El pasado tiene mucho que responder en la oscuridad del presente. La investigadora mexicana Hilda Islas afirma al comentar sobre el arte contemporáneo que “nos encontramos en una época de permisos: Lo tome prestado de acá o de allá” (Islas, 2016: 33).
Pedir prestado trae consigo una toma de conciencia y auto-reflexión. Además, poner el ojo sobre piezas que fueron disonantes, polémicas, las cuales abrieron un camino en la historia, por sí solas portan una fuerza. Obras que motivan, incitan a expandir los sentidos y deseos de los cuerpos. Pretextos que brindan la posibilidad de conectar con su energía.
Tal es el caso de Le sacre du printemps (La Consagración de la Primavera), de 1913, ballet en dos actos, coreografía de Vaslav Nijinski, música de Igor Stravinski, con decorados y vestuario de Nicholas Roerich, en el Teatro de los Campos Elíseos, con los Ballets Rusos de Serguéi Diáguilev.
La creadora Sandra Ramy y su Colectivo Persona, deciden tomar prestado en esta obra, llamándola Sacre, su estreno fue en 2018 al inaugurar el Festival Habana Clásica. Recientemente decidieron reponerla los días 20, 21 y 22 de noviembre en el Teatro Martí. Para esta ocasión, con los performers Abel Rojo y Julio León, la actriz Tamara Venereo, y con asesoría y diseño de Guido Gali.
El estreno de La Consagración de la Primavera, en 1913, tuvo un carácter vanguardista tanto en la música como en la danza. Ocasionó disturbios en la audiencia, no solo por la brutalidad del tema y la violencia de la música, sino por el discurso primitivo formulado por el coreógrafo Nijinski en negación del gusto y el estilo romántico. Esto la llevó a ser la pieza por excelencia del siglo XX.
Muchos han sido los coreógrafos que la han revisitado en el panorama danzario, entre ellos encontramos Léonide Massine, también para Los Ballets Rusos (1920), Maurice Béjart (1972), Pina Baush (1975), entre otros interesantes creadores de la danza.
En Cuba ha sido referencia en los últimos años por Lilian Padrón con Danza Espiral, y Consagración, de los coreógrafos franceses Christopher Béranger y Jonathan Pranlas-Decscours, por Danza Contemporánea de Cuba.
¿Cómo hacer una traducción, recreación y reejecución de una obra de danza del pasado? Debates que hoy brindan caminos para la creación, para tomar partido en lo llamado “fidelidad” al acto efímero de la danza. Incluso nos brinda la posibilidad de tomar distancia y establecer una relación con el tiempo desde el desfasaje y el anacronismo, leer de modo inédito esa pieza que pedimos prestada.
Sacre por Sandra Ramy nos ofrece una lectura inédita, dejando claro su referencia a la original de 1913. En un primer momento nos ofrece un personaje irreal, el cual venda sus ojos para provocar el cruce entre pasado y presente. Una figura que invoca continuamente a los creadores Nijinski, Stravinski, Roerich y Diáguilev. Invoca para tocar su energía, los llama, les pregunta por qué y para qué hacer algo de esta envergadura. Dialoga con ellos, pregunta sí se debe reconstruir la pieza tal cual.
¿Tomar distancia de la original es traicionar?
Un personaje que porta una carga de acciones, las cuales nos remueven, abren camino a los cuestionamientos, desde la polémica de esta danza. Indaga en la historia con un carácter poético. Retirase la venda, líbrase de esa gran bata que la rodea es entregarse a ese desfasaje, a la fractura de la “fidelidad”.
Para concebir este comentario de Sacre solo tuve referencia del singular bailarín Abel Rojo, el cual lo encontramos en un segundo momento, ante una escenografía de espejos dispuestos en forma de V. Su imagen vista desde disimiles dimensiones. Un cuerpo a cargo de cada acorde musical para llevar a cabo su discurso consagrado.
Abel nos ofrece un diálogo personal que se desplaza y enfrenta a sus imágenes reflejadas. Estamos ante un cuerpo bruto, frágil, ligero, un cuerpo sensible, que decide desplazar su yo, ante un grupo de sí mismos. Para ello disfruta cada acorde de esta transcripción para piano a cuatro manos, en esta ocasión por Marcos Madrigal y Alessandro Stella.
Sandra trabaja este solo más allá de lo virtuoso que puede generar este bailarín, lo convierte en creador de su estado, de su imagen, llegando a convertir la escena en una acontecer de acciones vivas, para ello se apoya de las imágenes que cada espejo construye en el desarrollo de este solo. Una pieza que da espacio a la receptividad de cada espectador, que trabaja desde las fronteras de un teatro performativo.
Sacre viene a intervenir los límites, a tocar la “fidelidad”. Obras de esta envergadura mueven el espíritu, permiten leer de manera inédita la historia de la vida, de la danza, de los cuerpos. Obras que nos se quedan en el plano de lo bello por lo bello, de lo virtuoso, que trascienden los sentidos e invitan a la autorreflexión. Eso es lo que significa pedir prestado en la danza para devolver una acción o efecto de consagrar.
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