Si fuera la apariencia un requisito para definir profesión u oficio, Angelito sería cualquier cosa menos pintor. Quizás maestro, ingeniero…, tal vez periodista. No tiene melena, tampoco barba, ni viste a la moda del descuido. Claro, quienes le conocen pueden verlo a la legua, porque casi siempre anda con gorra y unas “gafotas” de cristales negros que le cubren rostro y medio.
Pero dejemos a un lado el aspecto, porque al final poco nos sirve.
Ángel Orestes Fernández Quintana, Ández, sí es pintor. Lo lleva en la sangre desde pequeño, incluso cuando era más pequeño que ahora. Pertenece a esa enjambre de jóvenes artistas envueltos en la aventura de oxigenar el desarrollo de la plástica en Cienfuegos.
Lector voraz, músico, pintor…Varios caminos, ¿no crees?
«Cierto, aunque la plástica fue el origen de todo. De chiquito me recuerdo dibujando, en la secundaria no paraba de hacerlo. Y así, hasta aparecer la opción de la escuela de arte. La primera vez no me aceptaron; ingresé un año después.
Después de graduado sentí que conmigo vivía una parte de músico. Entonces, compré una batería por la calle, armada a pedazos, y, con dos o tres amigos, formé un grupo de rock, Akupunktura. Estuve en la banda desde el 2003 hasta el 2009.
»Con la literatura pasó igual. De niño me obsequiaron muchos libros, fue algo que la familia sembró en mí. Crecí en una casa donde no escasearon textos y donde había personas que leían. Me transformé en un lector insaciable».
¿Pintor de vocación o de formación?
«De vocación, porque de lo otro… En realidad en la escuela de arte no estudié pintura, sino técnicas tridimensionales y diseño gráfico. El dibujo resultó mi fuerte entre las manifestaciones de las artes plásticas, fue en lo primero que encontré acomodo. Sin embargo, ahora hallo más placer pintando.
»Hacía un dibujo coloreado. Todavía no llego a la cuerda que quisiera, necesito ver color, pero estoy en la ruta. Me falta muchísimo. Como todos los artistas, moriré aprendiendo».
No obstante, le sobra espontaneidad y constancia. De olfatear un poquito en su obra, uno sale sorprendido por el modo en que la concibe y cuida, sin ánimo de aturdir o causar confusión al público. Por encima de las extravagancias, le importa comunicar. Valora dialogar con el espectador mediante sus creaciones, de manera diáfana y con los menores ruidos posibles. Eso no le resta originalidad.
Háblame de Emeterio, ¿quién es?
«Aquí volvemos a la literatura. En la adolescencia empecé a sentir atracción por los temas históricos y disfrutaba leer muchos libros de Historia de Cuba. Me cautivaron las guerras por la independencia. Y, al regresar a la pintura a tiempo completo, comienzo a experimentar. Intentaba hacer un cuadro para homenajear a Máximo Gómez, una de las figuras que aprecio.
»Lo conseguí y me agradó el resultado. Había hecho un mambí diferente, a veces queda el temor de que se parezca a Elpidio Valdés, pero en realidad no ocurre. Seguí con la idea y quise hacer una serie con el objetivo de resaltar lo identitario: el mambí como símbolo de cubanía. Al inicio lo variaba, le cambiaba el bigote, la forma del sombrero… hasta lograr una paridad.
»La gente me preguntaba en la calle: “¿ven acá, por qué no le pones un nombre?”. Yo explicaba que era solo un recurso visual y no tenía la intención de convertirlo en una excusa para denunciar un evento o circunstancia; después sí me importó hacerlo. Mis intereses como artista me llevaron a proponer algo con él. Se imponía llamarlo de alguna forma y le puse Emeterio, porque la mayoría de los mambises (mulatos y negros libres) vivía en el campo. Es un nombre común entre los guajiros, evoca al clásico campesino».
Qué buscas proponer y denunciar?
«Me interesa reflejar la identidad, especialmente a través del béisbol, por todo lo que representa para el cubano, pese a ser una disciplina que importamos de Estados Unidos en el siglo XIX. He tratado de documentarme bastante sobre el origen de la pelota en Cuba y su implicación para nuestra cultura. Los mambises, por ejemplo, integraron clubes de pelota. Por eso abordo dichos íconos (el mambí y la pelota), además de otros temas políticos, sociales…
»En el humor gráfico también quiero hacer cosas con Emeterio. Pretendo realizar con él una serie de chistes, una historieta. Poner en su boca parlamentos que quisiera decir, mis inquietudes. Explotar el personaje como lo hicieron en su época, salvemos las distancias, Cristóbal de la Torriente con Liborio, Eduardo Abela con El Bobo, y René de la Nuez con El Loquito. Sería Emeterio hablando por mí».
Para quienes ignoran la impronta de Ángel como artista de la plástica, les será mucho más fácil reconocerla en periódicos, suplementos, revistas, espacios televisivos o plataforma digitales. Solo en Cienfuegos deviene habitual colaborador de la editora Cinco de Septiembre y del canal territorial Perlavisión, sin contar la presencia de su trabajo en otros medios de comunicación del país.
Algunos todavía consideran al humor gráfico un arte menor…
«Esa lucha es de años. Pero el humor gráfico actual, como casi todo en la postmodernidad, se ha expandido a las galerías. Ya realizamos humor para exhibir, hay humoristas volumétricos. De hecho, no pocos emplean recursos de las artes plásticas como la pintura, el grabado, la escultura. Por tanto, esa línea divisoria casi ni existe».
¿Cuánto te ha aportado la relación con la prensa?
«Al estar cerca del periodismo he aprendido bastante. Me ha dotado de conocimientos, de madurez. En ocasiones debo entregar ilustraciones en un corto período de tiempo; esto me lleva a generar ideas en breve y a forzar la creatividad. Es una buena experiencia».
¿Prefieres lo formal o apuestas por el contenido de la obra?
«Busco un equilibrio entre las dos cosas. Descubro placer al sentarme a pintar, Estar delante de un caballete, de una cartulina o lo que sea, para mí constituye un disfrute tremendo.
»Por supuesto, tampoco deseo pintar algo reproductivo. Aunque no tenga un concepto determinado o pre-elaborado, en lugar de reiterar, exploro nuevas temáticas. En cualquier caso, no me considero de los artistas transgresores en cuanto a ideas. Estoy muy amarrado a las formas tradicionales de hacer.
»Me gusta sentir el material en las manos, utilizar los pinceles, los lápices de colores, la tinta, la plumilla. Cuando lo hago se me van las horas, pongo música; representa un goce indescriptible, no te puedo decir. Saber que de una cartulina en blanco empiezan a salir cosas…».
Imaginémoslo, porque de semejante sensación ha nacido Emeterio, ha crecido Ández, inmenso frente a un lienzo como fiel compañía.
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