Camagüey es una tierra rica en tradiciones culturales, reconocida por su historia, tierra de vaqueros al estilo criollo, criadores de ganado, de pastizales llanos que han perdido con el tiempo su color verde intenso pero donde aún mantiene latente la cultura rural de cada poblado.
Santa María del Puerto del Príncipe devino en uno de los primeros asentamientos constituidos por los españoles en Cuba y, según la tradición, quedó fundada el 2 de febrero de 1514 a orillas de la norteña bahía de Nuevitas, bajo la protección de la Santísima Virgen, de ahí su nombre beatificado.
Camagüey, su nombre oficial desde 1903, ostenta un aire colonial imperecedero con más de medio siglo de existencia. Su trama urbana conserva el encanto de las urbes cristiano-musulmana andaluza colmadas de iglesias parroquiales, casonas señoriales con tejados a dos aguas, patios interiores al modo sevillano e inmensos ventanales abalaustrados, que alguna vez sirvieron para enamorar con serenatas a las mujeres más lindas de Cuba, al decir de muchos.
Su centro histórico, con 54 hectáreas de patrimonio colonial español y republicano, es el mayor del país en extensión y fue declarado por la UNESCO como Patrimonio Cultural de la Humanidad en 2008.
El trazado asimétrico y enmarañado que se fue dibujando en los vaivenes de la comarca lugareña en el siglo XVI por los ataques de corsarios y piratas, adquirió su forma actual con calles laberínticas, angostas y sinuosas que se abren en plazas y plazuelas como plato roto.
Más de 60 callejones han sobrevivido el paso del tiempo dando la peculiar atmósfera de aparente desorientación que aún distingue a la ciudad. Pasear por ellos es una sugerente rutina para el disfrute de naturales y extranjeros, quienes a su paso por la adoquinada travesía siempre descubrirán historias o leyendas que perduran en esta elegante “dama” que no pierde sus encantos en sus 507 cumpleaños.
Si de longitudes se trata, el callejón de la Miseria, más conocido como el de Tula, situado en la Plaza Bedoya, es considerado el vial más corto y menos poblado de la urbe con solo dos casas en 15 metros de longitud. Mientras que el callejón del Cura o del Silencio es considerado el más estrecho del país con tan solo 1,40 metros de ancho y 52 metros de largo.
En algún momento se le llamó la “Ciudad de las Iglesias”, pues su alma católica se trasluce en cada una de sus iglesias y templos barrocos donde se entremezclan los diversos movimientos de la arquitectura neoclásica que hoy convergen en la tradición constructiva contemporánea.
El barro marcó sus construcciones y sus espacios majestuosos: muros de ladrillos y techos de tejas; y en los amplios patios, sus tinajones, tradición heredada de los maestros ibéricos asentados en la otrora villa y quienes hicieron de los tonos ocres y rojizos símbolos absolutos de la metrópoli lugareña y que hoy es reflejo de su edad milenaria.
“¡Ese sí es un pueblo, el Camagüey! El sábado vienen todo, como un florín, a la ciudad, al baile y al concierto, y a ver a sus novias; y hay música y canto y es liceo el pueblo entero y la ciudad como una capital…”
Así se refería José Martí en una de sus crónicas escritas en 1893 sobre el Camagüey legendario, tierra de mujeres “hermosas, épicas y sencillas”, un pueblo de trabajadores y de hombres cultos, cuna de patriotas, quienes un día, con el Mayor Ignacio Agramonte al frente, demostraron que con la vergüenza, como arma de combate, se puede hacer libre a un pueblo.
Celebrar los orígenes de esta “comarca de pastores”, como la describiera el Poeta Nacional Nicolás Guillén, por demás hijo ilustre de estas tierras, es también una forma de homenajear a muchos otros que la distinguieron en su quehacer por forjar una idiosincrasia cultural y los cimientos de una nación igualitaria y soberana.
Entre ellos se encuentran Ana Betancourt de Mora, quien dejó escuchar su voz en Guáimaro, sede de la Asamblea Constituyente para decir:
“Ciudadanos: la mujer, en el rincón oscuro y tranquilo del hogar, esperaba paciente y resignada esta hora hermosa en que una revolución nueva rompe su yugo y le desata las alas”.
Muchos nombres han transcendido en la historia de esta patria chica de notables personalidades, pero Gaspar Betancourt Cisneros, más conocido como El Lugareño, fue una de las voces más preclara del progreso en el siglo XIX, un hombre que sirvió a su tierra y con su pluma y voz manifestó cuánto la amó:
“Quiero ser los ojos del Camagüey para ver todo lo que le sobra o falta; quiero ser los oídos del Camagüey para estar siempre de escucha; las narices del Camagüey para olfatear todo lo que le pueda servir de alimento o deleite; la lengua del Camagüey para cacarear la verdad y pedir cuanto necesite; las manos del Camagüey para agarrar todo lo que le adorne o derribar lo que le desaire; las piernas del Camagüey para traerle siempre en movimiento.”
Se suman también Gertrudis Gómez de Avellaneda, “La Peregrina”, nuestra Tula, la más grande dramaturga de la lengua española y precursora del modernismo; Fidelio Ponce de León, una de las más célebres figuras de la plástica cubana; Jorge González Allué, autor de la Amorosa Guajira, canción casi obligada en las tardes de tertulias camagüeyanas de antaño; Patricio Ballagas, importante innovador de la trova tradicional, y Luis Casas Romero, quien además de compositor y flautista fue el iniciador de la radiodifusión en Cuba.
Sin dudas la cultura camagüeyana es un fiel ejemplo de cuánto ha logrado la sociedad cubana en 61 años de Revolución y cuánto falta aún por crear. A pesar de que esta provincia se ubica a más de 500 kilómetros de la capital, es un territorio donde los jóvenes creadores a través de la AHS desarrollan importantes eventos nacionales con proyección internacional.
Este es el caso de la Muestra Audiovisual El Almacén de la Imagen, uno de los más antiguos y prestigiosos de la filial agramontina, La Cruzada Literaria, el Coloquio Nacional de Periodismo Cultural, el Salón de Artes Visuales Gestos, La Feria de Jóvenes Creadores Golpe a Golpe, el Festival de Música Electroacústica Beat 32, el los festivales de Rock Sonidos de la Ciudad y el de Rap Trakeando, entre otros.
También es la sede de otros eventos y talleres con un notorio poder de convocatoria, como el Taller Nacional de la Crítica Cinematográfica, y los festivales Internacional de Videoarte y el Nacional de Teatro de Camagüey. Además de que cuenta con múltiples proyectos comunitarios de artes plásticas, narración oral, audiovisuales, danzarios y teatrales como son el Proyecto Socio-Cultural “Golpe a Golpe” y Cine en los Barrios, auspiciados por la AHS en el territorio, la Compañía Teatral La Andariega y el Conjunto Arlequín, ambos con más de 25 años de creados, devenidos con el transcurso del tiempo en canteras de otras agrupaciones, dirigidas al arte para infantes.
La provincia posee hoy un sistema de enseñanza artística de excelencia a nivel nacional gracias a la labor que ha desarrollado la Escuela Vocacional de Arte Luis Casas Romero, el Conservatorio de Música José White, la Academia de las Artes Vicentina de la Torre y la filial del Instituto Superior de Arte, instituciones que son la cantera del talento artístico del país.
Camagüey cuenta con algunas de las compañías más representativas de la cultura cubana como el Ballet de Camagüey, digno exponente de la Escuela Cubana de Ballet con 53 años de virtuosismo y destreza; el Ballet Folclórico de Camagüey, una de las compañías más trascendente de la escena danzaria nacional en las últimas tres décadas, pues representa el colorido, la fuerza, la dinámica, el ritmo y alegría de un pueblo cargado de tradiciones afrocubanas e hispanocubanas.
Agrupaciones como Rumbatá, Los Soneros de Camacho, Las Maravillas de Florida, Desandan y la Orquesta Sinfónica de Camagüey, forman parte de la esencia musical del territorio y de su arraigo artístico, portadora además de la riqueza y diversidad del acervo popular de su gente.
En este aniversario de su fundación, la Villa de Santa María del Puerto del Príncipe continúa enigmática ante los ojos de quienes la descubren por primera vez y también ante los de aquellos que nacimos en ella, y en los que, como yo, somos hijos adoptados de su impronta, porque forma parte indisoluble de nuestras vidas. Recorrer sus trechos, resistentes a la circulación diaria de transeúntes y choferes, es como viajar por ese puñado de años en los que se acumula lo mejor de nuestra cultura.
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