Lo que más me llama la atención de la obra de Liz Maily González Hernández es esa especie de “insubordinación” teórico-conceptual con la que pertrecha su trabajo y que acaba siendo, al fin y al cabo, el andamiaje con la que ella levanta sus piezas. La exposición en cuestión se titula Eureka y se exhibe en el Centro Provincial de Arte de Holguín, como resultado de la tesis de graduación en la Academia de Artes Plásticas El Alba.
La exposición reúne ejercicios de clases, obras creadas durante los años de docencia y otras, con el objetivo de integrar el ejercicio final, resumen de ese tiempo, que resultó Eureka.
Liz Maily –cuyo trabajo conocíamos del Salón de la Ciudad, el Salón Provincial y otras muestras colectivas en la ciudad, donde recibió premios y menciones aun siendo estudiante– interroga al espectador en cada una de las piezas (y se interroga a sí misma como creadora, planteando y replanteándose conceptos, intereses y objetivos a la hora de enfrentar su trabajo) y nos coloca en la posición del “artista que busca constantemente un discurso, un tema, algo de que apropiarse, algo que le sea factible o provechoso, para a partir de ahí desplegar su creatividad”, como leemos en la justificación de “La X marca el concepto” (documentación del happening realizado en 2019).
Eureka ofrece un discurso conceptual y crítico hacia la misma obra y el arte –incluso hacia la enseñanza de esta– que no es común en una creadora tan joven, de 20 años recién cumplidos. A simple vista tenemos una lógica aparentemente sin carácter programático, que ronda la indefinición y el tanteo, la desaparición del objeto y la aparición del concepto, propios de la posmodernidad, pero que bien sabe hacia dónde va y que propone. Liz Maily termina exorcizándose de todo esto, como si fuera un juego y lo mejor, nos invita a ser partícipes, cómplices, mientras desgrana –sobre la mesa de disecciones, el pizarrón teórico donde escribe y borra, borra y escribe una y otra vez– los conceptos, ideas, signos, símbolos, metáforas y suplementos verbales que deconstruye poco a poco, a partir de la repetición y la reinterpretación, de lo lúdico.
Ella parte en varias obras de una tradición (el grabado) que deconstruye, conocida la técnica y sus posibilidades, en su gusto por lo fragmentario, y el retruécano, como si armara un puzzle que nos ofrece sobre la mesa: las linografías de “El que busca”, donde “divide” una pieza (un taller de grabado precisamente) en disímiles posibilidades geométricas que adquieren un carácter independiente, de obras en sí. O en “Piensa y construye”, una especie de rompecabezas en forma de instalación (o viceversa).
Es tanto lo lúdico –pero no gratis, para nada: el arte se nos presenta como objeto y como finalidad en sí mismo, no como vehículo de transmisión de una realidad cultural circundante, pero también como exploración y divertimento cuestionador– que en “Textos después de pasar dos minutos por la batidora y haber sido reciclados como soporte de una idea”, Liz Maily convierte en pulpa y luego en papel manufacturado varios libros de docencia o historia del arte (o ambos), para sobre este papel (el conocimiento, la teoría, la tradición) crear una “obra de arte perfecta”, enmarcando sencillamente la hoja: “Con materiales geniales se construyen obras de arte geniales. Si usted realiza cualquier trabajo utilizando este papel, tendrá garantizada la calidad de la obra”.
Quiero destacar tres piezas más en Eureka: la instalación “Receta para construir una obra de arte” (2018), compuesta por matrices y partes del proceso de grabado de una “receta artística”, donde nos deja bien claro que el cuerpo teórico de la misma –para funcionar en la academia y como si fuera algo casi inalterable si quieres lograrlo– debe poseer referentes, antecedentes, información visual y teórica, intereses personales e impersonales, y metáforas, y en su construcción no puede faltar oficio si lo tiene o lo encarga a otro, y la factura, con los consiguientes dossier, exposición en galerías, espacios públicos o alternativos, y la promoción, todo esto con su modo de elaboración.
En la instalación “La imagen es la presencia de una ausencia” intercala cristales (tres secciones de cinco partes cada una) y a partir de referencias iconográficas nos remite a signos y símbolos, tanto políticos y religiosos (la cruz, la esvástica, la medialuna del Islam) como artísticos (la “Venus de Willendorf”, el “Hombre de Vitruvio” o las “Latas de sopa Campbell” de Andy Warhol). Finalmente, “Objetos utilizados para iniciación de un ritual de creación” (instalación, 2020) resulta una especie de summum de su trabajo, Aleph borgeano y metafísico donde se reúnen las obsesiones, mitos y búsquedas, algoritmos y anhelos, sustratos y pastiches, invenciones y residuos de la creación.
El arte (el artista) tiene el poder de mentirnos y sobrecogernos, de parodiarse a sí misma y redimirnos, y que todo eso resulte una búsqueda de las bases y raíces de su intríngulis. En esa aventura –como me sucede aquí y con la obra aun temprana pero desde ya pujante y atractiva, como un oasis en el desierto de la plástica holguinera, de Liz Maily González Hernández– también buscamos nosotros y, felizmente, lo (nos) encontramos para, como Arquímedes, como la propia Liz Maily, salir a la calle y gritar ¡Eureka!
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