AnÃbal De la Torre posee una poética reconocible a vuelo de águila en el panorama visual holguinero y de por sÃ, cubano. Basta con detenerse frente a una de sus piezas para darnos cuenta que si bien cada una es diferente, estos rostros que ha captado exploran idénticos temas y al mismo tiempo dan cuerpo a una singular cosmovisión: el individuo (el creador) que asume la fe en la religión yoruba y que la expresa mediante el arte.
Palpamos –como si estuviéramos escudriñando, buscando algo más allá– esta simbiosis (fe/arte) en la muestra Rostros, expuesta en la galerÃa Fausto Cristo de la sede provincial de la Uneac en HolguÃn, donde AnÃbal reúne 13 piezas en gran y mediano formato que nos reafirman, en primer lugar, su capacidad como dibujante y retratista, a partir de un trazo conciso, una lÃnea depurada e impresionista, y además la intención de capturar ese “algo más†que buscamos y encontramos en la fuerza del rostro.
Sus rostros (literalmente las deidades yorubas, los Orishas, se llaman “dueños de la cabezaâ€) no son meros retratos. Los rostros de AnÃbal son reflejos del alma; digamos más bien que una especie de puente entre quien nos observa desde el lienzo y quienes, desde este lado del umbral, intentamos comprendernos a nosotros mismos. AnÃbal ha ido consolidando su mirada –fraguándola, mirándose a sà y claro, encontrándose en las posibilidades de esta mixtura– luego de las búsquedas a las que se somete todo artista, y del crecimiento que han resultado sus muestras anteriores (unas quince personales y además un promedio de 80 colectivas, nacionales y foráneas).
Las obras de AnÃbal, los rostros que nos observan, reflejan sus estados de ánimo, atrapan –cuestión difÃcil, sin dudas– la espiritualidad que los asecha: los miedos, alegrÃas, esperanzas… que perviven en cada cual y que dan cuerpo a la cosmovisión del artista. Para esto AnÃbal De la Torre conjuga elementos propios de la religión yoruba, como clavos de lÃnea, garabatos, herraduras, caracoles y girasoles, que se “estampan en el fondo plano de colores pastel, y que a la vez contrastan con el cinturón escapular, contenidos en un pequeño espacio abstracto con tonos sienas, sepia, negro y blanco, colores que he venido sistematizando en las muestras anterioresâ€, comenta el artista, graduado en la Escuela de Instructores de Arte (2004) y en Estudios Socioculturales en 2013.
Otra cuestión evidente en su obra –además de que su pequeña hija y su esposa, la también creadora visual Annia Leyva RamÃrez, curadora de esta muestra, sean modelos en algunas de las piezas, como “Madona con Iré†y “Musa de luzâ€â€“ es la frecuente autorepresentación del propio artista, la mirada hacia el propio yo y sus interrogaciones: “Casi siempre estoy asÃ, de manera evidente, como reflejo del individuo que asume la fe en la religión yorubaâ€, asegura quien nos mira desde la portada del catálogo (“Autorretratoâ€) o desde el cartel de la exposición (“Roseado de feâ€).
El culto sincrético no es excusa en estas piezas, es asunción de fe, marca de poética, simbiosis de rostros/fragmentos de alma con elementos de la cultura yoruba, que AnÃbal dibuja o inserta como complementos (caracoles, fragmentos de yute) en las obras, y que, desde Ãfrica llegó a América en los barcos cargados de esclavos que trajeron una cultura que, en el transcurso del tiempo, se sincretizó con religiones preexistentes de base africana, con el cristianismo, con la mitologÃa amerindia, entre otros.
“Los rostros desde el lienzo invocan a penetrar en el misterio más insondableâ€, escribió en las palabras del catálogo el escritor José Conrado Poveda, y a este misterio nos convida AnÃbal con la seguridad de que un rostro no es una ventana, es una puerta abierta, y con el riesgo de que frente a una de estas piezas, nos encontremos nosotros mismos.
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