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¡Sé bendito, Hombre de mármol!

La historia de Cuba, entre sus muchos héroes, ha perpetuado un nombre: Carlos Manuel de Céspedes y del Castillo. Justo cada mes de febrero Cronos trae a la memoria el aciago recuerdo de su muerte, aquel 27 de febrero de 1874, el día que abandonó el espacio terrenal y que comenzó a vivir para siempre en la memoria del pueblo cubano. Han transcurrido desde entonces 147 años.

Su figura ha sido siempre un constante y necesario referente para conocer la génesis de nuestro proceso independentista y la formación de los ideales libertarios más genuinos que han conformado nuestra identidad. Si bien las circunstancias a lo largo de la historia le han dado el epíteto por el que le conocemos, las artes plásticas le han dado un rostro corpóreo, una imagen tangible.

escultura de carlos manuel de céspedes, por Sergio López Mesa. Expuesta en la casa natal del «padre de la patria», en bayamo

Lo imaginamos siempre con esa actitud templada y a la vez grandilocuente, por como lo han testimoniado sus biógrafos y por como lo han pintado nuestros artistas. Mientras la pluma acentúa sus dotes de naturaleza imperiosa, el pincel inmortaliza la impavidez de su mirada a partir de esa imagen que data de 1857, la primera imagen que retrata a Céspedes, un daguerrotipo de la época que era –en ese entonces– la primera modalidad fotográfica.

La casa donde naciera el 18 de abril de 1819, en Bayamo –convertida hoy en uno de los museos más importantes a nivel nacional– exhibe en el primer salón una pieza del pintor norteamericano J. Davich que data del año 1873. Según investigaciones, la obra llega al museo gracias a una donación de su nieta Alba de Céspedes, al inaugurarse dicho local, el 30 de septiembre de 1968.

Es el primer ejemplo pictórico que se conoce y que ha llegado a nuestras manos, el artista que creó la pieza hizo dos retratos basados en un daguerrotipo. Con rasgos propios del academicismo la pieza deja ver una clara influencia de ciertos aspectos de la pintura inglesa del siglo XVIII, en alusión a uno de los retratistas más sobresalientes de esta etapa, Joshua Reynolds, que también dotaba sus obras del apropiado equilibrio, de esa atmósfera de elegancia sin precisar lugares y con elementos de referencia a la vida del personaje, en ambiente cortesano.

Un sol de llamas que se hunde en el abismo. Autor: Amaury Palacio Puebla. Óleo/lienzo. 

El retrato forma parte de la colección patrimonial museable de la Casa Natal junto a otras dos piezas: un busto y una escultura de cuerpo entero en mediano formato. Ambas piezas fueron realizadas en 1954 por el conocido escultor, pintor, ceramista y profesor de la Escuela Nacional de Artes Plásticas San Alejandro, Sergio López Mesa, el mismo que ejecutara también el monumento que se ubica en la Plaza de la Revolución –conocida coloquialmente como el Parque Céspedes– y que se ha convertido en ícono de la urbe bayamesa. El conjunto escultórico, colocado el 10 de octubre de 1955, tiene estampado en su base altos relieves de momentos históricos decisivos de nuestras luchas, y en la cúspide, la estatua en bronce del “Padre de todos los cubanos”, en actitud solemne, como siempre se le ha representado, y con una mirada a lo alto, tal vez como avizor de la Patria.

Mucho se ha hablado de Céspedes, mucho de su profundo intelecto y su lucidez patriota. Inmortalizado por el pincel y el cincel, figura en cada dibujo, en cada óleo, en cada grabado, siempre con esa magnificencia de estirpe cubana, austero, con el poderío de gran forjador de naciones y con ese humanismo que causaba asombro.

Podría definirse como un hombre adelantado a su tiempo, pero tuvo la precisión de hacer lo exacto en el instante justo en que Cuba clamaba a su vista y oídos por el imprescindible cambio. Y forjó esa revolución que es ahora nuestra y que lleva su nombre. Sea el mes de febrero solo una de las tantas fechas en que se recuerda a Carlos Manuel de Céspedes, no por el día en que una bala puso silencio a su vida, sino por ese momento en que Cuba se alzaba con voz propia. Libertad es el nombre de Céspedes por antonomasia. Hacemos nuestra la rúbrica de gloria del Apóstol: En tanto, ¡sé bendito, Hombre de mármol!

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