concepto no deberían estar emparentadas, son enfocadas y mostradas como una sola imagen. Una lectura humana y a la vez imperceptible en medio de la cotidianidad. Pero no debemos subestimar el alcance de nuestro cerebro, esas imágenes compuestas subyacen en nosotros. Solo se necesita un ojo entrenado y una cámara para devolvérnoslas cargada de significados. Los artistas suele convertir en arte, imágenes construidas por quienes no son artistas.
Un ejemplo dentro de la obra de Rubén, es cuando pone su lente en Martí. En la imagen el apóstol parece hablarnos, trae una paloma en su brazo mientras la cúpula dorada del capitolio aparece detrás.
Ambos símbolos son contrapuestos en el espacio para hablarnos de un tercer elemento: Cuba. Rubén es un martiano de convicción, un mambí del lente, y Cuba (con todas sus extremidades) es el mayor tema de su obra.
Pudiéramos agregar otros temas en la investigación fotográfica de Rubén tales como: la religiosidad, el uso y abuso de la propaganda política, la naturaleza, la documentación de las grandes celebraciones culturales y los símbolos patrios. Pero todos estos temas son transversalizados por su búsqueda constante en definir a Cuba.
En esta fotografía, la imagen de Cristo crucificado se combina con la bandera de la estrella solitaria, que ondea en un segundo plano. No es casual que busque inspiración en elementos que son trascendentales para la cosmovisión de la identidad cubana.
Busca en la religiosidad las esencias del ser cubano. No solo Cristo, la Virgen de la Caridad del Cobre ha estado componiendo su sistema de imágenes. Su relación con el Santuario del Cobre le ha permitido hacer imágenes inéditas de la madre espiritual de los cubanos.
III
Otro hecho que colorea su fotografía es su participación en la Fiesta del Fuego, cita vital en el rescate del patrimonio inmaterial del Caribe. En este encuentro organizado por la Casa del Caribe, y en el cual Rubén tuvo el privilegio de diseñar el cartel oficial en el año 2012, cuando se le dedicó al caribe colombiano, el fotógrafo ha encontrado un carácter antropológico en su imagen.
La herencia de nuestra identidad vista en los elementos de algunos líderes religiosos. Instrumentos que llevan implícito el recorrido de nuestra sangre. Una silla donde debe sentarse el más sabio de la tribu. Allí debe colocarse nuestro ojo civilizado y globalizado.
¿Por qué la imagen de los elementos divinos de un hombre debe ser admirada? ¿Qué debería decirnos/mostrarnos esa imagen?
El lugar donde se consulta el espíritu, del hombre que aparentemente no tiene nada que ver con ese modelo de vida, es seleccionado. El fotógrafo no quiere que olvidemos que la fe es una construcción humana, pues solo se llega a ella, a través de objetos físicos.
Los desplazamientos en esta última imagen son muy profundos. Se trata de una reflexión que trasciende al devenir de la muerte y la resonancia de nuestra estadía en la vida. El sabio observa al fuego y parece un pasado eterno que nunca abandonará el lugar. La silla vacía no es solo la ausencia del sabio, sino de todo lo que un hombre como él representa para su comunidad y para la memoria colectiva. El fuego no se apaga pero el anciano ya no está.
En esta imagen el instrumento vuelve a estar solo. No tiene a quién lo utiliza pero sí las marcas de quienes han sido sus dueños. ¿Geografía de la memoria? En ese transcribir de la realidad muy particular de Aja, hay que adicionarle su esfuerzo lúcido y a la vez intuitivo por definir las unidades en juego.
El instrumento en soledad pero que al mismo tiempo representa una imagen colectiva incita a una relación adquisitiva con el mundo que nutre la percepción estética y favorece el distanciamiento emocional. Rubén preserva abierto los registros que por lo general (a la vista de la cotidianeidad) el tiempo reemplaza constantemente. El tambor en ninguno de los casos representa la música como significado afín, sino lo múltiple, el azar, el juego ideal, la memoria y el devenir. Es la puesta en valor de la presencia como un fenómeno (absolutamente) plural.
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